Cuando el sol de la tarde acaricia su rostro, parece igual que antes, su piel se vuelve del color que alguna vez fue, incluso así, a pesar de su mirada ausente, de su notable pérdida de peso y las ojeras prominentes, es hermosa, como una muñeca de porcelana.
Acaricio su cabello mientras el viento cálido sopla suavemente, estamos sentados en el árbol tras la casa, es la primera vez que salimos fuera en mucho tiempo, por lo general ella se queda en su habitación y yo permanezco a su lado, o lejos de ella cuando el dolor es más fuerte que mi voluntad.
- Te contare una historia… – le digo de pronto, deseando que ella realmente me esté escuchando – hace tiempo, una pequeña niña vivía feliz junto a sus padres y hermana, le encantaba andar de aquí y para allá y subir el roble que estaba en su patio.
Cuando cumplió siete años, la pequeña logró lo que nunca había podido hacer, llegar hasta la cima del árbol, sin embargo, cuando trato de bajar, la rama en que apoyaba uno de sus pies se rompió y la niña cayo, rompiéndose varios huesos.
Estuvo en el hospital mucho tiempo, una de sus piernas estaba gravemente dañada y era posible que no volviera a aminar como antes.
Sin embargo, la pequeña comenzó sus rehabilitaciones, tenía una fuerza de voluntad más grande que cualquier otra persona, se esforzó y cuando salió del hospital, ella podía caminar igual que hacía antes de caer.
Al llegar a casa, la niña corrió para que sus padres no pudieran detenerla y se fue hasta donde estaba el árbol, comenzó a treparlo hasta llegar a la cima, sus padres preocupados, le rogaron que bajara, ella los obedeció y bajo del árbol, esta vez, sin caer, cuando estuvo abajo, los padres la regañaron y le preguntaron por qué lo había hecho, la pequeña solo sonrió, abrazo a su madre y les dijo: “Si no lo hacía ahora, cuando fuera mayor tendría miedo de intentarlo, nunca lo superaría, por eso tenía que enfrentarlo, para alejar el temor”.
Volteo a verla, ella ni siquiera da señales de haberme visto, suspiro un poco triste, me levanto, sacudo las hojas que se quedaron pegadas a mi ropa, después la levanto a ella, la limpio y entramos a la casa, la llevo a su cuarto, creo que quiere descansar.
La recuesto suavemente, ella se deja manipular sin resistencia alguna, me aseguro de que sus almohadas estén mullidas y la cobija la cubra bien, antes de irme, me quedo sentado contemplando su delicado aspecto.
- ¿Lo recuerdas?, tenías siete años y no te dejaste vencer, luchaste contra tus miedos y los venciste y yo sé que aquella niña está ahora en tu interior, peleando contra ti misma y el miedo que sientes.
Sigue sin mirarme, desesperado, tomo su mano y la aprieto con fuerza, entonces, ella cierra sus dedos, por unos segundos, ella también toma mi mano, aunque después su agarre cede.
- Por favor mi pequeña muñeca – suplico sin soltarla – yo sé que puedes salir de ese lugar en el que te aislaste, sé que puedes volver conmigo.
Ella cierra sus ojos de improvisto, a veces lo hace, cuando el cansancio puede más que ella y sus ojos se cierran involuntariamente, dejándola en un estado de sueño, pero sin descanso, ni pesadillas, antes de irme, beso su mano y la arropo con ternura, se ha vuelto tan pequeña, se ha vuelto una muñeca inanimada.
Una pequeña muñeca rota.