Por tu amor

Capítulo diecinueve

Se dirigieron con paso lento y pesado hacia el aparcamiento, Carlos de repente comenzó a sentir que el cuerpo le pesaba, quizás sí que se pasó un poco de tragos sin darse cuenta. Bostezó con fuerza sintiéndose cansado de repente y sintió como un leve mareo le invadía pero fue incapaz de decir algo para que su acompañante le ayudara, así que en su lugar continuó con su camino a pasos más lentos. —¿Carlos? —Llamó ella al verlo detenerse de repente frente al auto y quedarse mirándolo sin decir palabra ni hacer ningún movimiento. —¿Te sientes mal? Él ni siquiera le respondió, pero sí levantó el rostro y se le quedó viendo mientras pensaba en lo hermosa que ella se había puesto, antes había sido hermosa, sí, eso era algo innegable pero en ese momento… le parecía que estaba demasiado hermosa para su propio bien y el del resto de la población masculina, incluido él. —Manejas tú. —Avisó lanzándole el llavero que ella atajó en el aire. Recordaba con claridad que él siempre había detestado siquiera pensar en que otra persona tocara su auto, pero habían pasado ya unos cuantos años de eso y las personas podían cambiar así que haciéndole caso subió en el asiento de piloto. —¿Sabes algo, Sandra? —¿Qué? —No lo miró. Estaba concentrada sacando el auto del aparcamiento para llevarlo a casa, ya era muy noche y ella estaba muy cansada. Lo único en lo que podía pensar era en llegar a su pequeño pero acogedor apartamento y echarse a dormir. —Tenías razón con todo lo que me dijiste… —Bostezó largo y tendido. —Con respecto a mi mujer, debí haberte elegido a ti. Ella no era más que una escuincla con muchos sueños estúpidos en su cabeza y aunque creí que podría controlarla, la verdad es que se me está escurriendo por las manos. Sandra se preguntó si acaso no le estaría diciendo todo eso solo porque se encontraba borracho y dolido ya que ella lo había dejado sin ningún tipo de explicación llevándose consigo al hijo de ambos. Aunque bien decía su abuela; los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. —No lo recuerdo. —Contestó. —Igual eso ya no importa, ustedes se aman y son felices. Tienen un hijo. Lo único por lo que se deben preocupar es por el bienestar de él. —Sí… probablemente tengas un poco de razón. Pero la verdad es que Andrea está empeñada en lo suyo, que quiere comenzar a trabajar y no quiere escuchar de razones. Y bueno, Miguel, ese es otro cuento. La verdad es que el niño no me quiere, no me soporta. Dudó un poco acerca de lo que él decía. Sí, puede que Carlos siempre haya sido un buen hombre, y ella tenía una ligera obsesión con él pero eso no quería decir que le creería absolutamente todo lo que él dijese. Lo escuchó todo el camino quejarse acerca de su esposa, y sí, la chica era muy joven para todas las responsabilidades que se había echado encima, pero hasta que no viera por sus propios ojos lo que Carlos afirmaba, no le creería. Había aprendido por las malas que a las personas no les gusta ver al resto felices y que eran capaces de lo que sea por quedar bien frente a los demás. Echó todos sus pensamientos a un lado mientras estacionaba el auto frente a la casa de Carlos. El hombre podía ser un idiota pero se notaba lo mucho que amaba a su esposa a pesar de tener esas estúpidas ideas arcaicas en su cabeza. —Bien, Carlos. Hora de entrar a casa. —Volteó al decir aquello y se encontró con que el hombre dormía apoyado contra la puerta del auto. Suspiró. —Esta será una larga noche…



#37645 en Novela romántica
#6215 en Chick lit
#9242 en Joven Adulto

En el texto hay: poder, amor, superacionpersonal

Editado: 16.09.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.