Esmeralda no les dio tiempo para reclamar nada. Ordenó de inmediato que se retiraran a sus habitaciones, para poder quedarse a solas con Carlota y Rosalinda, quienes, en ese momento, bien pudieran pasar por un par de niñas, pequeñas e indefensas. Ambas mantenían la mirada abajo, incapaces de anteponerse ante aquella severa e imperturbable mujer.
Los jóvenes obedecieron, casi todos al instante. Sin embargo, Kohaku se negaba a retirarse. Se plantó frente ella con los puños y la mandíbula apretados, mientras esta lo veía con desdén. Aquella idea suya no le gustaba para nada, pues estaba comenzando a hartarse de la falsedad con la que, pareciera, todos los adultos alrededor disfrutaban proceder.
En realidad, nadie estaba de acuerdo con aquel plan, pero ninguno de ellos se atrevía a exponer su descontento en voz alta, solo por mera cobardía. Parecía ser que Kohaku permanecería en medio de aquel duelo silencioso contra Esmeralda, pues no se movía ni un poco, y tampoco le quitaba la mirada de encima. Fue entonces, cuando Marijo se acercó a él, tomando su hombro. No le dijo nada, pero una simple mirada fue suficiente para convencerlo de andar detrás de ella. Caminó lentamente, pero justo antes de llegar a la puerta, regresó la mirada clavando sus hermosos ojos negros en el rostro de la senadora, quien pareciera ser incapaz de cambiar de expresión. Era más que claro que el japones no estaba para nada de acuerdo con aquel nefasto plan. Y tambien era más que claro, al menos para él, que dicho plan no duraría, pues no iba a permitir que eso pasara.
Así pues, el grupo de jóvenes avanzó hacia sus respectivas habitaciones. Era evidente que había mucho que comentar entre ellos, pero esto les fue imposible, ya que un par de guardias, quienes al parecer trabajaban con Esmeralda, los custodiaban e impedían toda clase de comunicación entre ellos. María José fue trasladada al cuarto de castigo, para evitar que pudiera tener contacto con los demás. Aunque aquello no fue nuevo para ella, pues era consciente de que el castigo impuesto por su tía aun continuaba en pie. Al llegar a dicha habitación se acercó a la ventana que daba hacia el patio trasero y la abrió observando hacia este. Se sentó a la orilla de la cama y suspiró profundamente, mientras se acostaba sobre la cama observando el techo. En ese momento, sintió el movimiento de alguien sentándose sobre la cama, por lo que, exaltada, se sentó rápidamente. A su lado se encontraba un gato negro, que la observaba con un aire fastidiado.
──Odio esta forma ──dijo, sin cambiar su expresión. Marijo tardó unos instantes en reponerse del susto que su presencia le había generado.
──¿Qué demonios haces aquí, Alex? ──le cuestionó llevándose una mano al pecho. Sin embargo, al felino pareció no importarle su pregunta, pues avanzó hacia la ventana y saltó avanzando por la orilla de esta.
──¡Vaya, que bonita vista!
──¡Alex!
──¡Oh si! Casi lo olvido. Te han comprometido, ¿cierto? ──respondió el animal con aire juguetón. Marijo no le respondió, solo torció los ojos y se puso de pie, avanzando hacia la puerta para darle la espalda. Alex por su parte, bajó de la ventana y subió a la cama para poder quedar a una altura decente.
──Tu abuela sí que da miedo, pero tranquila, no es algo que deba preocuparte, al menos, no por ahora.
──¿Qué mierda estás diciendo? ──preguntó la chica, dando la vuelta de golpe. El gato se llevó una pata al hocico y bajó de la cama
──Creo que no debí decir eso. ──contestó con aire preocupado.
──¡Ah no, ahora hablarás ¡maldito gato pulgoso!
──¡Óyeme no! Yo no soy ningún gato pulgoso, soy un respetable felino… quiero decir, soy un respetable ángel de la muerte.
──Pues no lo pareces ──atacó la chica, mientras cruzaba los brazos y hacía una mueca de burla──. Ahora dime ¿Qué sabes de mi noviazgo falso?
El animal lanzó un gruñido, para después volver a subir a la cama y tener un poco más de altura.
──Ya te dije que es algo sin importancia. Debes confiar un poco más en lo que te digo y dejar de estresarte por todo.
Ella puso los ojos en blanco, se acercó al animal con la intención de tomarlo del cuello, pero al verlo, no fue capaz de ello y solo sonrió con algo de burla. Recordó que aquel felino, era el mismo que la había consolado en aquel último ataque de ansiedad que se le había presentado en esa misma habitación. Por ello, suspiró un poco resignada, mientras se sentaba en la cama, provocando que esta se moviera y asustara un poco al animal.
──Todos mis planes parecen irse a la mierda, dime ¿acaso merezco esto? ──le cuestionó con aire cansado, mientras este brincaba posándose sobre sus piernas.
──Si las cosas fueran diferentes serían demasiado fáciles, y, por consiguiente, muy aburridas, ¿no te parece?
──Me gustan las cosas aburridas; mi vida aburrida, mi tía aburrida, mi ropa aburrida… En fin, todo lo aburrido de mi vida.
──No mientas, a nadie le gusta eso.
──A mí sí ──replicó, mientras se acostaba en la cama, posando su mirada en el techo.
El gato bajó de su regazo y se acercó a su rostro, observándola con cuidado.
──¿Qué vas a hacer con Haku? ──le preguntó de repente, tomándola por sorpresa. Se recostó de golpe, asustando sin querer al animal, quien dio un brinco, presa de la conmoción.
──Lo había olvidado.
Era cierto, pues con lo ocurrido con su abuela, olvidó por completo que le debía una explicación a Haku. No estaba del todo segura de lo que podría decirle para explicar todos los sucesos que estaban ocurriendo con ella. Pareciera ser que la vana explicación que Alex le dio le había bastado, pero eso no le era suficiente. Sentía que le debía una explicación mucho más convincente. Sin embargo, temía decir algo que le trajera problemas con Agatha y que eso le sirviera de excusa, para alargar el castigo que le había impuesto. Todo a su alrededor parecía estar en su contra. Pareciera ser que el mundo estaba empeñado en hacerla sufrir una y otra vez. Y eso, era algo a lo que una niña rica como ella, no estaba para nada acostumbrada.
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Editado: 20.01.2024