Poesías cortas

El gato

La primera y última vez que alguien dependió de ella fue un gato (sí, un gato) por razones o caminos que jamás llegaremos a entender, éste se había quedado paralitico al caer de espaldas de la copa de un árbol (desmintiendo el mito de que los gatos siempre caen de pie). Su madre pensó que no sobreviviría y queriendo ser o no ser cruel, le ordenó que me deshiciera de él.

Era una noche de verano, para ser exactos eran los primeros días de enero, la noche era calurosa, sin embargo, soplaba de vez en cuando un aire fresco. Jamás olvidará la mirada de ese gato, sus enormes ojos amarillos rebosaban de lágrimas, miraba la parte inferior de su cuerpo y luego clavaba su mirada en ella, como buscando en sus ojos una respuesta cuando en realidad sólo podía mostrarle como se le caía el alma a los pies volviéndose añicos.

No concilió el sueño en toda la noche, la cara de ese gato con sus ojos llorosos la acechaba aun cuando cerraba los ojos, una parte de él se había impreso en ella, desde ese momento iban a depender el uno del otro, aunque en ese momento no lo sabía y era muy pequeña para comprenderlo.

Quizás gracias a lo que llaman milagro aquel gato sobrevivió cruzándose de nuevo en su camino. Se había cruzado un gato incompleto en el camino de una niña incompleta, al comienzo no encajaban bien, ya que cada uno extrañaba la parte que habían perdido al romperse.

Como ya no era un gato completo no podía hacer las cosas propias de los gatos, como trepar árboles y mantenerse limpio, sin embargo, para eso estaba ella, que lo cuidaba como a un niño pequeño. La dependencia se volvió una unidad, ella se pasaba el día pendiente del gato y el gato se pasaba dependiente de ella, entonces nació algo que nadie espero, un amor transparente y puro, cada uno estaba en el lugar que quería, unidos de manos y patas.

Pero como todo lo bueno no dura en esta vida, el gato emprendió el camino al más allá (espero que lo haya hecho en sus cuatro patas y no a rastras). Muchos dirán que fue lo mejor, al final la vida que llevaba aquel gato no era vida, quizás lo calificarías como una pesadilla.

Con todo aquello nadie pensó en la niña, que ella había perdido una parte de su vida, la parte que sujetaba a lo que quedaba de su alma que se había roto en aquella noche de verano. Berrinches pensaron los mayores, berrinches mis calzones pensaba aquella niña, ese gato había significado para ella más que cualquier otro ser humano y ahora ya no estaba y lo peor es que ella debía dar duelo sola a su dolor. Jamás nadie le había mirado y mostrado la ternura, la compañía en silencio y saber que no estaba sola sino en la mejor compañía, alguien que la conocía hasta en sus pedazos más pequeños.

No eran las palabras (porque los gatos no hablan) eran los gestos, las caricias y los maullidos, su venida presurosa al ella llamarlo, el crujir de las hojas secas al pasar él sobre ellas, ya no las escucharía nunca más y en el fondo de todos sus sentimientos sabía que las cosas no volverían a ser igual y que aquel dolor era demasiado para alguien como ella.

Tomó lo que quedaba de su ser y los escondió en el fondo del agujero más profundo y oscuro que pudo encontrar, no quería que nunca más nada pudiera ver eso, que no la avergonzaba, pero, si lastimaba. Y así pasaron los años, en el transcurso de los cuales algunos osaron mirar dentro de aquel misterioso agujero, sin llegar a ver lo que se escondía.

Versos amables, dulce melodía de una tierra lejana fueron desenterrando a aquella niña que ahora era una mujer, el sólo presentimiento de aquellas manos ajenas a todo lo que había conocido la hacían creer, le hacían creer que el amor transparente si existía y que un amor puro siempre estaba destinado a encontrarnos.

Al quedar totalmente expuesta con el sol rozándole la piel, entendió que aquello era un error, aquel antiguo error que había vuelto a cometer. ¿Acaso no tenía suficiente? Su alma estaba cada vez más rota, aquel cuerpo era más grande y más difícil de lamer las heridas. Se arrepentía de los deseos que había lanzado entre sus suspiros de ser encontrada y de volver a creer.

Amor mío, este dolor no es tu culpa, no es tu culpa que te quiera tanto, que haya anhelado impaciente tu llegada y adorado tus ojos desde el primer instante. No puedo culparte de mi parte ya rota, de mi desconfianza, de estas ganas de tenerte en mi vida y entre mis brazos.

He escalado tan alto para poder ver tu rostro fue cuando entonces resbalé, caí de espaldas fracturando la confianza y mi capacidad de querer, voy tras de ti a rastras intentando atrapar un poco de ti. La visión se ha vuelto poco nítida de tanto llorarte y he perdido la razón de pensar que no te volveré a ver.

Atrapada en este destino, pienso ¿acaso esto es una pesadilla? ¿Cuándo despertaré? Tomé todos tus recuerdos y los arroje al viento, los odio, pero, odio más el hecho de no poder odiarte, ¿cómo odiarte? Si te he amado y he amado hacerlo.

A partir de hoy las cosas no tendrán el mismo sentido, miraré a los tulipanes y no podré evitar pensar en ti, en aquel que una vez se atravesó en mi camino por un pequeño instante, aquel pequeño instante que jamás olvidaré.

Fui como aquel gato que en una noche de verano escaló tan alto para poder tocar una estrella, la estrella más brillante y hermosa, cuando resbalé en la desconfianza y me perdí. Desde entonces contengo mis suspiros para que no vayan tras de ti.

Descuida, no te odio, jamás podré olvidar lo que sentí por ti, te quise por lo que me hacías sentir sin ponerme un dedo, por todas las dulces palabras que tatuaste en mi piel. Seamos sinceros el uno con el otro, esto no es una despedida, ya que no existe fin sin un comienzo. Así que amor mío, nos debemos una historia sin puntos ni comas que puedan interferir. Será en otra vida, en ésta estás tan lejos brillando en el cielo y yo desde la tierra no pararé de pensar en ti.



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Editado: 16.05.2021

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