Pregúntale al cometa

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Cuando volvió a la superficie se halló sorprendida de que ya había oscurecido, aunque segundos antes de entrar al agua aún era de día, ignoró ese dato, por alguna razón sentía que había estado demasiado tiempo bajo el agua, no recordaba el momento en que se había hundido, pero debió de haberlo hecho, sabía que ella y sus amigos habían venido a pasar el dia al lago a eso de las cinco de la tarde, pero desde ahí todo era una gran laguna en su memoria.

Su piel se sentía entumecida y tenía mucho frío a pesar de que ella recordaba que a la tarde estaba caluroso, comenzó a nadar a la orilla de forma apresurada, no veía a nadie y eso la desesperaba. ¿Qué había pasado en aquellos segundos que ella había estado bajo el agua?

Cuando llegó a la parte más baja donde pudo pisar con los pies descalzos las piedras del fondo se dio cuenta que, efectivamente, estaba sola, no había rastro de sus amigos, de su ropa, de las ojotas que había traído puestas o el toallón que había colgado en una de las ramas de un árbol, estaba totalmente desierto, sentía frío, las piernas le dolían al igual que la cabeza y tenía unas increíbles ganas de dormir. Intentó pensar en porque sus amigos habían desaparecio de un segundo para otro, en qué momento había oscurecido o porque se habían llevado todo, dejándola solo con la bikini que traía puesta. De pronto recordó que habían tomado alcohol y que ella se había metido luego de eso, dedujo que algo pasó entre medio que sus amigos decidieron irse dejándola en el agua, por suerte ya no sentía ningún efecto del mismo y raramente tampoco los efectos negativos.

Se abrazó a sí misma, frotando sus brazos con sus manos buscando calor. Comenzó a caminar por las piedras y con cada pinchazo de una de ellas maldecía a uno de sus amigos por haberla dejado ahí, iba a preguntarles por el grupo de WhatsApp que compartían entre todos pero si eso era una especie de broma pesada les iba a costar que los perdonase. Cuando llegó a la primera subida del lago a la calle principal sus pies ya dolían y tuvo que sentarse unos segundos en la escalera de cemento que daba el acceso a la peatonal, por suerte para ella, llegar a su casa desde allí eran tres cuadras siguiendo la dirección de los autos. Miró las plantas de sus pies, buscando si se había clavado algún vidrio de botella de las muchas que habían a orillas del lago, no había ninguno.

Cuando el dolor disminuyó, subió la escalera, por suerte, Downtown, era un lugar tranquilo pero aún así le daba miedo pasearse en bañador por la mitad de la noche sin nada que la cubriera. Para su suerte, las calles estaban vacías y ella se aseguró de apresurarse antes de que algún auto pasase.

Cuando por fin estuvo frente a su casa, una construcción simple pintada de color amarillo inconfundible, buscó la llave en la maceta de la entrada y entró. En seguida se sintió reconfortada por el cálido ambiente y aunque el piso estaba frío nada era peor que el cemento de la calle. Su estómago rugió hambriento por lo que comenzó a caminar hacia la cocina, pasó por la sala y tomó la manta que reposaba sobre el sillón, la puso sobre sus hombros y siguió camino, allí abrió la heladera para buscar algo de comer, encontrándose con un bol de fideos que suponía había cenado su familia. Tomó el pote con ambas manos, cerrando la heladera nuevamente con uno de sus pies, puso el bol en el microondas y mientras esperaba a que se calentara prendió las luces del comedor, sacó unos cubiertos, un plato, un vaso y una jarra de agua. Justo cuando estaba por servirse, escuchó unos pasos detrás suyo que le indicaron que había alguien más en la cocina.

—¿Quién eres tú y qué haces en mi casa? —Una voz familiar provino desde detrás suyo, ella se dio vuelta sorprendida, su padre jamás la había recibido de esa manera —¿Abby? ¿Eres tú?

Ella sonrió a su encuentro pero su mueca se esfumó tan rápido como apareció cuando vió la expresión de su padre. Parecía cansado, grandes ojeras se delineaban debajo de sus ojos que ahora la miraban estupefactos. Sostenía entre sus manos el bate de béisbol que alguna vez había servido para algo más que para defender la casa.

—No… Tú no puedes ser mi hija, ¿Quién eres tú? —Preguntó con un tono frío que hizo a la chica estremecerse, lo miraba fijamente a los ojos y allí dentro solo podía ver desolación.

—¿Papá? Soy yo, ¿Qué está pasando? —Preguntó asustada levantando las manos en señal defensiva, no entendía nada de lo que estaba pasando.

—¿Eres tú de verdad?

—S-Sí papá, soy yo —Lo siguiente que oyó fue el ruido sordo del bate metálico cayendo al suelo y unos brazos que se aferraron a ella, estrechandola con fuerza. No entendía que sucedía pero correspondió el abrazo sin decir nada, el cuerpo de su padre se estremeció y pudo oír los sollozos en su oído.

—Por dios, t-tú estabas muerta,, ¿Qué haces aquí? —Escuchó su voz quebrada y no entendió a qué se refería, sonó el pitido del microondas y supo que su comida ya estaba lista.



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En el texto hay: muerte, misterio, resurrecion

Editado: 01.03.2019

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