Por ti siempre

32

JAKE

Hannah se fue a su habitación y yo me metí en la ducha; necesitaba relajarme después del viaje en avión.

No me compliqué mucho la vida: cogí una camisa blanca, unos pantalones de traje negros y unos zapatos a juego. Terminé de asearme y deshice la maleta.

Cogí mi chaqueta, mis cosas y salí de mi habitación. Mi mirada, como por acto reflejo, se dirigió a la puerta de la habitación de Hannah.

Bajé a la cocina y saqué una cerveza de la nevera. Volviendo a la realidad, no quería encontrarme con el gilipollas de Bryce. No me apetecía tener que contenerme para no partirle la cara, después de lo que pasó en casa de mis tíos en Navidad.

La noche que besé a Hannah los había visto hablar y reírse, y eso, por algún extraño motivo, me dio mucha rabia. Me fui a dar una vuelta al bosque para despejarme de aquella situación. Al volver a casa ya era bastante tarde; sin embargo, Bryce me estaba esperando, sentado en uno de los bancos de madera del porche de entrada.

Empezó a decirme que, antes de que acabasen las vacaciones, acabaría acostándose con ella, detallando las asquerosidades y fantasías que tenía con ella. El asco y la rabia me inundaron y no me pude contener. Le di un puñetazo, pero él se defendió. Acabamos dándonos de hostias en el porche, a ojos de cualquiera. En un momento determinado me tiró al suelo, y ahí fue cuando me rajé la mano con una rama.

Lo que no estaba en mis planes era que Hannah apareciese y me viese herido.

No le quité el ojo de encima en todas las vacaciones, y esta noche no iba a ser distinto. Pensaba estar pegado a Hannah todo el tiempo. No dejaría que se acercase a ella.

Mis padres bajaron a los pocos minutos, sacándome de mis pensamientos.

Los miré. Parecían sacados de la portada de una revista del corazón. Mi madre llevaba un vestido negro liso, muy elegante, con un abrigo de pelo gris y unos tacones de aguja del mismo color que el vestido. Un bolso negro le colgaba del brazo, su pelo estaba ondulado y su cara perfectamente maquillada, como siempre. Por su lado, mi padre vestía un traje de chaqueta y corbata negros, su barba estaba perfilada a la perfección y su pelo recién cortado.

Mi padre cogió una cerveza de la nevera, al igual que había hecho yo unos minutos antes... de tal palo, tal astilla. Mientras, mi madre guardaba cosas en su bolso.

Oí unos pasos en la escalera.

Hannah se había puesto un largo vestido rojo, palabra de honor. Me di cuenta de que tenía la espalda al descubierto, y donde ésta terminaba, el vestido hacía un efecto fruncido que marcaba su figura. Llevaba tacones negros y un bolso a juego. El abrigo que llevaba en su mano era de pelo, también negro. Se había recogido el pelo en una coleta alta que resaltaba sus rasgos, dejando a la vista su maquillaje que tan bien le quedaba. Llevaba unos pendientes y un collar a juego, ambos de color dorado, y una pulsera en su mano derecha.

Cuando llegó a mi lado, la tentación apareció en forma de mujer.

Mientras mis padres hablaban entre ellos sobre la cena, yo deslicé mi mano por la piel al descubierto que Hannah me estaba brindando con ese vestido. Al notarme, su vello se erizó y, conteniendo un respingo, me echó una mirada desde su altura. Eso me permitió fijarme en sus ojos: preciosos y brillantes.

Unos minutos después, los cuatro nos dirigíamos al ascensor. En completo silencio, descendimos hasta el garaje, nos metimos en el coche de mi padre y salimos del edificio en dirección al restaurante.

No despegué mis ojos de Hannah, a pesar de que me pilló infraganti un par de veces. La noche y las luces de Nueva York caían sobre su rostro mientras ella miraba por la ventana.

Estaba tan guapa...

Llegamos a uno de los restaurantes más prestigiosos y caros de la ciudad. Mi madre, agarrada al brazo de mi padre, avanzó hacia la puerta. Yo ayudé a Hannah a salir del coche y ella también se agarró a mí. Notaba su mirada en mi perfil mientras avanzábamos dentro del edificio.

El camarero nos llevó a nuestra mesa, en la que ya esperaban nuestros clientes, porque no podía llamarlos de otra manera, sabiendo el motivo por el que veníamos.

Jason vino el primero a recibirnos. Le tenía que dar las gracias por haberme pasado el contacto de su tío para el caso. Llevaba una camisa blanca con algunos botones desabrochados, dejando ver un poco su pecho, unos pantalones de traje azul marino y unos zapatos del mismo color. Su pelo tenía un aire desenfadado, como si no se hubiese peinado o se acabase de despertar.

Le saludé con gusto, al igual que Hannah. Ese chico era el más normal de toda su familia y siempre tenía una sonrisa para todos.

A continuación, se unió a nosotros Bryce que, al contrario que su hermano, iba de punta en blanco con un traje de chaqueta negro y pajarita, con esa cara de tonto del culo... Le di la mano por educación y vi cómo Hannah se acercaba a él con una sonrisa, le daba dos besos y cómo él le ponía la mano en la espalda, justo donde lo había hecho yo. Cerré los puños para contener la rabia.

Nos sentamos en cuanto nos saludamos todos. Mis padres y sus clientes en un lado de la mesa, y nosotros en el otro. Hannah estaba sentada a mi lado, y enfrente de ella, estaba Bryce, que no quitaba su arrogante y odiosa sonrisa de la cara.

Una voz enfrente de mí me distrajo. Jason me miraba desde su silla, frunció el ceño al darse cuenta de a quién miraba así. Pareció entenderlo, porque no me dijo nada al respecto.

Estuve hablando con él mientras echaba vistazos fugaces al imbécil y a Hannah. Jason me contó que estaba a punto de convencer a sus padres para venirse a Nueva York a estudiar. Saberlo me alegró; sería mi fiel compañero de gimnasio, estoy seguro. También hablamos de mi caso: como fue y quién ganó.

Hannah, a mi lado, hablaba abiertamente con Bryce. Volví a cerrar los puños. Joder...

-Tío - me llamó la atención Jason, susurrando. - Hannah está mejor, ¿verdad?




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