Nunca me había drogado, pero presiento que la sensación que tengo ahora sería igual o similar a cuando se terminaría su efecto. Mi cabeza da vueltas, tengo la garganta seca, mis ojos se nublaban cada tanto haciendo que me sienta desorientado, estoy sentado en un sillón, no entiendo en donde me encuentro, pero fallo al intentar ponerme de pie, un dolor como latigazo recorre mi cabeza cuando me siento, logro visualizar el lugar. Estoy en una casa bastante lujosa, arañas de cristal cuelgan desde el techo, la tela del tapiz en donde estoy parece de cuero, hay muebles modernos por todo el lugar, un televisor gigante de pantalla plana, ¿los ricos siempre compraban cosas extravagantes? Nunca entenderé la razón. Logro recobrar mis sentidos después de unos minutos, mantengo mi posición intentando analizar todo lo que había pasado antes de llegar aquí, pero no puedo recordarlo. Me percató de una mirada sobre mí que me alerta.
A tu izquierda, detrás de la pared.
Me pongo de pie para enfrentarme a quien esté ahí, camino hacia la pared detrás de mí y la veo, una niña pequeña que me parece familiar, me cuesta un poco pero la recuerdo, es la misma niña que había visto en la estación de policía, aquella que me presentó la oficial Miller, la hija de esa mujer.
—¿Hola? —Ella asoma más su cabeza por detrás de la pared al escuchar mi voz—. Nos conocimos hace poco, te recuerdo, te llamabas... —hago una pausa mirando al suelo intentando recordar el nombre que dijo Miller, hasta que su voz me saca de mis pensamientos.
—Soy Yui —Se escucha asustada mientras se mantiene alerta.
—Mucho gusto, Yui, soy Lua, lamento la primera impresión que te di cuando nos conocimos —le sonrío amablemente y extiendo mi mano, es tierna, no la conozco ni un poco, pero ella no tiene la culpa de lo que su madre y padre habían hecho conmigo hace años—. Creo que ahora viviremos juntos, espero no te moleste—. Ella niega con la cabeza, estrechando mi mano; sus dedos son pequeños a diferencia de los míos. Sale por completo de detrás de la pared permitiéndome verla por completo; lleva un vestido azul de flores doradas junto a unos zapatos de princesa negros de cuero y sus medias blancas, bajo su brazo sostiene lo que parece ser un gato de peluche blanco con pequeñas manchas negras y cafés, no lo puedo ver con claridad pues lo tiene bien abrazado.
—Me alegro que se estén llevando bien —Escucho la voz que alguna vez me causó nostalgia y ahora, solo siento como si estuvieran cortando mi pecho con una navaja— Y es bueno que hayas despertado al fin.
—¡Mami! —Exclama la pequeña corriendo hacia ella para abrazar su pierna debido a su corto tamaño. La mujer la toma en brazos mientras sonríe.
—Que linda estás hoy princesa —le dice con una voz dulce y la niña ríe. Algo dentro de mí me repite que no debo darle importancia, pero en lo profundo de mi pecho duele. Duele como si mil agujas fueran clavadas al mismo tiempo y el nudo de mi garganta hace presencia junto con un sentimiento de odio y tristeza, mi mirada esta clavada en esa escena madre e hija hasta que ella voltea a verme cambiando de expresión, su rostro inexpresivo junto a su voz sería— Te mostraré tu habitación —empieza a caminar. Una corriente recorre mi cuerpo, las ganas de llorar inundaban mis ojos, sintiendo como si presionaran mi corazón y garganta, si no siente nada por mí, entonces ¿Por qué me trajo con ella? ¿Por qué arruinar mi vida así? El odio vuelve a mí con cada paso que doy hacia el siguiente piso.
Golpeala, corre, escapa. Toma tu vida devuelta, quizá sea tu última oportunidad para escapar.
Mantengo la mirada fija en Catalina escuchando a mi cabeza. Si escapo ahora, si la golpeo, si queda tendida en el piso, inconsciente.
No, ella solo lo volverá a hacer, te volverá a buscar, deberías acabar con ella.
Escucho a la voz en mi cabeza. Tiene razón, ella jamás me dejará volver a mi vida normal, aquella que no me agradaba del todo, pero ahora me hace falta, debo decidirme rápido, pero no puedo la droga aún tiene un leve efecto en mi concentración. Estoy a nada de hacerlo cuando veo un florero sobre una mesa de madera, pero no lo logro, la pequeña se gira hacia mí sobre el hombro de Catalina. Su mirada choca de pronto con la mía, esos dos ojos color café junto a su sonrisa tierna, inocente y amable, ¿Cuantas veces me habían visto así? ¿Cuántas sonrisas amables me habían mostrado en toda mi vida? Ahora mismo no lo recuerdo, no, si lo han hecho, Halia lo hizo, una vez en mi vida, cuando éramos niños, cuando empezamos a ser amigos, mejores amigos.
—Está será tu habitación —aclara Catalina al llegar a una puerta del segundo piso. La niña se baja de sus brazos, emocionada, corre hacia mí, toma mi mano jalando, con todas sus fuerzas (que no son muchas), haciendo que me dirija hacia el interior de "mi habitación", no era tan malo, al menos no la habían decorado con peluches ni dibujos en las paredes, solo tiene paredes pintadas de color blanco; una cama en donde entrarían dos personas de forma cómoda; en la pared colgaba un televisor mediano; justo frente a la cama, y en una esquina de la habitación; el escritorio junto a un ventanal, la vista es linda, se observa un gran bosque, y las montañas, la naturaleza es definitivamente hermosa.
—¿Te gustó verdad? —dice Nori emocionada. Sus palabras me regresan a la realidad, la dura realidad en la que estoy ahora, esta habitación no es mía, le hace falta todo lo que me encanta, libros, folletos, ni siquiera hay ropa de mi estilo; sin embargo, asiento ante la pregunta de la pequeña y ella salta de felicidad —Yo quería que le pusieran peluches y dibujos en las paredes, pero mamá dijo que quizá no te agradarían, ¿te hubiera gustado?
Obviamente hubiéramos vomitado de tanta niñería
Sonrió, era verdad, no me habría agradado ni un poco— Habría sido lindo —miento. La pequeña se vuelve a emocionar, saltando y agitando a su pequeño gatito de peluche, pero se detiene y tose, yo me pongo alerta, eso no debería pasar ¿o sí?
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Editado: 29.05.2024