Presa de ti ©

Capítulo 36


- Cuidense y recuerden qué aquí tenemos otros nombres, ¿Si?

- Si madre, diario no los repites.

No alego con Sebas, un último beso en la frente de mis trillizos y entran a la escuela.

Una pequeña, muy pequeña escuela de menos de 100 alumnos y con profesores de edad avanzada.

Entran a sus salones y camino al carro, me trepo, abrocho el cinturón y conduzco al psiquiatra.

Va una semana que voy, me he sentido un poco mejor después de tanta charla y antidepresivos. Los insomnios por fin se han ido y mi monstruo rara vez aparece en mi cabeza, vamos lento pero seguro.

Llegando al consultorio me pongo los guantes antes de bajarme y la bufanda, hace un frío que te cala hasta los huesos. 

Mi psiquiatra es hombre, un señor carismático y poco hablador, sino es para hacerme preguntas o darme un ejercicio de reflexión no dice nada y solo se dedica a anotar en una pequeña libreta diez veces lo que digo, no sé la razón de porqué escribe tanto con tan pocas palabras que expreso.

- ¿Gustas té? 

- Si, gracias.

Tomo asiento en el cómodo sillón largo y calientito, me quito los guantes y recibo la taza humeante en mis manos.

Doy un sorbo y siento el líquido caliente pasar por mi garganta que causa un escalofrío en mi cuerpo.

- ¿Cómo te has sentido, Hannah?

- Mejor, su nombre poco a poco va desapareciendo de mi mente.

- Eso es bueno, has tenido un avance muy grande. 

Asiento concordando con él.

- Las pastillas me ayudan mucho.

- Bien, ¿Qué tal tus noches? ¿Siguen igual? - me mira tras sus gafas, bebo más té y contesto.

- Seguían, al fin ayer pude dormir toda la noche.

Asiente, anota en su libreta y yo suspiro.

- Me dijiste que tenías hijos, ¿Cierto?

- Si.

- ¿Todos son de él?

Asiento viendo la ventana y el árbol lleno de nieve en sus hojas y tronco.

- ¿Te molesta si hablamos de ellos?

- No, adelante.

- Bien, ¿Tus hijos como han sobrellevado este cambio sin su figura paterna?

La pienso un poco, bebo de nuevo y dejo la taza en la mesita de centro. Me acomodo subiendo mis piernas al sillón poniéndome en posición de indio y carraspeo.

- Al principio fue difícil, diario y todo el día preguntaban por él. Hemos venido con unos amigos acá y gracias a ellos mis hijos pidieron distraerse y no estar pensando tanto en su padre.

- ¿Cuándo preguntaban por él tú qué hacías?

- A veces no contestaba, otras les decía que pronto lo verían que estaba trabajando y no tenía tiempo libre para venir.

No dice nada contradictorio por mis mentiras, en la segunda sesión conté todo de una forma resumida y explícita con lo que me hacía Ethan y sus personalidades, desde que terminé solo sonrió débil, me limpie las lágrimas y me aconsejó o más bien quería comunicarme con la policia, pero entre en pánico. Estamos bien y no sé si moverme hacer justicia sea lo indicado.

Le conté porque mi miedo y acepto mi silencio, pero advirtió que tarde o temprano debería hablar con las autoridades de los crímenes que se han realizado en mi persona porque un ser como él no debería estar suelto en las calles sino en un hospital psiquiátrico.

Ante eso me quede callada, quería irme de inmediato, estaba enojada y no sabia él porque en ese entonces hasta llegar a casa y reflexionar.

Años a su lado, acostumbrándome a sus cambios y persona, tanto esfuerzo que tuve que hacer para hacer una conexión que creo me volví masoquista. 

Porque cuando el Doctor dio la idea de que Ethan tenía que estar encerrado mi mente pidió que me contactara con mi monstruo para decirle que está en peligro y aunque si lo imagine quede totalmente confundía conmigo misma.

¿Quería protegerlo? ¿Por qué?

 

Finalizamos la sesión hablando de mis hijos, el daño que podría estarle causando diciéndoles mentiras y que debería ir pensando en decirles la verdad, alegue que están pequeños a lo que me respondió que es mejor decirles ahora y no de grandes porque pueden que me tomen odio por protegerlos con mentiras.

Agende cita para el próximo lunes y me retiré del consultorio al supermercado.

Hanzel nos presentará a su esposa, una bella chica que conoció aquí en Canadá. 

Compro todo para la cena, hasta un rico vino tinto. No sé mucho de ellos, pero Ethan me hablaba mucho de la reserva de su padre y cuáles eran los mejores, vi uno con el mismo nombre de hace mucho y no dude en agarrarlo.

Pago todo, agradezco y paso por mis hijos a la escuela, mis niños pequeños vienen corriendo y felices, Sebas parece que últimamente todo le molesta, pensé que lo estaba ayudando el psicólogo y lo que yo veo es que todo va de mal en peor.

Intento acariciarlo y se aparta, se trepa al carro en el asiento copiloto después de ayudar a sus hermanos y cierra la puerta con fuerza, veo a todos lados y nadie presta atemoción, suspiro.

Mejórate pronto, mi amor. Vamos a salir de esta te lo prometo.

Conduzco a casa, no dejan de hablar y reír los de atrás, Sebas a medio camino, mientras subimos la colina pidió mi mano, juega con mis dedos y se queda viendo por la ventana.

Llegando a casa los primeros en bajar son los trillizos, espero que lo haga Sebas, pero no se mueve ni me suelta la mano.

- Cariño, ¿Todo bien?

- A ver tu otra mano - voltea, el frío de Canadá hace que el azul de sus ojos sea más intenso, trago saliva y sonriendo le doy mi otra mano - ¿Dónde está?

- ¿Qué buscas? - pregunto riendo, me mira mal y le cuestionó de nuevo.

- El anillo, ¿Por qué te lo quitaste? - delinea mi dedo anular de la mano izquierda, río nerviosa y me encojo de hombros.

- Creo que lo deje en el cajón, se me olvido ponérmelo - intento de nuevo acariciarlo, toma mi muñeca de manera brusca y aprieta, no me duele pero pongo una expresión de enojo - Suéltame.




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