Mientras tanto, en casa su esposa se hallaba desesperada, un montón de teorías pasaban por su mente desde que él había salido tan apurado de casa, ninguna de ellas estaba ni un poco cerca de la realidad lo que demostraba una cosa; ella no estaba tan alerta como lo creía. Sus especulaciones eran sin fundamentos, tan alocadas que solo una mente tan dramática y creativa como la suya sería capaz de crear semejantes historias.
La pobre mujer se comía las uñas de los nervios pensando en una sola cosa, su hija tenía un amante y su esposo lo sabía, no había otra razón por la cual el hombre estaría tan tranquilo sabiendo que Andrea no aparecía, además ella sabía de la animadversión que sentía hacia su nuero. Lo detestó desde el primer día en que lo conocieron.
—¿Cómo no me di cuenta antes? —Se reclamó a si misma sin darse cuenta mientras que tomaba el teléfono de la cocina, las manos le temblaban al pensar en que su hija hubiera caído tan bajo, siempre había odiado el tema de las infidelidades ya que su familia se rompió por una cuando era pequeña y ella nunca logró superarlo. —¿Corina? Hola, amiga, necesito hablar contigo urgente. ¿Podrías venir a mi casa?
La mujer del otro lado y su amiga de toda la vida le preguntó qué era lo que pasaba para que se escuchara tan preocupada, la últimas vez que la había escuchado así fue porque se le había adelantado el parto de su último hijo y su esposo no estaba en casa pero era obvio que no era el caso.
—Ni yo lo sé. —Respondió y apretó los labios, no sabía cómo actuar en esa situación. —Por favor, ven.
Corina y ella eran amigas de la infancia, estuvieron siempre la una para la otra y no tenía nada que hacer en su casa por lo que asintió como si se estuviesen viendo a la cara.
—Voy para allá. —Y colgó la llamada.
La verdad era que la edad comenzaba a pasarles factura a las dos, desde que pasaron los cuarenta y sus respectivos hijos se casaron habían entrado en el papel de viejas metiches, ese es el problema de no tener nada qué hacer, siempre terminas malgastando el tiempo en tonterías, eso ellas comenzaban a saberlo bien…
El hombre salió de allí dispuesto a hacer cualquier cosa para lograr su objetivo, la frustración y molestia que sentía era demasiado para él, no quería seguir como hasta ese momento lo había hecho por lo que en ese momento iba dispuesto a todo… Ya no se detendría por lo que el resto de las personas le pudiesen decir.
Aun así eso no quería decir que no estuviese preocupado, pues, por más que detestara a su nuero no podía negar el hecho de que muy a su manera, él había logrado hacer feliz a su pequeña y no porque no lo terminara de aceptar en sus vidas le restaría aquello. Debía admitirlo, el hombre era un imbécil en ocasiones pero era la persona que su hija había decidido quería pasar el resto de su vida y por eso era que había respetado su decisión, no pensó que su relación pudiera llegar a durar tanto como lo había hecho hasta ese entonces, puesto que su hija nunca fue fácil de controlar.
No fue hasta verla ceder que recordó las palabras que algún día hubo de decirle su esposa cuando era más joven, el amor es ciego, una frase tan real por un lado como falsa por el otro. Largó un suspiro al pensar en lo que se vendría, esperaba que su pequeña fuera lo bastante fuerte.
—Mi pequeña… —Susurró al llegar a su destino, la casa parecía estar sola y eso lo preocupó porque si ella no estaba allí no sabía a dónde ir para buscarla.
Bajó de la vieja camioneta con el corazón apretado, hacía años que no se sentía tan desolado como en ese momento, solo cuando su mujer hubo de irse de casa sin decirle nada muchos años atrás por una discusión y pensó que no volvería a vivir esa amarga experiencia. La verdad era que no lo estaba haciendo, al menos no con su esposa, esta vez, la protagonista de su angustia era su hija.
Se quedó de pie frente a la puerta principal, tenía muchos años de no ir a aquella casa y se sentía por completo fuera de lugar así como triste al ver cómo había cambiado con los años, nunca pensó que él abandonaría algo que amó tanto sin luchar hasta que se vio un par de años atrás en ese lugar, quizás no debió haber ido allí en un principio… Sus pensamientos fueron interrumpidos porque la puerta había sido abierta, frente a él se encontraba un hombre y aunque se dijo que su presencia allí no debía afectarle la verdad es que lo hizo, como jamás esperó hacerlo.
—Buenas tardes, busco a Cristal. —Saludó guardando la bruma de sentimientos lo más profundo que pudo. El hombre frente a él asintió mirándolo de arriba abajo, era obvio que ninguno de los dos se agradaban, cualquier persona que los viera podría haberse dado cuenta.
—¿Quién la busca? —Preguntó osco, no parecía la clase de hombre con quien ella habría de meterse pero él ya no tenía ningún derecho de opinar.
—El padre de Andrea. —Se obligó a decir cuando la realidad era que otras palabras querían salir de su boca, el rostro del hombre brilló en conocimiento. —¿Se encuentra alguna en casa?
El hombre desconocido para él hasta el momento asintió y se hizo a un lado dejándolo pasar, luego lo dirigió hacia la sala de estar.
—El señor te busca, dice ser el padre de Andrea. —Al escuchar aquello a la muchacha se le calló un vaso que acababa de tomar de la mesilla que tenía junto al mueble, el muchacho se apresuró a alejarla de los vidrios y buscar algo para recogerlos, ellos lo observaron recoger en completo silencio. —Voy a trabajar, nos vemos ahora, hasta luego.
Se despidió de ambos dejándolos en un silencio sepulcral, ninguno sabía qué decir en ese momento, ella no podía creer que él estuviera allí, en su casa.
—Yo… —El llanto de un niño los interrumpió y lo hizo removerse intranquilo mientras que ella se apresuraba al lugar del que provenía el llanto, volvió con una pequeña de poco más de un año entra sus brazos.
—Dime, ¿a qué has venido? —La pregunta salió de sus labios sin medir el tono, no era una persona grata para ella.