Antes que nada, quiero decirles que lamento que hayan muchas escenas y diálogos repetidos en este capítulo como en los anteriores, pero los considero importantes para el desarrollo de la trama y para tener una mejor comprensión de los pensamientos de cada personaje.
Pueden saltearse esas partes repetidas, sin embargo, les recomiendo que lo hagan lo menos posible, ya que hay muchas cosas nuevas escritas sobre las mismas escenas, pero desde perspectivas distintas. Sin más que agregar, les deseo una cómoda lectura. <3
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Draco ya no aguantaba más esta situación, sentía que se estaba volviendo más loco con cada minuto que pasaba. La vívida imagen de Potter en su cabeza no dejaba de rebanarle los sesos, lo veía por todos lados, en todo momento.
A veces creía verlo incluso en lugares en los que jamás hubiera imaginado que podría estar: tendido sobre su cama, con el pelo despeinado, la boca abierta e hinchada después de tantos besos, el rostro ruborizado y los ojos lagrimeando de placer.
Se imaginaba sosteniendo su exquisita cintura con firmeza entre sus manos ásperas, contrastando con esa piel tan suave y lampiña que le derretía completamente.
En sus sueños viajaba por cada centímetro de su cuerpo, desde las regordetas y coloradas mejillas, el cuello con aroma a fresas silvestres, el pecho y el abdomen tersos, luego sus voluptuosas caderas que lo desquiciaban por completo, hasta finalmente llegar a sus perfectas piernas abiertas, recorriéndolas de principio a fin, cada mínimo sector, y concluyendo en sus pequeños y tiernos pies.
Por Merlín, ¡no podía seguir así! Ya ni siquiera era capaz de hablar correctamente sin decir puras incoherencias o tartamudear como idiota. Y como si fuera poco, no paraba de tropezar con cuanto objeto o ser vivo se le cruzase en el camino, ¡es que ya ni se tomaba el trabajo de mirar a su alrededor por estar fantaseando con follarse a Potter!
Mientras iba de camino a la clase de Transformaciones (¿o era de Encantamientos? Qué más da, ya estaba resignado), a un paso veloz y descuidado, empujando sin darse cuenta a algunos que pasaban por allí, chocó con dureza contra algo y solo atinó a mirar distraídamente cuando oyó un fuerte sonido colisionar en el suelo. Por supuesto, era Potter, ¿quién más podría ser?
Se puso más nervioso de lo que ya había estado en toda la maldita semana con su presencia, e intentó fingir desinterés mientras levantaba a las apuradas las cosas que habían caído del bolso del moreno, soltando un torpe balbuceo que sonó como "lo siento, Potter", para por fin correr como un cobarde hasta el aula de Encantamientos (o lo que sea).
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Durante toda una semana estuvo sin escribirle poemas a Harry, ni comprarle flores o golosinas. Ya no hallaba fuente que lo inspirara a seguir escribiendo. Más bien, sí había algo que alimentaba su arte, pero no eran más que su tristeza y desolación.
Había volcado sobre pergamino mil y una poesías que dictaban todo su sentir, cada parte despedazada de su voluble corazón, órgano que ya no sabía respetarse, ni mucho menos obedecer a sus órdenes. Órdenes que implicaban abandonar todo pensamiento ominoso que acarreara a su absurdo enamoramiento.
Ya no importaba cuánto se esforzara por captar la atención del moreno, todo afán que intentaba daba frutos amargos. No importaba cuán dulces quisiera que fueran éstos, el árbol que era Harry terminaba alimentando a otra ave. Le resultaba increíble que, estando tan cerca de él, nunca lo hubiera notado allí, a su lado, velando por él como un fiel soldado que no abandona jamás su puesto en la batalla.
Había pasado toda esa mísera semana como un muerto-viviente, con las ojeras más grandes que alguien hubiera visto nunca y una energía que nadie envidiaría. Tampoco estaba comiendo como de costumbre, algo bastante inusual para alguien con buen apetito como él.
Y lo peor de todo, es que Harry ni siquiera se había enterado de su pésimo estado, seguramente con la cabeza repleta de Malfoy. Siempre era igual, Malfoy esto, Malfoy aquello, ¡todo el día pendiente de él! ¿Qué le veía? ¿Qué le hacía falta para que Harry lo mirara aunque fuera un solo segundo? ¿Es que acaso le hacía falta clase? ¿Tal vez ser rubio ayudaría? ¿O más musculoso?
De todos modos, ya nada de eso importaba en realidad. Después de todo, había decidido finalmente rendirse y dar un paso al costado para permitir que Harry fuera feliz con quien quisiera, y si Malfoy era quien lo hacía feliz, no reprocharía nada, aunque aquello le devastara por dentro.
Como cada fin de semana, los estudiantes visitaron el pueblo de Hogsmade, tras un arduo septenario de intensas clases y trabajos. Sabía que Harry no estaba de ánimo para ir, por lo que había aprovechado su ausencia para enviarle una última carta, una que expresara en palabras sencillas cuánto lo amaba, y que por esa misma razón lo dejaba ir, y con él, también liberaba a su alma afligida.
Con su carta guardada en el bolsillo de su túnica, caminó rumbo a Hogsmade junto a sus amigos, sin embargo, antes de entrar a Las Tres Escobas, les avisó que los alcanzaría en un minuto con la excusa de que quería pasar primero por Honeydukes.
Caminó unas cuantas cuadras hasta llegar a una florería, donde compró un precioso ramo de Gardenias blancas. Estas flores simbolizaban la pureza y la dulzura, tanto de una persona como del amor que se sentía por ella. Es lo que quería transmitir en su mensaje, que Harry era para él el ser más dulce y puro que existía, y lo amaba de la manera más honesta posible.
Ya concluida su compra, se dirigió hacia una lechucería del pueblo, donde podría utilizar una lechuza que no era suya para hacer desde allí su envío. Pagó por el servicio, y luego ofreció sus flores con la carta atada a ellas al ave que estaba más cerca. Ésta aferró los objetos a sus enormes garras y salió volando una vez que se le indicó su destino.