“Toma sin olvidar y da sin recordar”.
-Bryant H. McGill.
Daniel observó por la ventana cómo la nieve caía sin cesar, enterrando todo a su paso.
Faltaba un día para navidad.
Un día y, sorprendentemente, se sentía reacio a recibirla.
¿La razón? Dos días atrás había descubierto que no quería dejar de ver a Megan revoloteando a su alrededor por el almacén.
Ella había estado cumpliendo su parte del trato. Llegaba al almacén cada día después de su turno en la tienda de comestibles.
Los primeros días él se mantenía en el gimnasio mientras ella se encargaba de organizar el desastre en el almacén... Así que la espiaba a través de la pared de vidrio mientras se ejercitaba.
Observaba sus movimientos, la forma sumamente cuidadosa en que acomodaba los juguetes... O el momento en el que sonreía como una niña pequeña cuando probaba los juguetes, verificando que no se hubiesen roto con la caída.
Al verla así, no pudo evitar preguntarse si ella había tenido juguetes al crecer... Cada día se descubría a sí mismo más interesado en ella.
Intentó ignorar esos pensamientos que lo bombardeaban... Pero luego, se dio cuenta de que no podía sacársela de la cabeza, por mucho que lo intentara.
Así que, en lugar de entrenar, comenzó a salir al almacén durante las noches.
Descubrió que ella se cansaba de mover tantas cajas sola, así que empezó a ayudarla.
Nunca reconociendo que lo hacía, por supuesto. Para ella, él sólo estaba asegurándose de que no intentara robar algo más.
—¿Dónde estás colocando estas?—preguntó él, cargando algunas cajas de arquerías de soccer.
—De aquel lado, justo frente a las piscinas inflables. —informó ella, indicándole la dirección con la mano.
—Está bien. —susurró él y, luego de dar algunos pasos, las apiló donde ella lo había estado haciendo. —Entonces, básicamente, asignaste espacios a cada juguete según su función y, de último, corresponde la distribución de ellos en su lugar asignado. —murmuró él pensando que sonaba complicado, pero que en realidad no lo era.
—Sí. El almacén es grande, pero aún así había mucho espacio mal utilizado... En adelante, podrás guardar tres y cuatro veces más la cantidad de juguetes que ya guardabas. —le dijo ella con emoción, sintiéndose buena en algo por primera vez.
—Es una idea maravillosa. —la halagó él y ella se giró dándole la espalda, para que no notara su sonrojo.
Megan sabía que era estúpido sentirse así por él en tan poco tiempo... Pero no había forma de detener a sus sentimientos.
Eran fuertes. Tanto que, en cuanto lo veía, hacían que su corazón latiera cual semental desbocado dentro de su caja torácica.
Estaba cansada. Tenía varios días durmiendo muy poco y trabajando el doble.
Su cuerpo le pedía descanso, pero no podía detenerse, no cuando estaba tan cerca de obtener el juguete.
Además, siendo honesta consigo misma, se estaba aferrando a la esperanza de conseguir un trabajo con Daniel Kingston.
No sólo porque el hombre le hubiese comenzado a gustar más que el chocolate caliente con malvaviscos, sino porque le gustaba trabajar en el almacén.
Era solitario y tranquilo, sin compañeros de trabajo molestos que estuvieran a la espera de que te despidieran.
—Quiero hacerte una propuesta. —dijo Daniel apareciendo detrás de ella y asustándola.
—¿S-si?—contestó nerviosa. Su mente comenzó a imaginarse una infinidad de posibles propuestas y su piel se sonrojó furiosamente.
—Me gustaría que trabajes conmigo... Como en un puesto de trabajo fijo. —soltó él y ella se sintió avergonzada, al darse cuenta de que no era ningún tipo de propuesta indecente.
—¿Después de lo que hice?—preguntó muy sorprendida de que siquiera la estuviera considerando para cualquier cosa.
—Me he fijado en ti y en cómo te comportas. Estoy arriesgándome a darte una oportunidad de trabajar conmigo y ganar dos o tres veces más de lo que debes ganar en la tienda de comestibles... —soltó él y ella se emocionó. —Pero quiero una cosa a cambio. —agregó.
Megan sintió que su alegría se desinflaba como un globo.
¿Al final sí iba a ser uno de esos hombres que ofrecía cosas y pedía otras a cambio?, se preguntó decepcionada. Lo cierto era que lo había comenzado a ver con admiración, y pensar en que él pudiera ser así la entristecía.
—¿Qué quiere a cambio? —se atrevió a preguntar, decidiendo ser valiente hasta el final.
—Quiero que me digas la verdad sobre la casita de muñecas... ¿Por qué intentaste robarla?—preguntó él y ella suspiró.
Aunque la hacía sentir mejor el saber que él no era ningún depravado, no podía decirle la verdad.