“Dar abre el camino para recibir”.
-Florencia Scovel Shinn.
Megan no podía hacerlo.
Lo último que quería era que Maggie se fuera odiándola por hacer que alguien más supiera y sintiera lástima.
—Le agradezco la oportunidad... Pero, lo siento mucho. No puedo decirle. —dijo ella cerrándose, volviéndolo a tratar de “usted”.
Él se sintió mal, como si ese paso en falso lo hubiese hecho regresar al punto de partida con ella. Como si, de pronto, no hubiesen comenzado a tener cercanía los últimos días.
—¿Por qué no me puedes decir?—preguntó él en un susurro, acercándose a ella, presa del magnetismo que sentían.
—Porque no... Discúlpeme. Si al final decide llamar a la policía... Lo entenderé. —susurró ella levantando el rostro y conectando sus miradas.
Esa mirada que ella le dio hizo que su corazón se sacudiera dentro de su pecho.
No sabía qué hacer.
Moría por saber la verdad, no soportaba seguir en ascuas... Pero tampoco era capaz de dejarla ir.
De pronto se sentía territorial con ella. Quería asegurarse de tenerla cerca... No soportaba la idea de que ella se alejara de él y encima se estaba quedando sin opciones.
¿Qué más podía hacer para que ella se quedara cerca?
Sólo le quedaba un día y él necesitaba resolver eso.
Frustrado, se dio la vuelta y entró al gimnasio.
Ella lo vio irse molesto y se sintió culpable.
Se estaban llevando muy bien, él era considerado con ella y en los últimos días se había mostrado interesado en lo que ella tenía para decir. Incluso había elogiado varias veces lo que ella hacía... Pero, tristemente, ahora parecía que las cosas iban a terminar mal entre ellos.
Sólo le quedaba un día. Ella vendría temprano en noche buena y acomodaría las últimas cajas.
Una vez hecho, todo habría acabado. No volvería a verlo y eso le hizo sentir una opresión en el pecho.
El día siguiente pasó rápidamente para los dos.
Ella atendió durante todo el día en la tienda de comestibles, y él estuvo dirigiendo la distribución de los juguetes en sus tiendas de la ciudad y ciudades vecinas.
Para ambos las cosas iban bien en su día, pero sentían un vacío que llevaba el nombre del otro.
Mientras que Megan se negaba a reconocer lo que sentía, Daniel sí que lo sabía.
Lo entendió la tercera vez que se descubrió a sí mismo queriendo ir a buscarla a la tienda de comestibles donde trabajaba.
La había seguido hasta su casa la noche anterior, se sentía como un acosador pero necesitaba saber dónde buscarla después, en caso de que ella se negara a aceptar su propuesta.
Se sentía desesperado, intentando aferrarse a cualquier cosa que la mantuviera en su presente y futuro.
Estaba ansioso porque llegara la noche.
Sería la última noche de su trato, luego se suponía que no la vería más.
Él le entregaría su juguete y ella se iría, dejándolo totalmente flechado.
Definitivamente no iba a conformarse.
Algo se le iba a ocurrir, pero no podía dejarla desaparecer de su vida esa noche.
Él se mantuvo con eso en mente todo el día, a pesar de que siguió muy ocupado con la distribución de juguetes en las tiendas.
Para cuando cayó la noche, Megan entregó el turno a su compañero de trabajo y se dirigió bajo la fría noche hasta la juguetería.
Necesitaba terminar con su trabajo pendiente en el almacén.
En primer lugar, para ir temprano a llevarle el regalo a Maggie... Y en segundo lugar, porque ya había aceptado que no volvería a ver a Daniel.
El día le sirvió para pensar bien las cosas.
Lo mejor era arrancarlo de ella como a la cera depilatoria, de un tirón para que el dolor fuera por menos tiempo.
Ella ya estaba acostumbrada a hacerlo. Nunca tuvo una familia... Así que, cuando se encariñaba con alguien y le sucedía algo parecido a eso, su única respuesta era desechar los sentimientos y seguir adelante como si nunca hubiese sucedido.
La noche transcurrió normalmente durante las primeras dos horas.
Daniel fingía evaluar todo, pero en realidad se mantenía bebiendo visualmente la imagen de Megan mientras trapeaba el suelo del almacén después de terminar con la organización de todas las cajas.
El tiempo juntos estaba acabando. Él asumía que ella terminaría de trapear en una media hora... ¿Qué haría ahora? ¿Era posible que funcionara su plan?
La media hora se pasó volando, como si de un parpadeo se hubiese tratado.
Daniel estaba triste, pero fingió indiferencia.
Si quería que su plan funcionara, ella no podía sospechar nada.