El sol salía, la niebla bajaba y poco a poco me desperté, con un vago sonido de algún pájaro que pasaba por aquí. Lentamente me levanté de la cama para vestirme despacio, de manera torpe, un corsé blanco con detalles en lila pálido, un gipó del mismo color, junto con las diferentes piezas de la falda. Vestirme me tomaba varios minutos pero amaba cada parte que con elegancia lucía.
Recogí mi cabello en una media cola y salí a la cubierta, sin encontrarme con nadie, pero viendo todo a mi alrededor.
Lo que allí percibías, lo que sentías. El frío congelando tus brazos, el sol calentando tus mejillas, tu pelo revoloteando y oyendo las aves que pasan por allí. Era mágico de oír y en la ciudad, donde la mayoría acostumbra vivir, no es habitual presenciar algo así.
Por lo que si esto fallaba, si de verdad solo hay mar al rededor, no podría estar más feliz con cada cosa que vi, hasta lo más mínimo.
-Señorita Adeleine, esa isla que ve por allí es la Isla Tristán de Acuña, es realmente pequeña y debe haber menos de cien habitantes allí-
-Oh lo se, estamos entre República Oriental del Uruguay y el Sur de África-
-Cuanta precisión señorita, exacto por aquí estamos- Me respondió Don Íñigo, apoyándose a mi lado por el barandal. Ambos viendo hacía el horizonte.
-Estudié con tantas ganas cada detalle del plan, que dudaría que algo sucediese y yo no lo supiera-
-Le puedo creer... le puedo creer- Comentó perdido en sus pensamientos.
Solo veíamos los indicios de una tierra lejana que pasaba a nuestro lado, pero quedarnos allí incluso unas horas retrasaría considerablemente nuestro viaje, por lo que eso no era una opción. Le pasaríamos por al lado como tantas islas que veríamos el resto del viaje.
-¿Podría hacerle una pregunta si me lo permite?- Le pregunté imponderablemente, ya no podía evitar cuestionarme esto y necesitaba de su sinceridad, si quisiera otorgarla.
-Por supuesto señorita, interpele que la oiré con determinación- Me respondió con asiduo como cada vez que hablaba, interesándose de fondo en mi persona.
-¿Por qué decidió hacer este viaje, cuando quizás no llegue a ser nada?-
-Vea, a veces la vida es como un árbol, podrás ser pequeño e insignificante si no extiende sus raíces, pero... si lo hace, sus raíces crecerán, sus ramas, sus hojas; será tan alto que podrá llegar al cielo y ver las maravillas que lo rodean. Florecerá y si, habrán momentos en los que todo lo que había crecido en él, lo perderá. Pero siempre que se mantenga fuerte y capaz, podrá volver a hacer que le vuelvan a crecer.
Por eso mi niña, nunca puedes no dejar crecer tus raíces, eres la única capaz de extenderlas y progresar, que jamás nada te frene, ni la más temible tormenta. Yo soy un viejo árbol que aún puede extender sus ramas lo más lejos que desee y eso haré.
Este viaje me concederá mucho conocimiento y aportaciones que no encontraré si no lo hago y ¿para qué escuchar solo lo que me cuentan los demás si puedo contarlo yo? Si no hay nada, al menos viajamos hasta una zona desconocida y si lo hay, valdrá completamente la pena.
-Oh señor Íñigo, usted es tan sabio- Adulé con sinceridad
-No pequeña Adeleine, todos los somos, unos un poquito más y otros un poquito menos, pero todos. Tú sabrás más de historia y yo sabré mas de técnicas de navegación, pero ambos lo somos-
-La diferencia está, en como usemos nuestros conocimientos...- Pensé -Y que hagamos con nuestra experiencia- Terminé por decir.
-¿Ves? Muy sabia- Confirmó
Reímos con complicidad y seguimos mirando el horizonte, el mundo es tan bello y tan pocas personas lo saben apreciar que hasta me parece un pecado.
-Oh miren estáis aquí, les he buscado por todos lados, ¿gustarían una partida de ajedrez quizás?- Dijo Francis entrando en nuestro campo de visión.
-No hijo, tengo que volver a timón y controlar que se está levantando un fuerte viento- Respondió Don Íñigo entrando junto a Alexander
-A mi me encantaría Francis- Exclamé con emoción.
-Genial, entremos prepararé todo-
Preparó la mesa junto al ajedrez mientras yo hacía tés para ambos. Cuando nos sentamos y comenzamos me avisó -Mira que soy realmente bueno señorita-
-¿Ah si? Pues espera a ver lo que yo puedo hacer- Respondí entrando en una competición.
-No podrás hacerlo porque ni paso te daré a ser mejor- Y Francis entró corriendo a esta guerra que recién comenzaba.
Los siguientes minutos fueron de lo más intensos, no hablábamos, solo pensábamos los movimientos a realizar, él me había comido una torre, un caballo y dos peones. Yo, por otro lado conseguí su reina, su torre y su alfil.
-Cuéntame Adeleine, no la desvalorizaría claro, pero ¿cómo tuvo el valor de construir un proyecto así cuando las mujeres están limitadas a quedarse en su casa?
-Oh wow- Pronuncié conmocionada -Las mujeres podemos hacer las mismas cosas que ustedes Francis...-
-Y no lo dudo, pero sin embargo no todas se animan a salir de esa casilla-
-Cierto, no todas. Pero poco a poco estamos saliendo a comernos el mundo como merecemos. Quise ser historiadora y luche tanto por ello, ya sabes- Le explicaba mientras trataba de conciliar la concentración por el juego.
-Si claro, es un oficio de chicos- Terminó mi idea por mi, moviendo su otro alfil a la perdición.
-Muerte- Dije comiendo a su pieza.
-Cielos, no lo vi- Comentó afligido.
-Como decía, un oficio de chicos pero era lo que amaba ser y lo que ahora soy. La universidad a la que trabajo rechazó financiar esto porque claro, una mujer podía decir muchas blasfemias y oraciones sin sentido, así que me encantaría tapar sus bocas-
-Que mente tan revolucionaria- Aduló a la vez que comía mi caballo con el que maté su alfil, así que todo era una estrategia.