Inglasia es un país que sobresale por la riqueza de sus tierras y las inmensas fortunas que algunos de sus habitantes lograron amasar. Bosques, desiertos, selvas y mares le conceden a su territorio una diversidad inimaginable. A lo largo de su costa comienzan los asentamientos humanos, pero kilómetros adentro es donde podría decirse que existe la verdadera Racketdale, una de las ciudades más cosmopolitas del mundo. Al tratarse de una urbe donde sobraba el entretenimiento y las amenidades, sus ciudadanos ignoraban el hecho de que muchas cosas más allá de sus fronteras estaban cambiando…
En la calle Palacios de Kensingston se encuentran algunas de las residencias más caras del planeta. Se trata de una zona tan exclusiva, que solo los vehículos de los residentes tienen permitido circular por ahí; ciclistas y peatones pueden pasar libremente, aunque deben ser muy cuidadosos, ya que cualquier desfiguro o el más mínimo daño podría costarles el salario de todas sus vidas, o incluso su libertad.
En una de las mansiones más grandes, estaba a punto de desatarse una tormenta de lamentos y maldiciones, pero estos dramas eran tan comunes, que parecían haberse convertido en una de las tradiciones de la familia Granth.
—Sr. Granth, disculpe que lo despierte, pero su hija... Vanessa…— una de las ayudantes domesticas de repente entró en la habitación de Frederick Granth, el actual líder de la familia. Esta alcoba, como todas las demás que había en la residencia, era un agasajo visual para cualquiera que no estuviera familiarizado con las decoraciones ostentosas y los espacios exageradamente amplios; pinturas antiguas de artistas célebres colgando por todas partes, las paredes con grabados únicos y hechos con los materiales de la más alta calidad, un candelabro que abarcaba gran parte del techo, muebles antiguos y refinados que seguramente valían lo mismo que varias casas. Este lugar definitivamente haría palidecer a cualquier museo.
Enredado con varias sábanas oscuras debajo de un toldo de casi 5 metros, Frederick Granth abrió los ojos de golpe y se reincorporó violentamente; afortunadamente, ese día el hombre no estaba disfrutando de la compañía de alguna fémina, ya que de haber sido así, habría castigado a la primer persona que se le pusiera enfrente. La familia Granth era conocida como la más poderosa de Inglasia. Sus negocios tenían presencia en más de 2 continentes, participando activamente en la economía de muchos gobiernos y ciudades. ¿Pero cómo era posible que un hombre tan desvergonzado y holgazán fuera su líder? A decir verdad, Frederick no siempre fue así, y si sus negocios seguían teniendo éxito, era debido a que él ya no tomaba muchas decisiones, dedicándose únicamente a despilfarrar el dinero que alguien más ganaba.
—Gabriela, ¡maldición! ¿Qué no puedes ser más inútil? ¡Tengo una terrible resaca! ¡Se supone que no deben interrumpirme durante el día! ¿Por qué no lo consultaste con la madre de esa maldita malcriada? Sé que puede ser muy confuso para ti trabajar en un lugar tan grande, ¡pero todos vivimos en la misma casa! ¡Ve y arréglalo por tu cuenta!— Frederick se cubrió el rostro con una almohada e hizo una de sus habituales rabietas mientras hablaba.
Gabriela, la ayudante doméstica que ingresó a la habitación, llevaba poco tiempo trabajando para los Granth, pero gracias a los consejos de las demás personas que servían en la casa, estaba al tanto de lo problemática que era esta familia. En el caso de Frederick, un hombre que tenía alrededor de 60 años, su mayor debilidad eran las fiestas y las mujeres. Para la sociedad en general, él estaba felizmente casado con la madre de sus dos hijos, pero aquellos que pertenecían a las altas esferas estaban al tanto de la mundana vida del cabecilla de los Granth, y el poco respeto que le tenían era debido a que seguía teniendo mucho más dinero que todos ellos juntos.
Tragando saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta, la joven mujer le respondió:
—Claro, eso lo sé perfectamente, Sr. Granth, pero su esposa salió desde muy temprano de compras y no ha regresado Leopold la acompañó. Tampoco pude consultarlo con Alexander, ya que hoy saldrá en un viaje de negocios y pidió no ser interrumpido. Usted es el único con el que pudimos acudir—
Fulminando a la criada con la mirada y teniendo que suspirar profundamente para aliviar la ira que lo inundaba, Frederick volvió a acostarse y refunfuñó:
—¡Mierda! Esta gente no para de dar molestias. Uno solo quiere descansar pero los demás confabulan para perturbar mi sueño. Gabriela, no me importa que mi querida esposa haya ido de compras por enésima vez, o que mi querido hijo esté trabajando arduamente, ¡yo no buscaré a Vanessa! Si esa chica volvió a meterse en problemas, su hermano tiene que encargarse de ello. Esa bravucona ya ni si quiera me hace caso, y mucho menos a su madre. ¡Estoy harto! Anda, dile a los demás que no vengan a verme a menos que yo se los pida. ¡Largo de aquí!—
El hombre habló con tal firmeza, que la ayudante de limpieza no tuvo más remedio que salir de la habitación a toda prisa. Sintiéndose muy afligida y jugando con sus manos nerviosamente, ella acudió con Carolina, el ama de llaves, para informarle sobre las órdenes del Sr. Granth. Gabriela ya había sido advertida sobre lo tortuosa que podría ser su estancia en la majestuosa residencia de la familia Granth, la cual lucía como un palacio por fuera, pero lo que sucedía en su interior la convertía en un auténtico calabozo; todos los miembros de esta familia parecían adorar los conflictos, y el único que poseía un carácter agradable, rara vez se le veía en casa...
Uno no podría esperar mucho de un bar llamado 'El Cerdo Bonachón', pero dadas las condiciones del barrio donde se encontraba ubicado, además de la precaria vida de los habitantes, el nombre era lo de menos; poder tomar algunos tragos libremente y pasar un buen rato con los amigos era más que suficiente. Roído por el paso del tiempo y por el poco interés por mantenerlo presentable, este bar no era tan popular entre los de su tipo; con la gente de esta ciudad cada vez más interesada en un estilo de vida ostentoso y envidiable, un lugar así no poseía el aspecto que se requería para tomar una foto y subirla a las redes sociales.