15 de octubre...
Sollozos, quejidos, llanto desconsolado, era lo único que se escuchaba por toda la casa; aquel sufrimiento junto a un desgarrador grito de dolor provenía del fondo de un pasillo,
tras una puerta, en aquel pequeño cuarto de baño. En el suelo acurrucada en posición fetal, intentando retener todo el sufrimiento, arrepintiéndose de un acto cometido hace ya
tiempo; se encontraba una pequeña adolescente, Catalina, que de un segundo a otro rogaba con todas sus fuerzas que su llanto se detenga, o se oculte. Los minutos pasaron y de pronto el sonido metálico de unas llaves se hizo presente en el primer piso de la casa, la puerta principal se abrió emitiendo un sonido metálico, rompiendo el silencio que habitaba hace segundos.
— Llegué -dijo una voz femenina desde la cocina, se adentró más en la casa al no recibir respuesta alguna, lo cual despertó su atención y preocupación -¿Cata? ¿dónde estás? -La mujer subió las escaleras de manera apresurada, su corazón latiendo cada vez más rápido, una puerta de madera estaba frente a ella, su instinto la alertaba, pero al entrar al cuarto de baño... nada
— Hola mamá -Habló por detrás Catalina quien secaba su cabello con una pequeña toalla bajo el marco de una puerta -Salí de bañarme, perdón. ¿Todo bien?
— B-Bien, si, to-todo bien, traje pizza -un suspiro salió de su boca, lo que la tranquilizó y volvió al piso de abajo.
1 mes después...
— Nada funciona -hablo Catalina -mamá va a matarme si se entera -las lágrimas brotaban por las mejillas de la joven junto a su mejor amiga -tienes que ayudarme Salo por favor,
no me dejes...
Salome era una joven extrovertida, era lo que muchos padres conocerían como una mala influencia alguien que no querían que estuviera con sus hijos, aunque muchos de sus jóvenes se enojarían por dicha opinión, los adultos no mentían, ya que, esa hermosa mujercita de ojos oscuros, casi negros y cabello teñido de color dorado, era ahora parcialmente la causante del ligero problema actual de su mejor amiga.
— Hay varios lugares que podrían ayudarte si lo casero no te funcionó, aunque -la miró con un gesto tranquilo mientras le pasaba un pañuelo de papel para que secara sus lágrimas -tendrás que abrir un poco la cartera Cat.
— A diferencia de ti linda Salo -jaló el pañuelo arrancándolo de sus manos -a mí no me entregan dinero a diario -su compañía blanqueo los ojos y se cruzó de brazos en señal de descontento.
— Entonces díselo a tu tierna madre, aguanta 7 meses más y listo, pido ser la madrina -le dio una sonrisa falsa y se marchó con una mueca de molestia en su rostro -te veo mañana
Catalina se quedó en aquella banca del parque un rato más, pensando en lo que su amiga le había dicho -No puedo hacer eso, primero muerta... ¡¿muerta?! -aquella idea no la dejo en paz durante su viaje a casa, sus palabras revoloteaban en su cabeza hasta que llegó a la puerta de madera de su hogar, abrió con sus llaves de las que colgaba un cohete espacial que era parte de su llavero, un regalo reciente de su madre. Pasó el portón, su postura era decidida, caminando por el pasillo, subiendo cada escalón intentando no dudar tengo que hacerlo recitaba en su cabeza con cada paso.
Abrió la compuerta tras el espejo, en donde existía gran variedad de pastillas en diferentes frascos marcados, sus dedos pasaron directamente al frasco anaranjado con tapa azul. "somníferos" se leía en la etiqueta que había colocado su madre hace poco. Aquel contenedor nunca había sido tan tentador. Dispuesta a terminar con su vida junto a la de ese pequeño niño en su vientre; Catalina vació alrededor de 15 pastillas en su mano y junto a un vaso de agua respiró.
Aún puedes retractarte, pero nunca das vuelta atrás ¿Verdad?
La voz en su cabeza era un fastidio siempre, pero nunca mentía.
— Nos vemos en el más allá pequeño -tragó un par de pastillas -Nada de esto es por culpa tuya -las lágrimas empezaron a brotar mientras tragaba otro par -solo desearía nunca haber
conocido a tu padre -puso lo que quedaba de las pastillas una a una en su boca que fácilmente descendieron por su garganta hasta su estómago con ayuda del agua recorrían por su interior,
a los pocos minutos, el silencio gobernó la casa cuando su mano estaba vaciá, sus ojos empezaban a sentirse pesado, cayó de rodillas al suelo, el vaso se hizo trizas al chocar contra el
piso después de caer de la mano que lo sostenía, el sueño invadió su cuerpo, cansancio y neblina en sus ojos, un solo golpe sonó al caer dormida en aquel frío piso de baldosa.
Supongo que aquí se termina todo ¿o no?
— Llegué -La voz de su madre rompió el silencio de la casa, aún era temprano para su llegada, quizá el destino no tenía preparado este momento aún. Al no recibir respuesta alguna,
caminó por las escaleras, aunque estaba algo acostumbrada por la actitud de su pequeña en estas últimas semanas, pero esta vez era algo diferente. Un mal presentimiento la seguía desde que terminó su jornada laboral; a paso apresurado subió al segundo piso -¿Cata? ¿Estás aquí? -La mujer abrió la puerta
del baño de manera presurosa sin esperar lo que vería al entrar.
Su niña en el suelo desmayada, los trozos de cristal junto a ella aumentaron la desesperación que logró controlarla; su cuerpo reaccionó rápidamente, chocando con la puerta entró
corriendo para sujetar a su hija que yacía casi sin pulso, percatándose del frasco de pastillas, casi vacío
— Cata, no te vayas, no me dejes, cariño -entre llanto y desesperación intentó localizar su celular en el bolsillo de su pantalón pero no estaba, lo había dejado en la cocina al llegar, sus manos temblaban ante la desesperación. Como si Dios o el universo la hubiera iluminado, alcanzó a sentir el teléfono de su hija en la parte trasera de sus pantalones cortos. Actuó por inercia, aunque temblaba logro marcar los números precisos 911 el número de emergencia, quienes no tardaron más de 10 minutos en llegar.
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Editado: 29.05.2024