¿Alguna de vez te has sentido fuera de lugar en el mundo? ¿has sentido que nadie te quiere, o al menos no como te gustaría que te quieran? Pues bien, esa siempre fue la sensación que me invadía, sentía que la única persona que me había demostrado suficiente amor era la mujer que me crio, mi abuela, y en parte eso marcó mi personalidad hasta convertirme en “Z”, el monstruo en el que la sociedad injusta me convirtió.
Dicen que la más alta grandeza viene de la mas baja humildad, que el bien y el mal cuelgan de un hilo fino que los sostiene, y que el poder más grande es aquel que viene de la mano de Dios, y aquí donde estoy yo ahora mismo, la única explicación cuerda que encuentro para justificarlo es que así lo quiso Dios. Jamás imaginé que llegaría en la cima de lo que es el poder de ese mundo, sí, del mundo entero, como lo estáis oyendo, tan grande es el poder que tengo actualmente que podría dar una orden desde cualquier parte del mundo a cualquier hora, sin importar la franja horaria, y que se cumpla al instante. Tengo a nómina desde el panadero de debajo de tu casa, pasando por un cartero de correos de Japón, hasta el médico de cabecera de tu familia.
Me llamo Douglas, muchos habréis escuchado mi nombre por los medios de comunicación como “Señor Z”, pero nadie sabe ponerme cara, porque nadie conoce mi verdadera identidad, solo mis hombres de confianza que me juraron lealtad al igual que yo a ellos, pero en realidad tampoco podrían decir nada, porque saben que su familia entera pasaría a formar parte del subsuelo del cementerio nacional, así que no hay manera alguna de que sepáis mi verdadera identidad a no ser que así lo quiera yo.
Nunca en mi vida había cometido un delito, pero sin pedirlo ni comerlo, con 33 años recién cumplidos tengo a media inteligencia global investigándome y a la policía de las primeras potencias mundiales ofreciendo millones por mi cabeza, y todo gracias a un policía corrupto que en su día me había embarrado de mierda falseando archivos policiales, junto a una chica despechada, que no contenta con haberme roto el corazón y destrozado la vida, había decidido echarme al pozo de los cocodrilos.
Sobre mí, comenzaré contando que nací en el seno de una familia de clase media, pero antes de mi nacimiento, mi familia pertenecía a la clase pudiente, mi abuelo era militar condecorado del ejercito terrestre y tras retirarse del ejercito paso a ser director de la agencia de inteligencia, trabajo que le costaría la vida mas tarde. Mi madre se quedó embarazada de mi con 18 años, en aquel momento mi familia vivía en la base militar de Mont-coco, en uno de las edificios asignados para los altos cargos militares, pero mi abuelo consideraba que era mejor que cuando naciese, creciese en un entorno mas relajado, así que mandó construir una casa para que pudiese instalarse mi madre para cuando yo naciera, ese fue el único regalo que recibí de él, nunca llegamos a conocernos. A pocos meses de mi nacimiento, murió mi abuelo en circunstancias extrañas, los informes médicos decían que murió de un Ataque cardiaco, pero mi abuela nunca terminó de creerse esa historia, ya que la autopsia no cuadraba con la versión que daban los de la inteligencia, lo que le hacía pensar que se trataba de un asesinado, para silenciarlo por toda la información que obraba en su poder.
Tras la muerte de mi abuelo, el gobierno se quedó con gran parte del patrimonio familiar, alegando que esos bienes no eran de mi familia, sino que pertenecían al estado, y como tal, pasarían de nuevo a manos del estado. Dicha información era totalmente falsa, pero mi pobre abuela, sumida en el dolor, no tuvo fuerzas para querellar, y prefirió dejar las cosas como estaban, nos mudándonos a la nueva casa que no estaba del todo lista, le faltaban algunos retoques, pero con un poco de ayuda entre todas se pudieron instalar. Vivíamos en la parte media de “Mont-coco”, un barrio de clase media-baja, donde vivían personas de todos los estamentos sociales, desde las más nobles y honradas, hasta los mayores delincuentes de la nación. Mi abuela María, en aquella época trabajaba como enfermera del Hospital municipal, y al quedarse viuda, toda la familia dependía únicamente de su sueldo.
Transcurrido un año de mi nacimiento, mi madre tuvo que irse a otra ciudad a continuar sus estudios, y mi abuela y mis tías se hicieron cargo de mi, y, aunque eras adolescentes, junto con mi abuela se encargaron de que no me faltase nada, mientras mi abuela trabajaba en la mañana, una de mis tías cuidaba de mi, y cuando la otra salía de clase y volvía a casa, le tocaba hacerse cargo de mi, para que a su vez la anterior pudiese asistir de igual forma a sus correspondientes clases, hasta que regresase mi abuela y continuase con mi cuidado. En el barrio todos se conocían, y aunque todos se llevaban bien, siempre tenías la opción de elegir a la gente con la que te querías relacionar, a mi abuela no le gustaba que me juntase con los hijos de delincuentes, así que hacía todo lo que podía para protegerme. Cuando cumplí 4 años inicié mis estudios en un colegio, todas las mañanas mi abuela se encargaba de llevarme, y los días que su horario laboral se lo permitía me recogía a la salida, de lo contrario, alguna de mis tías se encargaba.
Pero ese no fue el único aprendizaje que tuve, pronto me vi involucrado en las peleas clandestinas que organizaban los chicos adolescentes del barrio cuando no estaban los padres, y no era una opción a elegir si peleabas o no, ya que te sacaban de casa con algún tipo de engaño, y cuando llegabas al lugar, te obligaban a pelear, y ganases o perdieras, no podías decirle nada a tus padres, de lo contrario, cuando no estuviesen, se encargarían de pegarte. Entre todos. Yo como era muy travieso, pues iba voluntariamente a las peleas, y así fue que aprendí a defenderme, llegando a convertirme en uno de los niños mas fuertes del barrio. Por encima de mi solo había un chico que me quitaba 3 años, Loyick, que tenía 7 años. Su familia era una larga. Estirpe de ladrones, especializados en atracos a mano armada, razón por la cual gran parte de su familia estaba cumpliendo condena en la cárcel estatal. Loyik pasó a ser un buen amigo tras una pelea que tuvimos, mi abuela me había mandado a hacer unos recaditos y cuando volvía a casa me pararon 3 chicos, entre los que estaba Loyick, con intención de asaltarme y quedarse el dinero que traía conmigo, pero yo, ni corto ni perezoso, no se lo permití, me enfrenté a golpes a el, y aunque resbalé y caí durante la pelea, no me di por vencido, en el suelo había una linterna tirada, la cogí y con ella le di un golpe en la rodilla a Loyick, que cayo al suelo llorando de dolor, y cuando los otros dos chicos le vieron llorar, huyeron dejándole allí. Así fue como me convertí en el nuevo niño fortachón del barrio, y desde ese momento, Loyick y yo iniciamos una amistad basada en nuestra nueva pelea, fundamentada en el respeto ganado.