En una época remota existió un florentino, que con ansias de alcanzar la gloria se trasladó a Milán, en dónde le pidieron que organizará la más espectacular boda. Le dijeron que el pastel debía ser de un tamaño considerable, ya que, asistirían 300 invitados. Entonces, el florentino exclamó: ¡el pastel será tan grande, que la misma boda se realizará dentro de ella! Y así fue como se puso manos a la obra.
El monumental pastel se encontraba terminado un día antes de la fecha pactada, sin embargo, a horas del gran evento, el pastel había sido devorado por las alimañas. El florentino no daba crédito a tal tragedia que decidió pirarse del lugar, el escandalo fue tan desbordante que en las calles lo llamaban “Él que no pudo dar de comer a 300 personas”.
El tiempo transcurría, pero, no se llevaba consigo el recuerdo de tan lamentable suceso, hasta que un día tras escuchar que lo llamaban con el seudónimo conocido, el florentino volteó diciendo: ¡No es posible que no sepa dar de comer a 300 personas, cuando he sido capaz de dar de comer al hijo de Dios!
Aquel florentino, es el hombre que conocemos por Leonardo Da Vinci y así fue como dio a conocer el mural de la última cena.