Poemas invisibles | Drarry

Capítulo 3

– Hola, Hedwig –sonrió perezosamente y acarició la cabeza emplumada del ave–. ¿Cómo estás chica? –ató a la pata de la lechuza un sobre y un precioso ramo de flores amarillas que imaginó que a Harry le encantarían.

Bostezó profundamente por el sueño, se había levantado un par de horas antes para preparar el obsequio con anticipación y luego volvería a su cálida cama para seguir durmiendo.

– Llévale esto a Harry cuando se levante para desayunar, ¿de acuerdo? –se despidió con una rápida caricia y se fue de la lechucería de regreso a su dormitorio.

Llegó de puntillas a la habitación, vigilando que ninguno de sus compañeros se despertara. Aún era muy temprano y el cielo todavía estaba algo oscuro y estrellado, pero sabía que en cualquier momento el sol comenzaría a salir. 

Se escabulló bajo las sábanas tibias y volvió a sumergirse en un sueño reparador, esperando que a Harry le gustaran las flores y las hermosas palabras que le había dedicado con tanto ahínco.

Unas horas después, había despertado con cierta dificultad, sin embargo, no pensaba perderse el desayuno, quería disfrutar de la adorable sonrisa del moreno y esos ojitos enormes y brillantes que siempre lo acompañaban a donde fuera.

El suyo era un amor sin remedio, ya había declarado en su mente que aquel chiquillo sería su dulce condena.

•••

Estaba sentado tan cerca de él que pudo ser capaz de admirar su tierna reacción, se había sonrojado a más no poder y tenía esa sonrisita tonta en el rostro que lo hacía ver tan bonito.

Durante los siguientes tres días fue testigo de un Harry muy distraído y sonriente, que no dejaba de sacar de su bolso aquel poema que le había escrito y leerlo cada vez que podía, aunque lo resguardaba celosamente de todo aquel que intentara echarle un ojo al papel.

Estaba realmente feliz de haber sido él quien provocara esa reacción en el chico. No podía creer que unas simples palabras poéticas causaran tales sonrisas y sonrojos en una persona.

– Chicos, los veré en un rato en la clase de Pociones, debo ir a buscar unos libros que olvidé en el dormitorio –les informó a sus amigos. 

Una mentirita piadosa, eso era. Estaban a unos quince minutos de terminar su hora libre antes de comenzar la próxima clase con Snape, y tenía que moverse rápido antes de ser atrapado.

Esta vez había planeado comprarle dulces, esos que sabía que tanto le gustaban a Harry. Llegó al aula de pociones, completamente vacía, y colocó sobre la mesa en la que se sentaba siempre el moreno una cajita pequeña con un hechizo para extender el espacio en su interior, una única rosa roja –pues el dinero se lo había gastado casi todo en los dulces y no le alcanzó para más flores– y el sobre con el poema que tenía en su...

Tanteó todos los bolsillos de su uniforme y los de su bolso, buscó dentro y debajo de la cajita, también en todo el salón, pero no halló por ningún lado el sobre con el poema que le había escrito a Harry.

– Mierda –susurró. Lo había perdido.

Quiso seguir buscando fuera del aula –tal vez lo había dejado caer en algún pasillo–, sin embargo, el tiempo le jugó en contra y la hora de comenzar las clases se acercaba cada vez más, por lo que tuvo que desistir de su búsqueda y regresar con sus amigos antes de que sospecharan algo.

Cuando salió de las mazmorras, no encontró a sus amigos por ningún lado, así que asumió que ya estarían entrando a la clase de Pociones, por lo que decidió dar la vuelta y regresar por el mismo camino por donde había ido antes.

No se equivocaba, la mayoría de sus compañeros ya estaban ingresando al aula. Sin embargo, no vio a Harry por ninguna parte. Solo esperaba que estuviera bien y que no tardara demasiado, pues sabía que el chico tenía un don para meterse en líos.

Cuando Harry había llegado, otra vez tarde, se sentó junto a Ron, su mejor amigo, con el que había protagonizado una humillante escena frente a su profesor y sus compañeros, que luego terminó en un molesto castigo.

Cuando el moreno abrió la caja con dulces, Ron, envuelto en su pasión por la comida, había exclamado en un tono más alto de lo necesario, lo que llamó la atención de los demás a su alrededor, y logró que el profesor los reprendiera severamente. 

•••

Draco Malfoy se encontraba de camino a su próxima clase, Pociones. Faltaban solo un par de minutos y no quería llegar tarde, suficiente tenía con las distracciones que le proporcionaba tan amablemente su mente. Sobre un pelinegro en particular, pequeño, escurridizo y con la mirada más dulce y salvaje que había visto jamás.

Ese enano que le robaba cada minúscula parte de su pensamiento diario y le impedía continuar con su impecable rendimiento en las materias del colegio. 

Últimamente estudiaba poco, colocaba el azúcar sobre el pan tostado en lugar de su café, tropezaba con las plantas del invernadero o las estatuas de los pasillos, le respondía que sí a todo lo que le decía Pansy y ella a veces chillaba emocionada por no sabía qué, o despertaba a mitad de la noche tirado en el suelo enredado con las sábanas y un dolor agudo en la espalda.

Y todo se debía a que no dejaba de pensar ni una sola vez en cada detalle de la anatomía de Harry, desde sus diminutas manitos que cualquier cosa que sostenían les quedaba enorme, sus perfectos labios cereza, su rostro angelical que escondía una mirada indómita, pícara y brillante, hasta su cuerpo curvilíneo y delicado que rogaba por ser empujado contra la pared más cercana y acariciado hasta desgastarlo.

No podía evitar quedar totalmente embobado cada vez que lo miraba, Harry tenía ese efecto hipnótico que lo hacía olvidarse de todo a su alrededor y actuar como un completo imbécil frente a él.

Cuando ya estaba cerca de las mazmorras, notó que en el suelo había un sobre blanco con un sello verde. Con curiosidad, se acercó a él y lo levantó para analizarlo, sin embargo, no tuvo mucho tiempo, porque unos metros más adelante iba caminando directo a su muerte el chico por quien había estado suspirando hacía unos segundos.



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Editado: 18.02.2022

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