CLAIRE
Las paredes blancas de aquel hospital te engullían a cada paso que dabas. Estaba muy nerviosa. No había podido dormir aquella noche; ni siquiera al coger el avión conseguí relajarme, y eso que volar siempre me ayudaba.
Ni siquiera había dejado a John deshacer las maletas al llegar al hotel de cinco estrellas que habíamos reservado para ese finde semana. Había insistido en venir en cuanto aterrizamos.
No me había aseado ni refrescado tras el largo viaje. Iba con la misma ropa con la que había salido de casa unas horas atrás. Me miré en el espejo del ascensor: mi blusa rosa palo estaba algo arrugada en algunas zonas por haber estado sentada tanto tiempo, y descubrí una pequeña mancha en mis vaqueros blancos. Las ojeras en mis ojos eran evidentes, a pesar de haber intentado ocultarlas con maquillaje y cremas.
Me alisé la camisa con las manos y me peiné con los dedos el pelo recién cortado a la altura de los hombros. Aún no me acostumbraba a llevarlo tan corto. En cuanto se abrieron las puertas, mis pies comenzaron a andar con rapidez, buscando mi destino.
Habitación 169, habitación 169, habitación 169...
-Por favor, hijo, anda...- John tiraba de la mano de nuestro travieso y cabezota hijo.
Me detuve en seco al escucharle y me giré con una sonrisa hacia ellos. Los dos hombres de mi vida.
-Jake, haz caso a su padre y camina. - le ordené a mi pequeño monstruillo de cinco años, cuando ambos llegaron hasta mí.
-Yo quería jugar con mis coches. - dijo con su vocecita aguda. Sus ojos azul cielo, que había heredado de mí, se achinaron debido a su enfado. - No quiero estar aquí.
Se cruzó de brazos, y tuve que contener la risa al ver la cara incrédula de mi marido.
-Luego jugarás con tus coches, cariño. Ahora tenemos una urgencia. - le expliqué con dulzura, a pesar de que me estaba matando el estar ahí parada, en mitad del pasillo, en lugar de estar donde debía.
-No. Ahora. - insistió, cruzando los brazos otra vez.
Suspiré hondo un par de veces.
-Si te portas bien, luego papá y yo jugaremos contigo a los policías. - intenté persuadirle.
Su gesto cambio, y sus enormes ojos, que resaltaban a un más debido a sus largas y oscuras pestañas, se iluminaron.
-Vaaaaleee.- cedió al fin, y volvió a darle su diminuta mano a su padre.
John se acercó a mí y me rodeó la cintura con el brazo.
-Cariño, eres la mejor domadora que conozco. - me susurró, sonriendo.
-De nada. Aunque la vida te está castigando con una mini versión de ti.
- De eso nada. Yo no soy tan cabezón. - refunfuño.
-Claro, señor “si no existen rosas moradas, me da igual, porque las quiero en mi boda.” - solté una carcajada, mientras John me miraba con el ceño fruncido.
Lo que yo decía: tal para cual.
Por fin llegamos a la habitación. Dudé unos segundos antes de tocar suavemente la puerta, esperando no molestar.
Una voz conocida nos dio paso.
Entramos intentando no hacer ruido.
Mi mejor amiga estaba en la camilla, con el respaldo incorporado. Su cara estaba más pálida de lo habitual, pero seguía estando preciosa como siempre. Su trenza estaba medio deshecha, y en sus brazos reposaba un diminuto bulto envuelto en una sábana.
Me acerqué lentamente, aguantando las lágrimas que luchaban por salir. Le di un suave beso en la frente a amiga y me incliné para poder verla.
Una bebé de piel morena, pelo rubio y mofletes rositas, con un body rosa palo y un gorrito blanco, me robó el corazón al instante.
Mady, sin decir nada, me tendió a la pequeña. En cuanto la tuve entre mis brazos, supe que la querría y protegería siempre, como si fuese mi sobrina de sangre.
Su cuerpecito se estremeció al notar que unos nuevos brazos la acogían. Acaricié con delicadeza su manita. No pude evitarlo: las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Y del mismo modo las Mady hicieron lo mismo.
-Buenoo... ya la hemos liado. - dijo John, riéndose con su mejor amigo.
Me senté en el sofá azul, y Jake se acercó con cautela, como si no supiese que ese bebé no le haría nada.
-Ven, Jake, mira...- le alenté. Se sentó a mi lado, decidido, dejando atrás el miedo. - Mira qué chiquitita y qué guapa es.
Mi hijo la observó con atención. Sus ojos recorrían toda la diminuta figura de la bebé. Alargó su mano y le acarició suavemente las sonrosadas mejillas. La pequeña se movió ante su tacto, y Jake retiró la mano rápidamente, asustado.
- ¿Quieres cogerla? - le pregunté con cariño.
Asintió antes incluso de que terminara la frase. Su padre lo ayudó a acomodarse, haciéndole apoyar la espalda en el respaldo y colocando un cojín debajo de su brazo derecho. Luego, con mucho cuidado, deposité a la criaturita en sus pequeños brazos, indicándole cómo tenía que sujetarla y advirtiéndole de que tuviese cuidado con la cabeza.
- ¿Cómo se llama? - le preguntó a Mady, con su vocecita aguda.
-Hannah. - respondió mi amiga, con una sonrisa de oreja a oreja.
Abracé con fuerza a Chris, el padre de la criaturita, como siempre lo había hecho, con todo mi cariño.
Pasamos allí toda la tarde. Jake no permitió que le quitásemos a la pequeñaja, así que fue él quien le dio la siguiente toma del biberón. Le dolía un poco el brazo, pero no quería soltarla.
Los observamos en silencio y, con toda la ilusión del mundo, inmortalizamos el momento.
Jake le dio un besito en la cabeza, y la adorable niña abrió los ojos al instante, como si hubiese necesitado eso para despertar.
Sus ojitos color avellana se cruzaron con los azul cielo de mi hijo.
Y en aquel momento supe que Hannah había llegado para cambiarnos la vida.