Por todas las canciones que No eran para mí

T R E C E

—Joder, estás coladita por él, hermanita —canturreó Adam a mi lado, pinchándome con su dedo por las costillas.

Lo aparté con un manotazo, rodando los ojos.

—¿Por qué mejor no te subes en la mesa y se lo gritas a todo el comedor? —le espeté en un siseo, porque lo amaba demasiado, pero me molestaba de sobremanera que se jugara con mis sentimientos. No era fácil para mí demostrarlos.

No después de él.

—Lizzy, no pasa nada. —Él rodeo mis hombros con uno de sus brazos para poder susurrar cerca de mi oído—: Sabes perfectamente que Ezra siente lo mismo por ti —me confesó mirando hacia donde estaba él, esperando su turno en la fila para el almuerzo.

El corazón se me detuvo por un micro segundo.

—¿Te lo ha dicho él? —le pregunté como una bala, mirando con demasiada intensidad esos ojos de color esmeralda casi idénticos al de los míos.

Adam y Ezra se habían convertido en amigos cercanos, era lógico que, si con alguien hablaba el pelinegro de sus sentimientos, ese tenía que ser mi hermano.

Y aunque muchas veces me vi tentada a preguntarle directamente, siempre terminaba desistiendo de la idea para así evitar, precisamente, la decepción que estaba sintiendo en ese momento, cuando Adam negó con la cabeza.

—No, pero lo sé por la forma en la que te mira —aseguró con una sinceridad que era propia de él.

Mi hermano no me mentiría jamás. Sin embargo, su percepción de los hechos era subjetiva. Quizá lo que él veía no era más que el cariño que Erza había desarrollado por mí durante todo ese tiempo.

Después de todo, ya estábamos en diciembre, habían pasado ya tres meses desde que nos conocimos en aquellas gradas, y el chico del que yo estaba completa e irremediablemente enamorada, para ese momento seguía sin dar un paso más en la dirección que yo necesitaba.

Mis energías se estaban agotando. Y ya podrían haberme dado un master en el arte de tocar la jodida guitarra de tanto practicar en nuestras clases.

Y ni siquiera cuando trabajábamos en la bendita polla que nos había tocado defender para el proyecto, había conseguido lo que con desespero buscaba de él.

—¿Qué se supone que hacen entonces durante todas las horas que pasan encerrados en salón de juegos? ¿Jalársela? —pregunté con bufido frustrado, quitándome su brazo de encima—. ¿Cómo es posible que siendo tu mejor amigo no te diga una mierda?

Adam se echó a reír ganándose mi desprecio absoluto durante cinco segundos.

—Por Dios Lizzy, soy tu hermano… —dijo como si aquello fuera una revelación divina.

—Casi no me entero —ironicé rodando los ojos.

Él suspiró.

—¿Crees qué, con lo cohibido que es, va a confiarme precisamente a mí, que está enamorado de mi hermanita? —me preguntó en retórica, levantando una ceja.

Me quedé analizando su pregunta por un momento, hasta que todas las piezas comenzaron a encajar.

Entonces era eso… Ezra no se atrevía a dar un paso en falso por el jodido código de los mejores amigos.

«¡Madre mía! ¿Me estaban jodiendo?»

—¿Qué mierda pasa con ustedes los hombres? —indagué en un siseo apretando los dientes—. Joder. Él es uno maldito idiota —gruñí cubriéndome la cara con las manos, pensando en él.

Ya empezando a sentir un cabreo monumental. Tres meses llevaba intentando ganarme el corazón de Erza ¿Y él me rechazaba por respeto a mi hermano? ¿Quién carajos le había dicho que él decidía quien podía o no estar a mi lado?

Precisamente Adam, que hacía lo que le daba la gana con la golfa mas golfa de toda la preparatoria, importándole una mierda lo que opinara yo.

Pensándolo así, hasta me parecía una broma de mal gusto.

—¡Wow! ¡Cuando odio! ¿A quién hay que matar, Lizzy? —escuché que preguntaba la voz juguetona de Erza muy cerca de mí.

Me descubrí la cara con lentitud, y me lo encontré tomando asiento justo frente a mí. Pero mi molestia fue en crecento a medida que lo veía sonreírme con esa dulzura que me enamoraba.

Me levanté de golpe, señalándolo con mi dedo antes de pronunciar:

—¡A ti, Ezra! ¡Por cobarde!

—¿Qué? —emitió descolocado, con pinta de no estar comprendiendo nada.

Respiré profundo, dispuesta a darle una última oportunidad a esta estúpida ilusión que había tenido con él desde que lo vi por primera vez.

—Dime algo, ¿yo te gusto? —pregunté directamente, importándome una mierda estar llamando la atención de medio comedor.

Él me miró abriendo mucho los ojos con las mejillas encendidas, separó los labios, pero antes de que la respuesta que yo estaba esperando abandonara sus labios, miró hacia donde estaba mi hermano, asustado.

—Lizzy, yo… ¿Por qué me preguntas eso aquí… ahora?

—Porque me da la gana, además, es una pregunta muy fácil de responder: si o no —señalé, cruzando mis brazos.

Él parpadeó varias veces seguidas, como si no me reconociera, pero no me importó, su silencio me estaba doliendo más que cualquier otra cosa.




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