El Bus
Saqué la mano a la carretera. El bus para frente a mí. Sonrío. Esta vez fue más rápido y sencillo. Subo y pago mi pasaje. Camino al fondo del bus. Me senté en el asiento al lado de la ventana. Muy pronto iba a anochecer y, aun así, el frío ya se comenzó a sentir. Me dedique en sentir el poco calor que proporcionaba mi chaqueta. Faltaba mucho para llegar a mi casa. O, mejor dicho, apartamento. La ciudad se veía aborratada de personas. Comencé a preguntarme si algún día habrá tanta sobrepoblación como para que el aire se acabe. Más personas siguieron subiendo, pero el asiento al lado mío seguía vacío. El bus estaba medio vacío, era sorpendente. Era la hora pico. Aunque este bus me estaba dando una mala sensacción de boca. Algo ocurriría. Tengo un mal presentimiento.
Volví a fijarme en la ventana. Un circo. No sabía que el circo había llegado a la ciudad, era muy raro que lo hicera. Máximo venía dos veces al año. El circo estaba al frente de un semáforo. Justamente, este se encontraba en rojo. Me permití ver aquel lugar. Varios colores resaltaban, llegando a ser un poco cansón a la vista. Sinceramente, después de que cumplí diez años, el circo dejó de ser interesante para mí. Mucho bullicio, la migraña me atacaba si entraba a un lugar como ese. Ví que varias parejas y familias entraban riendo a aquel lugar. Por un momento sentí que esto me transportaba a mi pasado, al lado de mis padres. El recuerdo se sintió cálido. Las melodiosas risas de mis padres junto con la mía. Salíamos e ibamos a comer. Un espectaculo tan familiar que dolía imaginar. Y más aún si no volveré a un lugar de esos. El bus arrancó dejando atrás el circo junto con mis reccuerdos.
La sensasión de temor y precaución seguía en mi cuerpo. Mi estomago se sentía incómodo. Presentía que algo ocurriría. Pero no sabía que. Saque un chicle de mi bolso y comencé a masticarlo. Poco a poco la sensación se fue marchando. Supongo que es fácil engañar a la mente.
Más gente ingresó al bus. Y el asiento al lado mío seguía vacío. Mi mente divagaba. No había mucho que hacer, sinceramente. No leería porque la noche esta llegando más rápido de lo que esperaba, la oscuridad no me permite leer cómodamente. Y la luz exterior es muy minima como para utilizarla como recurso.
También, el bus estaba en movimiento. Y las carreteras son tan transitadas que hay demasiados huecos. El gobierno saca siempre muy buenas excusas para no hacerlo.
Y, lamentablemente, nosotros los ciudadanos no sabemos revelarnos contra el gobierno. O al menos hacer respetar nuestros derechos. Aunque no podia quejarme. A comparación de varios países, este era como un país confort.
El bus se deslizaba tranquilamente por las calles. El frío se intensificó. Miré hacia el cielo a través de la ventanilla. Nubes grises estaban agraciadamente repartidas por el cielo. Pequeñas gotas decienden del cielo.
¿Cómo sería caer del cielo? He de suponer que el descenso ha de ser fuerte. Caer de tal altura ganaría velocidad y calor. Tal vez caería en llamas, o tal vez con delicadeza, como aquellas gotas.
Cerré momentaneamente los ojos. El chicle ya había perdido saber y ya sentía agotamiento por tanto mascar. Deseche el chicle en un empaque. Y lo dejé en mi bolso hasta que llegué a mi casa.
El bus ya se esta llenando de personas. Y sin el chicle, mi cuerpo volvió a estar alerta. Me desconcertaba esta sensación. ¿Qué ocurriría acaso? Prefiero pensar que es el estrés quien me causa esto. Supongo que trabajar continuamente, sin descanso, es malo. Pero, sostenerme a mi no es fácil. Y no lo decía por los lujos.
Hace años abandoné los lujos. O que se sentía tener uno.
El bus constaba de dos pisos. Si el primero estaba en la mayoría de soledad, no he de imaginarme arriba. Muy pocas veces osaba en irme en el segundo piso. Mi vertigo er mayor a cualquier satisfacción que me causara estar allá arriba. El miedo paraliza a cualquiera. Por eso, uno de los mayores enemigos del ser humano es: el miedo.
Mamá me decía constantemente que debería hacer lo que quiera, no dejarme llevar por el miedo. Aunque después papá me llamaba y me decía que no me dejará ir por las dorgas y cosas parecidas. Mis padres siempre han sido muy, demasiado, diferentes. Siempre he admirado a los dos.
A mamá por lo osada que fue. Siempre era arriegada, mucho más de lo que admitía. Mis abuelos me contaban que era un dolor de cabeza para ellos. Que no sabían como la aguantaron tanto tiempo. Que agradecían infinitamente a mi padre por hacer que ella dejará de ser un malestar a su lado. Aunque ellos no lo decían de malos, antes reían y lo ven como un hermoso recuerdo.
A mi padre por lo inteligente que fue. Sinceramente, todos me dicen que heredé la inteligencia de mi padre. Pero, lo dudo. Él es casi como considerarlo una wikipedia andante. Cualquier duda de historia era más fácil recurrir a él que a internet. Oír como mi padre relataba las cosas era tan genial. Me sentía como si leyera un libro. Estaba tan ensimismada en cada historia que deseaba que siguiera y siguiera.
Amo a mis padres. Más de lo que siquiera puedo admitir. Pero, me han sido arrebatados injustamente. La muerte puede ser una mierda cuando se lo propone.
¿Por qué habrá gente que anhele morir? La muerte es inevitable, eso lo sé.
Pero, la muerte se lleva personas que no merecen ese final. La muerte no es necesariamente justa, ¿quieres llevarte personas? Llevate a los desgraciados. ¿Por qué a una familia que necesita de ellos?
Si esto me martilla a mí, no sé cómo será para los huerfanos pequeños.
Niños que necesitan tanto de una madre o padre o de ambos. Pero les arrebatan una vida normal, les arrebatan el amor. Les arrebatan aquella sensación de tranquilidad y paz.
Ha pesar de los años. Extraño recurrir a los brazos de mi madre cuando lloro. Su latente corazón me traspasaba paz. Con ella acariciandome el cabello. Diciendome que me ama, que me calme, que todo irá bien.
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Editado: 11.08.2020