El viento mecía mi cabello con cada milla que dejaba atrás, mi corazón latía desbocadamente anhelante de curiosidad por lo que veía allá, mi piel fresca se erizaba con cada pensamiento de lo que se aproximaba en mi vida y sabía que todo sería correcto.
El sol calentaba mi rostro por todo el tiempo que pasaba en la cubierta, mi piel trigueña se doraba cada vez más y mi cabello negro de seguro se oscurecería, sin tener que especificar que las ondas que contenía estaban alborotadas a su antojo, bailoteando a mi al rededor, hasta mi cintura.
Olas grandes se creaban a mis costados y espuma que eran semejantes a las nubes del cielo. Agradecía toda la belleza que era capaz de ver, orgullosa de todo lo que logré, por lo que me esforcé y al fin conseguí.
Recuerdos danzaban en mi mente de todas las veces que pensé en marcharme y dejar todo atrás, en quedarme en mi zona segura y no avanzar más allá, pero minutos después todo se desmoronaba al pensar, la curiosidad que me generaba y sabía que algo más había y que yo podía revelarlo.
Era historiadora y hace un año atrás exactamente que caminaba a la orilla del mar, mi casa quedaba justo en frente de una preciosa playa de mar abierto, ahí veía corales hermosos que pintaba para recordarlos, porque no podía tomarlos y quedármelos, sacarlos de su hábitat natural para solo tenerlo de recuerdo por sobre una mesa, ¡que delirio! Pero ese día, algo asombroso sucedió y tuve que quedarme aquella botella que vi, con este precioso mensaje.
Estoy bien, no necesito de nada, te amo. Espera por mi que volveré a ti, recuerda mis tés en el balcón junto a tus cafés que tomábamos junto al sonido del río y de las hojas que el viento movía con nuestras respiraciones.
Espera por mi, que así como aquella vez del 78 volveré a ti. Estamos ligados por algo más que un par de anillos, viejo hombre no te desharás de mi tan fácilmente.
Espera por mi, así como yo lo hago por ti.
Ambos, esperen por mí, que mi corazón se rehúsa a olvidarlos, no lo hagan conmigo.
Háblale de mí, recuerdale lo mucho que la amo y lo feliz que fuimos juntos.
Estás son mis coordenadas, con esperanza escribo esto con una vieja pluma que pude hallar, esperando que alguien lo encuentre y venga al rescate.
Pero si no es así, quiero dejar documentado mi amor, para que nunca dudes cuanto te amé y lo perfecto que eres para mi.
Con amor, tú Veloné.
No decía más que un nombre, no especificaba a quien profetizaba tal amor, pero me conmovió tanto que busqué las coordenadas escritas en aquel húmedo papel y la sorpresa que me llevé, fue digna de una loca historia que sin saber, comencé a ser parte.
Las coordenadas apuntaban a ningún lugar en el mapa, revisé y estudié y nada se hablaba de aquel lugar. Pero estaba segura de que nadie se equivocó escribiendo esa carta, cuando el corazón habla como allí fue, los sentimientos son tan fuertes que la mentira no entra en el papel. Ni siquiera unas erróneas coordenadas.
Así que aquí estaba, un año y medio después de buscar, de informarme, de convencer y tratar de venir aquí estoy, en un barco yendo a ese punto el cuál habló el amor.
Quise abrir una investigación, que la Universidad de Jitsy me alentara y apoyara en el caso, que buscáramos si se trataba de un lugar que no fue descubierto o algo para que seamos capaces de entender porque no aparecía en ningún mapa existente.
Claro, a una mujer jamás le harían caso. Daba clases allí, en el mismo lugar del que me recibí pero ya me había costado ser Historiadora llevarlo más lejos para una investigación no lo permitirían, una mujer no debe hacer eso, si claro.
Pero perdido era, viaje sin sentido repetían. No invertirían en un viaje del cuál no les beneficiaría en nada, solo tenían una simple carta que creían en un error común.
Pero ahorré, trabajé día y noche, sin descanso alguno para que un día pudiera ir a visitar aquel lugar que tan acelerado el corazón me había vuelto.
Aquí estoy en un pequeño barquito yendo a la otra punta del planeta, pasando dos océanos de lo más desconocidos para mi, pero con tres hombres que se ofrecieron a acompañarme.
Don Íñigo, el capitán se negó la primera vez, pero Alexander su capataz le convenció, diciendo que conocían este y oeste, norte y sur; que viajaron a diestra y siniestra por todos los mares habitables y jamás había sido por un acto tan romántico como el que tenían la oportunidad de hacer. Así que junto al hijo de Don Íñigo, Francis, partimos los cuatro en busca de algo que no sabíamos que buscábamos, por más confuso que se le parezca. No sabíamos que nos encontraríamos, pero de algo estábamos seguros, nos emocionaba al punto de viajar por cuatro semanas a un lugar que quizás solo sea mar.
Si alguien creía que era loco, es porque no nos ha conocido a nosotros.
El amor mueve montañas decían, nunca se especificó hacía qué y el mío era hacía mi pasión a la historia, y confiaba que nosotros cuatros escribiríamos otro capítulo más en un viejo libro de historia.
(...)
-Señorita, háblanos acerca de su pareja, el señor que la acompañó aquel día-
-Don Íñigo, te he dicho que me llames Adelaine- Reprendí fingiendo enfadarme.
-Es la costumbre señorita... digo Adelaine-
-Siempre me encanta contar acerca de esto, cuando nos conocimos fue tan repentino, que cualquiera podría pensar que fue obra del destino-
Francis llegó a la cubierta y escuchó parte de lo que decía, apoyado en la madera preguntó...