Estábamos en el salón de mi casa cuando Adam apareció junto a ella.
Aún no podía entender cómo era posible que mi hermano se enredara con una chica tan corriente como esa.
Lisa Jones era conocida en toda preparatoria por su reputación. Una que estaba respaldada por la mitad del equipo masculino de baloncesto y tres tercios del equipo de fútbol americano, todos afirmando haber disfrutado de sus esencias más de una vez.
Eso sin duda la ponía en mi lista negra. No la quería cerca de mi hermano. No la quería en mi hogar. No la quería en absoluto.
Y creo que el sentimiento se hizo notar lo suficiente en mi rostro porque Ezra de inmediato me preguntó en un susurro:
—¿Qué te sucede, Liz?
Pero lo ignoré, apreté la mandíbula y levanté el mentón cuando la parejita se internó por completo en la amplia habitación.
—¿Por qué la trajiste a casa, Adam? —bramé cruzando los brazos sobre mi pecho.
Tan altiva y prepotente como siempre solía ser. Así era yo. Punto.
—¿Me estas preguntando por qué traje a mi novia a mi casa? —me preguntó él utilizando un tono frío y duro que nunca ponía en práctica cuando se trataba de mí.
Eso me dolió. Pero la indignación lo superó cualquier otra cosa.
—¿Cómo que novia? —me tenía que estar jodiendo.
—Como lo he dicho, hermanita. Mi novia —repitió él, sujetando la mano ella, mientra en su rostro aparecía una sonrisa tensa y nerviosa—. Pensé que podrían llevarse bien. Hacer cosas de chicas, y eso... —dijo entonces suavizando la voz.
Suplicándome con la mirada que lo apoyará en esto, pero lo único que pude hacer fue soltar una risa cargada de sátira al instante.
—¿Acaso sabes lo que todos dicen de ella? —le pregunté como si el motivo de la discordia no estuviera parado justo delante de mí.
—¿Lo que dicen quienes? ¿Todas esas personas que no tienen más oficio que meter las narices en la vida de los demás? —me preguntó él con los ojos bien abierto—. Porque si a ellos te refieres la respuesta es no. Y haz el favor de comportarte, Elizabeth, que ya me estás cansando.
—¡Me preocupo por ti, joder! Ella no te conviene. No te merece.
Le dije señalándola, y dejando de lado la educación por la que mis padres habían estado pagando toda una vida.
—Adam... eh... Mejor me voy —le dijo ella, bajito.
—Si, es mejor que te vayas —secundé yo.
—¡No! Eres mi novia y esta es mi casa. Tú te quedas aquí conmigo —le respondió él, sin dejar lugar a replica.
—¡Adam! No ves que ella puede tener alguna enfermedad, ella...
—¡Cállate! —gritó tan fuerte que me hizo temblar—. Cállate, Elizabeth, te estás pasando de la raya. Esta es mi vida. Y es la última vez que te doy derecho a opinar sobre ella —zanjó.
Y esas fueron las últimas palabras que me dijo antes de darse media vuelta y arrastrarla a ella consigo rumbo al piso superior.
Resoplé tan fuerte que se pudo haber confundido con el relinchar de un caballo.
Miré a Ezra y lo vi recogiendo todos los papeles del proyecto que teníamos esparcidos arriba de la mesa.
—¿Qué haces? —le pregunté, apenas habíamos empezado a trabajar veinte minutos atrás.
—Me tengo que ir —respondió sin mirarme con voz neutra.
—Pero si no hemos hecho prácticamente nada aún —repliqué yo, sin saber cómo detenerlo.
Algo dentro de mi pecho se apretó.
—Lo hacemos otro día, me tengo que ir, Elizabeth.
Pronunció mi nombre dándose media vuelta para mirarme a los ojos. Y lo único que pude identificar en su mirada fue decepción.
Luego de eso salió de mi casa en completo silencio, mientras yo me quedé de pie, en medio del pasillo deseando ser un poco menos yo.
Porque esa era la primera vez que me mostraba sin máscaras delante de él.
Y supe sin ninguna duda, que eso no le había gustado para nada.
Lo acababa de perder. Y eso que ni siquiera lo había tenido.
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Elizabeth, siento, Elizabeth 💔