A través de las hojas, la luz del sol se abría paso y proyectaba un fascinante juego de luces y sombras en el claro del jardín. Allí se encontraban Gianna y Sarah, sentadas sobre un tronco caído, rodeadas por la suave brisa y el melodioso canto de los pájaros.
Gianna miró a su amiga con una mezcla de curiosidad y expectativa. —Sarah, — comenzó, sus ojos brillando con interés, —¿cómo descubriste que eres una bruja? — preguntó.
Sarah sonrió con un toque de nostalgia, recordando esos primeros días de descubrimiento. —Es una historia algo extensa, — respondió, —pero te la contaré resumida. —
Hizo una pausa, como si estuviera ordenando sus pensamientos, antes de continuar.
—Todo comenzó cuando tenía diez años. Mi abuela siempre mencionaba que nuestra familia poseía un don especial, pero yo no le daba mucha importancia. No era más que una niña, y esas historias me parecían cuentos. Pero un día, mientras jugaba en el desván de su casa, encontré algo que cambiaría mi vida. —
Sarah se detuvo, sus ojos se perdieron en el recuerdo. —Era un libro antiguo, cubierto de polvo y con un aire misterioso. Lo abrí y me di cuenta de que no era un libro cualquiera; era el grimorio de mi abuela. Contenía hechizos, recetas de pociones y secretos que habían sido transmitidos de generación en generación en nuestra familia. Al principio, no entendía mucho, pero a medida que pasaba las páginas, sentía una extraña conexión con las palabras, como si algo en mí despertara. —
—Desde ese momento, — continuó Sarah, —mi abuela comenzó a enseñarme. No fue fácil, pero descubrí que la magia estaba en mi sangre, esperando ser liberada. Fue así como descubrí que era una bruja, y desde entonces, mi vida nunca volvió a ser la misma. —
Gianna asintió, comprendiendo un poco más a su amiga y el camino que había recorrido para aceptar su herencia mágica.
—¡Qué emocionante! ¿Y qué hiciste con el libro? — Preguntó Gianna, ansiosa por saber más sobre la historia de su amiga.
Sarah suspiró, recordando aquel momento decisivo en su vida. —En realidad, nada. Cuando mi madre se enteró de que había encontrado el grimorio en el desván, decidió que era hora de revelarme la verdad. Me contó que proveníamos de una estirpe de brujas y que yo era la última descendiente. Sin embargo, me explicó que no todas las brujas tienen acceso a este tipo de conocimiento o lugares mágicos; algunas son elegidas por linaje, pero ese no era mi caso. Mi abuela no pertenece a una familia de brujas destacada, al menos no en los círculos más poderosos, — continuó Sarah, reflexionando sobre su legado. —En cambio, mi madre sí tenía conexiones importantes. Ella y Patricia, la señora Davis, son contemporáneas y estudiaron juntas en la escuela. Patricia proviene de una familia de alto rango en nuestra comunidad, es la Arcana de la comunidad de brujas del medio oeste de Estados Unidos y la directora de esta escuela. —
Gianna escuchaba con atención, sorprendida por la conexión que Sarah tenía con figuras tan influyentes.
—Cuando mi madre supo que tenía el potencial para ser una bruja, le pidió a Patricia que me permitiera ingresar aquí, a la Mansión Celestite. Fue así como terminé en este lugar, rodeada de todo este misterio y magia. El grimorio sigue siendo un símbolo de mi herencia, pero mi verdadero entrenamiento comenzó cuando llegué aquí. —
Gianna asintió, asimilando la información. La historia de Sarah le parecía cada vez más fascinante y le hacía preguntarse aún más sobre los secretos que las rodeaban.
Gianna, intrigada por la historia de su amiga, le preguntó:
—¿Tu madre y tu abuela te enseñaron cosas o aprendiste acá? —
Sarah esbozó una sonrisa melancólica antes de responder. —Algunas cosas las he aprendido por mi cuenta, pero sí, mi mamá y mi abuela me han enseñado otras. Sin embargo, cuando llegué aquí, a la Mansión Celestite, tuve que empezar desde cero. No pertenezco a una familia selecta, así que no me consideran particularmente poderosa. — Su voz se llenó de tristeza al pronunciar esas últimas palabras.
Gianna, sintiendo la frustración de su amiga, decidió cambiar el rumbo de la conversación. —¿Podrías enseñarme algunos hechizos que sepas? — preguntó con entusiasmo.
Sarah se iluminó un poco ante la idea. —Claro, me encantaría enseñarte lo que sé. Algunos hechizos básicos para empezar, como protección y sanación. No son los más espectaculares, pero son útiles y efectivos. Además, también te puedo mostrar cómo preparar algunas pociones sencillas. Es un conocimiento que he ido recopilando, y creo que podría serte de ayuda en lo que sea que estés enfrentando. —
Gianna asintió, sintiendo un creciente interés por aprender más sobre la magia y los conocimientos que Sarah había acumulado. Estaba emocionada por la idea de compartir y aprender juntas, y por la oportunidad de fortalecer su conexión con Sarah.
—Vamos a tu habitación. Te enseñaré algo ahora que te fascinará,— dijo Sarah con una sonrisa traviesa, sus ojos brillando con emoción.
Gianna sintió una mezcla de curiosidad y entusiasmo mientras seguía a su amiga. Sarah mencionó que primero tendrían que recopilar ciertos ingredientes, lo que hizo que Gianna se detuviera por un momento, llena de incertidumbre.
—¿Y de dónde los conseguiremos? — preguntó Gianna, preocupada por no saber dónde encontrar lo necesario.
Sarah sonrió con confianza y le respondió:
—Simplemente sígueme. —
Las dos jóvenes se dirigieron primero a la biblioteca, un lugar conocido por su vasta colección de libros antiguos y también por tener un rincón reservado para las hierbas y otros ingredientes que las estudiantes de la Mansión Celestite podían utilizar en sus prácticas mágicas. Sarah, con la seguridad de quien ha hecho esto antes, comenzó a recoger varios frascos y saquitos de estantes ocultos en la parte más profunda de la biblioteca.
Gianna observaba con atención mientras Sarah le entregaba pequeñas cantidades de hierbas, frascos con líquidos de colores, y otros ingredientes misteriosos. Gianna, sin cuestionar, tomaba lo que Sarah le daba, sintiendo la anticipación crecer dentro de ella.