Porque eres perfecta

Capítulo II: Acontecimientos inesperados

Conduzco hasta el Diamond Palace Hotel. Dejo mi auto en el estacionamiento y me encamino a la entrada.

Esta mañana me he tenido que obligar a salir de la cama.

Después de un largo tiempo fui capaz de dormí temprano, así que sería lógico que al despertar estuviera llena de energía y lista para afrontar un día más. Pero resultó todo lo contrario, siento mi cuerpo pesado además de que a mi estómago no parece haberle caído bien la cena de anoche.

Tomando el ascensor hacía el décimo piso, llegó al Pent-house. Que actualmente lidera la lista de la inmobiliaria más costosa de la ciudad.

Mientras dejo una tetera calentando agua en la cocina, voy a la habitación principal. Una vez ahí, camino hacia el moderno, amplio y por supuesto, bien organizado vestidor.

«Este lugar es más grande que mi apartamento» es lo que pienso siempre que estoy en este lugar.

Selecciono una camisa blanca, un traje de vestir color antracita, una corbata color gris marengo, así como un cinturón y zapatos negros. Para completar, un vistoso, pero elegante reloj, clip de corbata que va a juego con un par de mancuernillas y por supuesto un pañuelo blanco de bolsillo.

​​—Buenos días, señor—digo una vez que veo entrar al director en el vestidor.

Lleva solamente una toalla a la altura de la cadera, dejando al descubierto la parte superior de su cuerpo. Esta mojado, su cabello despeinado y su cuerpo tiene un color rojizo, como consecuencia de la ducha que minutos antes había tomado.

​​—Señorita Belmont ​​—respondió con voz jadeante, al mismo tiempo que llevaba su cabello hacía atrás.

Al parecer se estuvo ejercicio desde muy temprano, lo cual solo me dice una cosa; no tuvo la mejor de las noches.

​​—¿Pudo descansar? ​​—me atreví a preguntar.

​​—Sabes que no ​​—respondió con disgusto.

Comenzó a vestirse con la ropa que elegí, mientras que yo simplemente me giré en busca de la secadora de cabello.

Ese hombre no parece tener pudor estando frente a mí. Tal vez sea porque ninguno de los dos alberga sentimientos por el otro, o solo se trate de una profunda confianza generada de estos casi diez años de trabajar juntos.

Al estar por terminar, se acercó y me extendió su mano que sostenía la corbata. En los segundos que pasé haciendo el nudo de la corbata pude sentir su intensa mirada sobre mí, tanto que incluso quería preguntar «¿Qué? ¿Tengo monos en la cara?» pero me contuve, al recordar a quién se lo diría.

Una vez listo, el director tomó asiento frente al espejo, mientras yo encendía la máquina para comenzar a secar su cabello. Es un orgulloso poseedor de un clásico corte de cabello largo, un poco más corto en la parte del frente y largo hasta el cuello en la parte de atrás.

Es tan suave, sedoso y de un brillante color azabache. De hecho, mucho mejor que el mío, al cual le debo meter un montón de tratamientos para mantenerlo por lo menos sano.

El director dice que no invierte tiempo en esa parte de su cuerpo, que solo lo ha dejado crecer. Pero no le creo y algún día descubriré el secreto de ese perfecto cabello.

​​—Prepararé el té ​​—anuncio cuando termino, para luego salir de la habitación.

Preparé dos tazas de té de jengibre, tomé la mía y salí a la terraza, aún faltaban treinta minutos para irnos. Observe la magnífica vista panorámica de la ciudad, que como siempre se encuentra con mucho movimiento.

Vuelvo a entrar cuando escucho el sonido de sus pasos. «Elegí correctamente» me digo a mí misma al mirar lo bien que luce el director Xanthus.

Nos sentamos a disfrutar del té mientras le informaba de la agenda de hoy.

​​—¿Qué es? ​​— preguntó el director al mirar lo que coloqué sobre la mesa.

​​—El primero es la factura de la tintorería y el segundo un ticket de compra ​​—respondí con molestia al recordar lo ocurrido en la supuesta cita.

​​—¿Qué fue esta vez?​​—dijo como si fuera una situación de lo más normal.

​​—Vino tinto —respondí, su rostro mostró una expresión de desagrado, seguramente a causa de aquella bebida.

​​​​Al llegar a la oficina cada uno se enfocó en sus labores. El tiempo transcurrió con normalidad, al igual que cualquier otro día.

Hasta que sonó el intercomunicador.

—Director, el señor Donovan está aquí​​—Informó Ophelia al otro lado de la línea.

​​—Dile que pase ​​—Ordenó.

​​—Si, señor.

De forma instantánea, el mencionado apareció por la puerta. Sus manos cubrían su rostro mientras entraba en la oficina.

​​—No veo nada, cualquier cosa que estén haciendo. ¡Juro que no veo! ​​—gritó.

​​—¿Hasta cuándo seguirás con eso? ​​—preguntó el director con fastidio.

​​​​—Solo me aseguro de no pasar por una situación incómoda, es mejor prevenir que lamentar ​​​— explicó. Movió los dedos de sus manos separándolos, para poder ver.

Ese movimiento, fue igual al de un niño asustado por una película de miedo que les rogó a sus padres que lo dejarán ver. El cual desde el principio entendió que no fue la mejor idea, sin embargo, aún quería saber cómo terminaría la historia.

Soltó un suspiro un tanto exagerado, bajo por fin las manos y volvió a hablar;

​​—Qué bueno que estén vestidos​​ ​​​​—comentó con voz pícara.

​​—Déjate de tonterías, mejor dime ¿A qué has venido? ​​—cuestionó el director.

​​—Estoy aquí para saludar a mi amigo y por supuesto a la encantadora asistente que trabaja para él —respondió guiñando un ojo.

Se sentó a mi lado cruzando las piernas, como siempre demostrando su destreza en el manejo de la etiqueta.

​​—Señor Donovan, es un placer como siempre —dije.

​​—El placer es mío, señorita Belmont ​​—saco del bolsillo interior de su saco, una pequeña caja de color negro​​—. Espero te guste.

Eran unos hermosos pendientes de perlas, elegantes y discretos, la combinación perfecta.




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