De vuelta en la casa con Lucinda, Elvira, Clelia y Florián, los cuales seguían confundidos por las palabras de la primera.
—Creo que el denominarnos familia lo has tomado muy en serio —bromeo Elvira.
Lucinda volvió a suspirar.
—No es una broma —saca una fotografía de su ropa.
—E—Ese es... —dice Elvira sorprendida.
—Nuestro padre... —dijo Clelia melancólica.
—También... Es mi padre —confesó Lucinda—. Y también es el tuyo, Florián.
—Espera, espera ¿Qué te hace pensar eso? —cuestiono Florián.
—Nuestro padre está muerto. Tú eres obviamente más grande que nosotros, él no pudo... No pudo tenerte —dijo Clelia, algo nerviosa.
Lucinda suspira una vez más. Desaparece la foto entre flamas, chasquea los dedos y aparecen tres fotografías más.
—Este es Néstor, su padre, junto a su madre y ustedes, de más pequeñas —les dice a Elvira y Clelia, la segunda toma rápidamente la fotografía y la acaricia con cariño.
—Creí que se había perdido en el incendio —dice Elvira.
—Se llama Magia —dice irónica—. Esta es tu madre, junto a Néstor. Aún no te engendraba —dice hacia Florián.
Él la toma con velocidad y la admira. Saca de su chaqueta otra fotografía que resultaba ser la parte rota de la misma, donde solo aparecía su madre.
—Y por último... Este es Néstor, en la época donde abuso a mi madre —la muestra hacia los tres.
—Pero, ¿cómo? —pregunto Clelia atónita.
—Néstor no es quienes ustedes piensan que es —se levanta de la silla—. Él ha existido desde hace mucho más tiempo que nosotros. Es un despiadado abusador asesino.
—No... —Elvira se negaba a creerlo.
—Antes de mi madre, fueron otras... El accidente que Agur les menciono, fue ocasionado por él; El Genocidio. El líbero a aquellos demonios que ustedes ya conocen, para matar a mi madre y a todos los que habitaran ahí —pausa—. No sé si es dicha o desastre que yo sobreviviera —se gira y les da la espalda unos segundos—. Pasaron los años, y yo llegué aquí, aunque no sabía nada sobre mi pasado —vuelve a mirarlos—. Las chicas llegaron y me contaron todo, fue entonces que descubrí que Néstor, era el líder de los Hostil—us.
—¿Qué? —todos dijeron en unísono.
—Eso es imposible. Mi padre está muerto —alego Clelia.
—No, no lo está —Lucinda saca más fotos actuales de él y donde planeo el incendio de su casa—. No fue un accidente lo que le paso a tu casa y a tu madre. Hizo lo mismo con la madre de Florián.
Todos miraban horrorizados las fotografías.
—¿Por qué mi padre destruiría un pueblo donde estaban las personas que él más amaba? —decía Clelia incrédula. No quería creer nada negativo sobre su padre.
—¡Porque es una persona cruel! No dudo... Que las haya cuidado, pero él solo desea gobernar todo terreno, es despiadado —alzaba un poco más la voz—. Y si no estás de acuerdo con él te tortura de formas inimaginables y dolorosas.
Clelia se horrorizó con sus palabras, las lágrimas comenzaron a salir y salió corriendo del cuarto.
—¡Clelia! —Llamo Florián, no obstante Clelia no le hizo caso.
—Yo... Lo siento... —reacciono Lucinda apenada.
—No, no te disculpes, pienso que era necesario que lo entendiera —le contesta amablemente—. Iré a consolarla, encárgate de Elvira —sale del cuarto.
Lucinda se gira confundida, dándose cuenta de que Elvira estaba en la esquina de la cama en posición fetal. Cuando se acerca se percata que estaba llorando en silencio.
Clelia se encontraba sentada en su cama, mirando la fotografía que le dio Lucinda, sonriendo mientras las lágrimas caían de sus ojos, recordando unos de los muchos recuerdos que tenía de su padre.
—¡Ya están listas! —decía Clelia al ver a su madre sacar las galletas del horno.
—¡Oh! Vamos a ver si tu padre quiere unas cuantas —decía para encaminarse a su estudio.
—¡Yo las llevo! ¡Yo las llevo! —decía la pequeña Clelia saltando de alegría.
Su madre rio en señal de ternura.
—Está bien, pero no te vayas a quemar —le dejo la bandeja y le coloco un vaso de jugo de uva.
Clelia camino con mucha emoción hacia el estudio de su padre.
—¡Papa! —llamo la joven Clelia.
—¿Si? —pregunto mientras sus ojos miraban hacia su escritorio.
—Traje galletas, mama me ayudo a hacerlas —dijo con una enorme sonrisa en su rostro y le extendió la bandeja.
—Estoy muy ocupado ahora —dijo sin mirarla.
Clelia entristeció al instante, y se estaba por retirar, hasta que su padre la llama.
—Déjalas ahí, me las comeré conforme trabaje.
Con una alegría interna, asintió y dejo la bandeja en el escritorio con un poco de dificultad, pues era muy pequeña.
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Editado: 16.03.2022