Por culpa de un secreto

Capítulo 3

Hace unos cuantos minutos permanezco sentada sobre mi cama con la mirada fija en un punto cualquiera de mi habitación. El corazón todavía me late agitado sin haberse recompuesto del todo después de volverlo a ver. Una mezcla de sensaciones invade mi cuerpo, muchas de ellas habían desaparecido de mi vida tiempo atrás y volver a experimentarlas me desestabiliza por completo. Me pregunto qué me ocurre, por qué me siento así, y hago un enorme esfuerzo por alejar de mi cabeza cualquier pensamiento que insinúe con susurrar «él aún te importa». Quiero convencerme de que no es cierto, pero el corazón nunca obedece a la razón y hace con nosotros lo que se le da la gana. Necesito entender qué siento, qué pienso, qué me pasa, pero no existe una mísera parte de mí que tenga la respuesta. Me pregunto por qué salí corriendo de la vista de Simón si hasta entonces me he convencido a mí misma de que la nuestra es una historia que tengo totalmente superada.

Escapé una vez más, como lo hago cada vez que las cosas se ponen difíciles y no sé qué camino tomar. Simplemente abandono la carretera, me retiro a un costado del camino, y me rindo. Escapé de Simón como lo hice tres años atrás. No quise que me vea, no quise arriesgarme a que de repente vuelvan a él todos los recuerdos y ver desvanecer la sonrisa que llevaba pintada en su cara. No quise que lo haga porque al hacerlo me daría cuenta de lo que siente por mí, y estoy segura de que no se trata de ningún sentimiento positivo. Por eso escapé, porque era imposible acercarme y sonreírle como si nada hubiese pasado teniendo cuenta todo lo que pasó.

Se me forma un nudo en la garganta y me siento tan culpable. Creí que estos sentimientos habían desaparecido con el paso de los años, pero entiendo que no es así. Sólo que ahora no hay escapatoria, ya no tengo a papá para ir corriendo a sus brazos y convertirme en su niñita consentida a la que no se le permite equivocarse. Ahora crecí y algunas cosas cambiaron, pero caigo en la cuenta de que una parte de mí sigue intacta. Hoy salí corriendo como lo hice aquella vez cuando me comporté como una cobarde, simplemente porque eso es lo que sigo siendo: una completa cobarde.

Ha caído la noche y no puedo parar de pensar, aunque lo intento. Me acomodo en el sillón del living de casa y pongo la laptop sobre mis piernas. Me dispongo a navegar por internet, pero no funciona. ¡Maldita sea! Estos servicios siempre tienen algún problema.

La computadora permaneció en casa durante estos años, y la capa de tierra que la cubre indica que mamá no la ha usado en los últimos meses. Nunca se llevó demasiado bien con la tecnología, así que no me sorprende. A falta de internet abro la carpeta de fotos, y descubro que todas son antiguas. Ya que el día insiste con remontarme a mi pasado no voy a contradecirlo. Aparecen en la pantalla un montón de imágenes y me divierte ver mi cara en todas ellas. Tenía diecisiete años y un montón de granos en la cara. No hay foto en la que salga normal, en todas hacía alguna cara rara y me puedo ver abrazada a alguna amiga, que casi siempre es Mía o Pilar. ¿Cómo estarán ellas ahora? ¿Habrán podido eliminar los granos de sus caras como lo hice yo? Quiero verlas, pero tengo miedo de como puedan reaccionar. Lo cierto es que a ellas también las abandoné. No hubo explicación tampoco para mis amigas, más que un mensaje mintiéndoles y justificando mi partida con la excusa de que irme con mi padre era una buena idea para adaptarme a la ciudad y comenzar el año siguiente en la universidad con más confianza. Después de eso cambié el número y no volví a saber de ellas, excepto por lo que me contaba mamá en alguna de sus visitas. Supe que fueron más de diez veces a casa a interrogar a mi madre en busca de respuestas, pero ella tampoco las tenía. Ambas habían formulado sus versiones, y sé que entre las tres intentaron entender qué había pasado realmente conmigo, pero no lo consiguieron. Luego dejaron de insistir y sólo veían a mi madre cuando se la encontraban por la calle o en algún supermercado.

Siento lástima y mucha culpa por haberlas defraudado. Prometimos que estaríamos unidas para siempre y yo rompí esa promesa. ¿Se seguirán juntando entre ellas, se habrán mudado a otra ciudad a causa de sus estudios o seguirán viviendo donde siempre lo han hecho? Corro a mi habitación y encuentro una agenda arruinada por el paso del tiempo, aunque por dentro conserva exactamente lo que escribí años atrás.

Ahí están sus teléfonos.

Las agendo en mi celular y busco sus contactos en Whatsapp. He tenido suerte: siguen conservando sus números. Hago un grupo con ambas y me dispongo a escribir.

 

«Hola. ¿Hay alguien?».

 

Me siento nerviosa. Conozco el carácter de Pilar y lo más probable es que me odie por desaparecer como lo hice. No me sorprendería recibir un insulto como respuesta.

Pero inmediatamente suena el celular.
 

«Qué miedo, ¿quién sos?».
 

Me río y recuerdo que tengo como foto de perfil una frase sacada de algún libro, por eso Pilar no me reconoce.

 

«Tranquilas, no quiero acosarlas. Soy Alina».

 

Apenas envío el mensaje aparecen dos tildes azules que me indican que las dos vieron lo que escribí. Las imagino a ambas expectantes, al tanto de la conversación, ansiosas por saber quién está del otro lado.

Por fin responde Mía.

 

«¿QUÉ? ¿Esto es una broma?»
 

Me saco una foto a mí misma dejando que se vea mi cuarto detrás y la envió con un mensaje adjunto.

 

«Es todo verdad. ¡Y estoy en Villa Tore! Quiero verlas».
 

Todos mis miedos desaparecen cuando me doy cuenta de que nada ha cambiado, mis amigas siguen siendo las mismas de siempre. Pilar con su inconfundible sentido del humor y Mía con la sensibilidad y la ternura que la caracterizan y la hacen tan especial. Me cuentan que ambas estudian la misma carrera, pero en un terciario del pueblo. Mía quería estudiar psicología desde que era una niña, pero la situación económica de sus padres no es buena y la carrera sólo puede ser cursada en la ciudad. A Pilar siempre le dio todo lo mismo, así que se metió en lo primero que estuvo a su alcance para conformar a su familia, seguramente siguiendo los pasos de Mía y pensando más en lo divertido que sería cursar juntas que en su propio futuro. Yo les cuento que empecé la carrera de abogacía en una de las mejores universidades de Buenos Aires, pero al año y medio de cursado me di cuenta de que no me gustaba para nada. Tenía pensado retomar este año, pero la verdad es que aún no tengo claro qué es lo que prefiero. Saber con seguridad lo que queremos hacer el resto de nuestras vidas a tan corta edad es muy difícil, y sólo les ocurre a algunos privilegiados.



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En el texto hay: exnovios, amor, reencuetro

Editado: 13.07.2020

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