Oscuras nubes comenzaban a formarse a lo lejos. La suave Briza comienza a aumentar en intensidad meciendo las copas de los árboles y desprendiendo las hojas que caen al suelo lentamente como copos de nieve. Son indicios de que una tormenta se avecina.
Luego de pasar el día más feliz que haya experimentado en mucho tiempo Jonathan comienza a sentirse cansado. La tarde va llegando lentamente a su fin y el pueblo comienza a prepararse para una noche tormentosa.
–Hijo. ¿Crees que puedas prestarme tu auto? Tu madre y yo debemos ir hasta el pueblo vecino a un evento de caridad de la iglesia. Ya sabes cómo es tu madre, muy religiosa, y me arrastra a todas esas cosas que detesto, y para colmo esta destartalada camioneta se ha descompuesto. –Le dice Juan a su hijo mayor.
–Claro papa, úsalo cuando quieras. Disculpa que no te acompañemos, te dejaremos toda la diversión a ti. Demoren todo el tiempo que quieran. –Le contesto con una sonrisa.
–Afortunados de ustedes hijo. –sonrió. –No has cambiado nada. Estoy feliz de que estés aquí. Espere este momento por muchos años y ahora finalmente haz vuelto. –Dijo mientras ponía su mano en el hombro de su hijo. Después de tantos años al fin parecía que su relación con su padre había cambiado. Aquel hombre parco, distante y frio parecía otra persona, realmente estaba feliz de ver a su hijo.
Jonathan los acompaño hasta la puerta y permaneció observándolos. Parecían una pareja feliz, hasta iban tomados de las manos, lo cual nunca lo había visto. Sonriendo, subieron al auto y levantando la mano para saludarlo, se pusieron en marcha.
En ese instante preciso el punzante dolor en su cabeza reaparece. Fue tan fuerte que casi pierde el equilibrio por un instante. Puso su mano en la frente y agacho su mirada intentando que el agonizante dolor desapareciera. Al levantar nuevamente la mirada, aun tambaleante, queda horrorizado. Junto a sus padres que iniciaban su marcha sonrientes, aparecía el grotesco rostro de la muerte que lo miraba con sus infernales ojos. Grita intentando llamar a su padre, corre unos pasos, pero tropieza y cae pesadamente.
–Nooooooo!! –La impotencia que sintió en ese momento mientras la camioneta se alejaba por el polvoriento camino lo hizo estremecer. Se sujeta su cabeza con fuerza. –Esto no puede ser! ¡Por favor!
Todavía tambaleante se incorpora y comienza a correr tras el vehículo. A medida que corre el dolor comienza a irse poco a poco. Los árboles se agitan con cada vez más violencia a medida que la tormenta se acerca. Los rayos iluminan su camino mientras corre a toda la velocidad que le permiten sus piernas. La desesperación es cada vez mayor. La lluvia comienza a caer estrepitosamente. Sintió que chocaba contra una pared cuando las fuertes ráfagas de viento y agua lo golpearon.
Avanzó con dificultad cubriéndose el rostro con el brazo para protegerlo de la violencia de la tempestad que azotaba todo su cuerpo sin piedad. Las calles del pueblo estaban desiertas. Desde la comodidad de sus hogares nadie se percató del desafortunado muchacho que corría con desesperación extrema intentando salvar a su familia.
La esperanza de alcanzar el automóvil se desvanecía, pero no desistió, continuó corriendo por interminables kilómetros hasta atravesar el pueblo por completo. Había llegado hasta la carretera, la única salida del pueblo. Un cartel maltrecho indicaba Gobernador Roca 7km. Se recostó por el cartel que lo protegía apenas de la furia del temporal, mientras intentaba recuperar el aliento. Siempre había sido un buen corredor, pero su deteriorada salud ya no le permitía realizar esos trotes como antes. Una potente luz iluminó de repente todo el oscurecido ambiente, un relámpago había impactado sobre la cruz del campanario de la iglesia. La tormenta se intensificaba. Las ramas de los árboles comenzaban a caer sacudidas por las potentes ráfagas. La amarronada agua comenzaba a correr con fuerza por los desagües arrastrando todo a su paso.
Jonathan no recordaba que una tormenta de tanta intensidad haya golpeado el pueblo en años. Con la preocupación aún latente y sin importarle su propio bienestar comenzó a correr nuevamente. Continuó con cada vez más dificultad, hasta que, habiendo avanzado apenas 500 metros desde la entrada del pueblo, llegó hasta el pequeño puente sobre el arroyo San Antonio. El dolor agudo vuelve a su cabeza. El zumbido del viento sumado a la lluvia que lo castigan sin piedad lo desorientan. Intentando avanzar se percata de algo. La barrera metálica de uno de los lados del puente estaba rota, sus hierros retorcidos eran testigos de un fuerte impacto que los deformó. Temiendo lo peor, con su corazón latiendo cada vez más deprisa, se acercó. El nudo en su garganta provocado por la desazón y el miedo parecía estrangularlo. Continuó acercándose temiendo lo peor. Cada paso que daba lo acercaban a la terrible realidad.
Las normalmente tranquilas y cristalinas aguas del arroyo se habían convertido en un furioso torrente de un color marrón intenso. Su corriente implacable por un momento dejó ver las rojas luces traseras de su inconfundible vehículo. El instante en que las luces emergieron de las furiosas aguas que quedó gravado en su retina. Las luces volvieron a desaparecer en las oscuras aguas que volvieron a sumergir el automóvil.
Desolado, se deja caer de rodillas. Como tantas veces la amargura regresa a su vida. El obsequio de volver a reunirse con su familia y ser felices como nunca antes lo había sido, le fue arrebatado en un instante. La corriente aumentaba su intensidad. No había forma posible de que alguien hubiera sobrevivido. –Lo siento. Lo siento mucho. Todo es mi culpa. Todos tenían razón. Yo llevo la muerte a donde quiera que voy. Perdónenme por favor. –Sus lamentos eran silenciados por la implacable tormenta. La muerte había vuelto a reclamar otro trozo de su corazón. Jonathan se paró en el borde del puente. –Tan solo llévame a mí. De todas formas, pronto moriré. ¿¡Me escuchas!?? Llévame a mí. Prefiero morir ahora antes de seguir lastimando a más personas. –Gritó mirando hacia todos lados en busca de aquel siniestro ser.