4 de diciembre de 1999
00:30 Hs
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Desde la pequeña ventana que daba al frente del modesto departamento de Javier, Jonathan miraba hacia el exterior intentando ver algo. Su cuerpo todavía se estremecía por su cercano encuentro con la muerte.
–No te preocupes. Aquí estarán bien. –Intentó calmarlo Javier poniendo una mano sobre el hombro de su amigo.
–Eso espero. –Dijo Jonathan dando un gran suspiro mientras observaba a Franco profundamente dormido en el sofá.
–Escucha. Debo ir a ayudar a mi jefe. Todo esto es un verdadero desastre. Pueden quedarse aquí el tiempo que necesiten.
–Te lo agradezco Javier. Solo ten cuidado.
–Lo tendré. –Le contesto el agente mientras se aseguraba que su arma estuviera cargada.
El joven Jakov se mantiene mirando por la ventana como su amigo se aleja en aquella noche infame. Su casa era un reguero de cuerpos. Los propios habitantes del pueblo habían intentado matarlo y su hermano estuvo muy cerca de ser una nueva víctima de la bestia.
–Todo esto es mi culpa. –Se lamentaba. –Si tan solo hubiera muerto en soledad a la distancia, lejos de todo. Quizás esto nunca hubiera sucedido. Quizás no sea demasiado tarde.
–Lo es. –Contestó una voz desde las penumbras del cuarto. –Ya es demasiado tarde.
Aterrado, Jonathan intentó ver quien era aquel visitante. Tardó unos segundos en darse cuenta que allí, nuevamente estaba la figura de su padre.
–¿A qué te refieres? –Preguntó.
–Todo ha comenzado. Lamento mucho el sufrimiento que deberán pasar.
–¡Contesta! ¿Por qué es demasiado tarde? No lo será si ahora mismo me corto las venas. Me desangraré y todo terminará. Eso haré. No volveré a causar más dolor. Nadie volverá a morir por mi culpa.
–Puedes hacerlo. Pero no eres el único que deberá morir. Lo siento mucho de verdad.
El rostro de su padre reflejaba una profunda tristeza. Los miraba a ambos, a él y sobre todo al pequeño Franco que dormía de una manera anormalmente profunda. La respiración del pequeño parecía demasiado lenta. Su pecho se hinchaba con dificultad llenando los pulmones del preciado aire y luego lo expulsada de manera pausada, casi como la respiración de un moribundo conectada a un respirador. Jonathan comenzó a alarmarse. En el frente de su hermano afloraban grandes gotas de sudor. Se acercó rápidamente y apoyando su mano en la frente se percató de la elevada temperatura. Estaba volando en una fiebre demasiado elevada.
–¡Franco! ¡Despierta! –Lo sacudía fuertemente, pero los ojos de su hermano no se abrían. –¡Despierta POR FAVOR!
No había manera de despertarlo. Algo extraño estaba ocurriendo con él. Completamente asustado comenzó a revisar el cuerpo de su hermano. El horror atravesó su pecho como una puñalada. Al levantar la manga derecha de la remera vio una enorme herida. Lo habían mordido. Aquella cosa había mordido a su hermano.
–Dios mío Franco. Despierta por favor. –Continuaba intentando sin éxito. La fiebre parecía aumentar con cada momento que pasaba.
Al mirar hacia un lado ya no pudo ver a su padre, se había marchado tan fugazmente como había aparecido. Nuevamente se encontraba solo en aquella terrible situación. Por un momento pensó en llevar a su hermano al hospital, quizás allí podrían ayudarlo. Pero aquella cosa seguí allí afuera. Además, pensaba en que harían las personas si se enteraran que su hermano había sido mordido por aquella bestia, quizás intentarían matarlo sin piedad alguna.
La desesperación iba creciendo. No podía entender como no se había percatado antes. Quizás la adrenalina y el miedo hicieron que Franco no sintiera nada. Luego comenzó a sentirse débil y se quedó dormido.
–¡Soy un idiota! Por mi culpa estas así hermanito.
Mojó un gran paño con agua fría y la colocó en la frente. Nada funcionaba, la fiebre aumentaba. Con delicadeza levantó uno de sus párpados, sus ojos estaban completamente blancos y se movían de un lado a otro.
Angustiado, lo levantó y lo llevó hasta el pequeño baño del departamento. Lo colocó con mucho cuidado en la bañera y comenzó a llenarla de agua. Tocaba su frente. Esta seguí ardiendo en una despiadada fiebre. Su hermano no reaccionaba y Jonathan ya no sabía qué hacer.
Se sentó junto a la bañera, exhausto. Sentía que sus fuerzas se iban. La soledad y la tristeza que sintió en ese momento, fueron las peores que hubiera sentido en toda su vida. Su querido hermano estaba sufriendo por su culpa. Sus peores miedos se estaban volviendo realidad.
Por la pequeña ventanilla del baño, la luz de la luna se colaba. Aquella luz aterradora parecía buscar al pequeño, intentando arrastrarlo hacia la oscuridad. Franco abre sus ojos confundido.
–No me siento bien. –Alcanzó a balbucear con dificultad.
Jonathan da un gran salto. –¿Te encuentras bien? –Pregunta con los ojos poblados de lágrimas que pronto comienzan a deslizarse por su rostro entristecido.
–Quema. –Apenas pudo contestar.
Jonathan corrió hasta la cocina. Abrió el refrigerador y extrajo todo el hielo que había. Arrojó los cubos en el agua, estos comenzaron a derretirse de inmediato.