La muchacha desconocida aceleró el auto dejando atrás al chofer. Gianna se acomodó en el asiento y, aunque aún nerviosa, pudo soltar un suspiro de alivio.
― ¿Por qué estás huyendo? preguntó la rubia.
Gianna dudó antes de responder, pero finalmente accedió:
―No sé quiénes son y quieren sacarme del país.
―Eso suena a intento de secuestro, ¿no crees? contestó la rubia. ― ¿Cómo te llamas? continuó.
―Me llamo Gianna, ¿y tú?
―Soy Sarah―respondió. Sarah era una joven de cabello largo y rubio que aparentaba unos dieciocho años, de tez blanca y ojos azul gris.
― ¿A dónde vas? —preguntó Sarah.
―No lo sé, déjame en cualquier lugar céntrico; allí será más difícil que me encuentren al menos hasta que mi mamá regrese del trabajo.
―Si quieres, podemos ir a otro sitio; no tengo nada que hacer―sugirió la chica.
―Como quieras, yo tampoco tengo planes, solo esperar a mi madre como te dije.
Sarah recibió una llamada telefónica en otro idioma que Gianna no entendía, por lo que aprovechó para recostarse y cerrar los ojos mientras la conversación continuaba. Al despertar con el llamado de Sarah, Gianna preguntó somnolienta:
—¿Dónde estamos?
—Estamos un poco alejadas de la ciudad―respondió Sarah bajándose del auto.
Tras seguirla sorprendida, Gianna se encontró frente a una impresionante mansión donde vivía Sarah —¡Guau! ¿Vives aquí? preguntó asombrada.
—Sí, pasa adelante; eres bienvenida—dijo Sarah subiendo unas enormes escaleras hacia la entrada.
Una mujer las recibió y les indicó a las muchachas seguir hasta una lujosa sala con muebles victorianos y decoración exquisita en cada rincón. La habitación estaba adornada con obras de arte en las paredes y destacaba un enorme cuarzo azul sobre una vitrina en una esquina. Una señora entro a la habitación y exclamó:
—¡Buen trabajo, Sarah! Luego se dirigió a Gianna y le dio la bienvenida y la llamó por su nombre.
Confundida, Gianna preguntó:
—Perdón, ¿cómo sabe mi nombre? La joven observó a Sarah bajar la cabeza.
La señora, con elegancia, se presentó como Patricia Davis y declaró ser la administradora de la residencia. Era una mujer alta de unos cuarenta años, piel clara, ojos marrones y su cabello negro le llegaba hasta el cuello. Luego indicó a Sarah a que llevase a la muchacha a su habitación para explicarle las reglas y horarios del lugar.
—Aquí permanecerás y serás entrenada...—dijo mirando a Gianna.
La joven expresó su sorpresa.
—¡Entrenada! ¿para qué? Usted trabaja con la señora Castelli, dijo alterada. Me engañaste, —dijo dirigiéndose a Sarah. —Esto es secuestro... —lo cual generó una reacción de molestia en ella hacia Sarah.
—Y tú eres una mala educada, — interrumpió la mujer.
A pesar de la situación tensa, Patricia mantuvo la compostura y ordenó a Gianna a que se dirigiera a su habitación para descansar y luego bajar a cenar a las siete, dejando claro que hablarían al día siguiente. Dirigiéndose a Sarah, le recordó sus responsabilidades y se retiró.
Gianna no apartaba la vista de Sarah.
—Esto no quedará así, y cuando logre escapar, tú y esa tal Davis irán a la cárcel junto con la señora Castelli —dijo en tono amenazante mientras se sentaba en el sofá.
—Sé que estás enojada, pero mañana, cuando te expliquen todo, verás que estarás mejor aquí. —Sarah intentó consolarla y se sentó a su lado. —No puedo darte muchos detalles, pero te aseguro que dudo que la Sra. Davis tenga algo que ver con Castelli. Nunca había escuchado mencionar ese apellido en casa —continuó.
—¿Qué lugar es este y de qué entrenamiento hablan? —preguntó, ignorando lo que Sarah le había dicho.
Sarah se sintió más animada, pensando que al menos Gianna quería conversar.
—Como te dije, no puedo darte más explicaciones, pero vivimos aquí otras jóvenes, todas mujeres. Si quieres, ven a tu habitación; es muy bonita y quizás puedas conocer a las otras chicas antes de la cena.
—Igualmente no tengo ganas de socializar. Tengo que ir a casa, Sarah. No sé nada de mi mamá; la directora de la escuela me dijo que había muerto, pero en su trabajo me dijeron que estaba con un cliente. Luego apareció la Sra. Castelli en mi casa, después llegaste tú justo en ese momento. No sé qué pensar —decía desesperada.
Sarah rodeó con sus brazos a Gianna en un gesto de consuelo. La joven lucía visiblemente triste y preocupada por su madre.
—Todo estará bien, vamos a tu habitación, —sugirió Sarah.
Gianna sabía que no tenía sentido seguir luchando; era consciente de que sería complicado salir de ese lugar pronto. Juntas subieron al segundo piso, donde se encontraban varias habitaciones. Después de pasar por cuatro puertas, se detuvieron.
—Esta es mi habitación, justo enfrente de la tuya—, indicó Sarah señalando hacia la otra puerta.
Gianna caminó lenta y finalmente abrió la puerta de su habitación. Se encontró con una estancia enorme, decorada al estilo victoriano.
—Es preciosa, exclamó maravillada. —Esta habitación es casi tan grande como toda la planta baja de mi casa, dijo sonriendo.
—Sí, es realmente hermosa, respondió Sarah. —Debes ser alguien muy especial, ya que esta habitación siempre ha estado reservada para ti; es la más bonita y espaciosa de todas.
—Gianna se quedó sorprendida, se sentó en la cama acariciando los mullidos colchones y se recostó con las piernas colgando, mirando hacia el techo. Quedó hipnotizada observando el abanico que colgaba del techo. Sarah propuso encontrarse a las siete para bajar juntas a cenar, y dejó a Gianna para que descansara, al salir de la habitación cerró la puerta tras de sí. Gianna permaneció en silencio.
El sonido de una campana marcando las siete de la noche interrumpió el sueño de Gianna. Confundida sobre cuánto tiempo había pasado, se levantó de la cama y se encaminó hacia el baño. En ese momento, un golpecito suave en la puerta la hizo girar mientras veía a Sarah asomar la cabeza sin esperar una respuesta.