Fiorella había llegado a Turín dos días antes que Felipe. Se había alojado en el Attic Hostel Torino, un lugar habitual para mochileros por ser económico, tranquilo y acogedor. Y su nombre ……muy idóneo en vista de que estaba en el 5° piso de un edificio en pleno centro histórico de Turín.
Aunque Fiorella estaba acostumbrada a otra clase de alojamientos, digamos ……todos 5 estrellas, este le resultó sumamente agradable y de una belleza única. Su diseño y arquitectura eran dignos de admirar. El lugar disponía de habitaciones individuales o compartidas, con baño privado o compartido, todo a gusto del visitante. También había una sala de estar con CDs y casettes e incluso una guitarra a disposición de los huéspedes para tocar cualquier melodía que quisieran, invitando al que deseara escuchar a sentarse en uno de los cómodos sofás disponibles para disfrutar así placenteros encuentros con otros visitantes.
Otra particularidad del lugar, aunque Fiorella podía deducir que era típico de esa clase de alojamientos, era la cocina compartida, integrada a la sala de estar y al comedor. Era una cocina amplia, confortable y totalmente equipada. A pesar de que ella no sabía cocinar, pues para eso en su hogar había personal preciso para ello, le llamaba poderosamente la atención aventurarse a preparar algo, aunque fuese un simple sándwich. No sabía qué tan exitoso resultaría aquella incursión alimenticia, pero se daría el tiempo de realizarla antes de partir a su siguiente destino.
Felipe llegó a Turín, cansado después de un largo vuelo, pero impaciente por comenzar su aventura. Había comprado un par de guías turísticas, uno con todos los lugares a visitar en Italia, y otro con tips para mochileros. Había escogido como alojamiento el Attic Hostel Torino. Habitación individual y baño privado. Estaba entusiasmado con ser todo un mochilero, pero aún no le parecía muy atractiva la idea de compartir su privacidad con un completos extraños. Quizás lo haría más adelante.
Una vez que se acomodó en su habitación y tomó una ducha refrescante, fue hasta el comedor, que a esa hora bullía de otros turistas preparando alimentos o comiéndolos. Se preparó un café cargado para alejar el sueño y el cansancio y se sentó a estudiar por dónde comenzaría su aventura. Estaba tan inmerso en la información que leía y en las imágenes que la acompañaban, que no se percató de una insistente mirada que se había posado sobre él. Ni siquiera su intuición le alertó de aquellos ojos color chocolate que le observaban. Sin embargo ahí estaban.
Fiorella lo había visto llegar. Parecía tan ajeno a ese mundo como ella. Le parecía que era extranjero. Al menos no era el típico italiano, más bien parecía un hombre con rasgos un tanto nórdicos, quizás irlandés, noruego, o hasta escocés. Era muy apuesto. Demasiado para su gusto. Su cabello era de un color cobrizo, un poco largo aunque no mucho, su mandíbula cuadrada tan bien definida y con una incipiente barba le daba un aspecto masculinamente salvaje, sus ojos invitaban a perderse en un cielo inmaculadamente celeste y su cuerpo ……su cuerpo era majestuoso. Aunque estaba vestido como cualquiera, sus músculos, firmes y duros como el granito, se podían apreciar sin mayor esfuerzo. Fiorella necesitó de toda su voluntad para cerrar su propia mandíbula, que se había abierto casi hasta el suelo cuando lo vio.
Su primera impresión, basada en el físico la llevó a pensar “quest'uomo sarà mio”. Pero luego reflexionó que por pensar de esa manera las veces anteriores, había terminado con el corazón herido, no una, sino tres veces. Se negó a seguir ese derrotero. Ese hombre sí le había llamado la atención, y mucho, pero no bastaba el físico. No esta vez. Dejaría las cosas al destino. Si un encuentro entre ellos se daría, no sería ella la que lo propiciaría.
Y el destino sí lo quiso. Al día siguiente ambos se encontraron en Piazza Castello, la plaza principal de Turín y corazón del centro histórico de la ciudad. No se habían visto ……aún.
La plaza era enorme. Estaba rodeada de monumentos históricos imperdibles, como el Teatro Regio, la Armería Reale, la Biblioteca Reale, el Archivo di Stato, la Iglesia de San Lorenzo, el Palazzo della Giunta Regionale, el Palazzo Chiablese, el Palazzo Reale y el Palazzo Madama, este último, un palacio que fue una de las residencias de la casa real de Saboya y que ha sido declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco. Al menos eso decía la información que estaba analizando Felipe.
Cruzó hacia el frente de aquel Palacio para poder sacar unas cuantas fotos con un mayor ángulo, como ya lo había hecho con el resto de los monumentos, cuando al enfocar el lente, vio la cosita más hermosa que jamás había visto. Era una mujer, la más alegre que haya tenido el placer de observar. Jugaba con un montón de niños como si fuera una más de ellos escapando de los chorros de agua que aparecían desde el suelo de aquel lugar. Era pleno verano y el calor era muy fuerte. Ver esa escena no era infrecuente en aquel lugar, de hecho, a menudo la gente recurría a aquellos chorros para paliar un poco lo sofocante del sol y lograr refrescarse.
Aquella mujer le robó el aire y los sentidos. Ya no hubo una foto del Palazzo sino una de ella riendo y disfrutando del momento. Quiso por un minuto acompañarla y disfrutar también, no solo del agua, sino también de su compañía, pero la timidez le impidió hacerlo. Era una completa desconocida que tal vez nunca más volviera a ver. Y así fue, porque luego de concentrarse en guardar su cámara, volvió a mirarla pero ya no estaba. Se había ido. Se lamentó de no haberse acercado. Total, si no la iba a ver nunca más, un rechazo poco hubiera importado. Pero y si …… ¡Arg!, gruñó. “Ya está. Ya pasó. Ya no fue”, pensó y habiendo terminado su tour para ese día, decidió volver al Hostel cargado de fotos, de cansancio y de un deseo incumplido que quedó solo en eso.