Citas
La situación en casa se había vuelto tensa desde la pelea de mis padres. Había más silencio de lo normal y ni los chillidos de Kara por atención parecían surtir efecto.
Tricia seguía sin darme ninguna respuesta en concreto. Cuando le repetía la pregunta (cosa que solía hacer unas tres veces al día), solo sonreía de oreja a oreja y me ignoraba. Hasta que no le de una razón digna para que me acompañe me seguirá ignorando como solo ella sabe.
Una tarde cualquiera mientras veía una película de esas ñoñas que mi madre suele poner cuando nos quiere castigar sin televisión, pude sacar algo bueno de toda aquella tortura: si quería convencerla de que fuera conmigo debería conquistarla. Que quisiera seducirla no era ningún misterio, era algo que deseaba desde el minuto uno cuando me rechazó. Ya sabes, yodos deseamos lo que no podemos tener, es algo inevitable.
Volviendo a la tortura que significaba para mí las películas románticas; talvez pudiera sacar algo de provecho de ellas. Quizá pidiéndole una supuesta cita en la cual pudiera pasárselo bien le hiciera cambiar de idea.
Tras pensar bien sobre eso de las citas, intenté convencerse a mí mismo de que no me causaría ningún daño. ¿Qué daño podía causarme Tricia cuando le sacaba dos cabezas?
No me consideraba muy fan de esos rituales de apareamiento, pero a tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Es cierto que a mis casi dieciocho nunca había tenido una, sobre todo porque nunca había necesitado recurrir a una cita para que una chica recayera a mis encantos y se propusiera satisfacerme sexualmente.
Ella se encuentra sentada en su mesa habitual, leyendo un nuevo libro a la hora del almuerzo cuando me acerqué a ejecutar el plan.
Nada más darse cuenta de que alguien se acerca a su territorio alza la mirada y al ver que se trata de mi suspira con exasperación.
—¿No te cansas de oír respuestas evasivas?
Medio sonrío y ocupo una de las sillas vacías para luego apoyar las piernas cruzadas sobre la mesa. Ella fulmina con los ojos mis pies, suspirando, los vuelvo a bajar.
—Bueno, en mi defensa diré que todavía no me has dado ninguna clase de respuesta.
Sus ojos color café brillan divertido.
—Oh, claro. Me limitaba a contestarte mentalmente, ya sabes, así es más divertido, allí simplemente asientes como un buen perrito y te vas —vuelve a depositar su mirada en el libro que tiene entre las manos—. Por cierto, todos miran hacia aquí.
Pasando por alto su comentario miro a nuestro alrededor. Nos hemos convertido en el centro de la atención, se me había olvidado que Tricia Reece era el bicho raro de Gidens. El lobo solitario al que nadie se acercaba. A veces entendía sus porqués, otros pensaban como los demás, pero ahora estoy aquí y debo seguir con la misión.
—Pues que miren, aquí no suele pasar nada interesante, no podemos culparles.
Me rio y ella alza la vista lanzándome una daga envenenada con la mirada.
—Si no tienes nada interesante que decir, mejor vete, estoy en una escena muy interesante y no me dejas leer.
Estiro la mano y le robo el libro, lo que hace que suelte un gruñido.
—¿Qué mierda quieres?
Sonrío de lado y doy la vuelta al libro para ver el título. Alicia en el país de las maravillas.
—Quién te gusta más; ¿el Sombrerero o Cheshire?
Resopla.
—Cheshire.
Vuelvo a reírme.
—¿En serio? Si lo único que hace es robar comida y cotillear…
Me arrebata el libro de forma brusca.
—No te metas con mi gato.
—Ok.
Deposita el libro cerrado delante de ella y cruza los dedos encima de él, protegiéndole de mí.
—¿Y bien? ¿Qué quieres?
Me encojo de hombro recostándome contra la silla. Las palabras parecen haberse quedado atascadas en mi garganta. ¿De verdad le iba a pedir una cita? Sería la primera chica a la que pediría una cita. Bueno, no cuenta como tal, solo quiero que me acompañe a mi viaje a L.A. Y ese es el método más adecuado para que acepte. Una chica jamás rechazaría una cita, ¿o sí?
—Me preguntaba si te gustaría ir mañana a tomar… ¿un café?