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Jonathan permanecía recostado contra la puerta. No podía creer lo que estaba sucediendo. Su querido hermano estaba allí encerrado convertido en un monstruo. Le había fallado nuevamente. Las lágrimas caían por su rostro impregnado en desolación. La certeza de haber condenado a su familia a la muerte y el sufrimiento se apoderó de él. Todo era su culpa. Quizás se hubiera muerto nada de esto hubiera ocurrido.
La tenue luz de una vela a medio consumirse, era lo único que iluminaba el desolado departamento. El sonido de la criatura encerrada en el pequeño sanitario, caminando de un lado a otro como un león enjaulado, no hacía más que incrementar su pena. En su mente buscaba las respuestas. Intentaba comprender como podía ayudar a su hermano. Algo debía hacerse. No podía permitir que todo terminara así.
Mientras estaba sentado con su mirada perdida en la nada, el viento trajo un lejano y familiar sonido. El sonido de tambores golpeando a lo lejos, en la oscuridad de la selva, llamándolo. Quizás esa era la respuesta. Todo conducía a aquella cueva. Quizás si Dios no podía ayudarlo, el diablo lo haría. Estaba dispuesto a todo por su hermano, incluso entregar su alma. No volvería a fallarle.
Se levantó lentamente y se acercó a la ventana. El sonido continuaba rítmico e hipnótico. Lo llamaba, podía sentirlo en cada fibra de su cuerpo. Finalmente había llegado el momento. La luna había desaparecido tras oscuras nubes que ensombrecieron el cielo nocturno.
–Hermano. –Escuchó la casi inaudible voz de su hermano.
Desesperado corrió hacia la puerta. –Franco ¿Te encuentras bien? –Preguntó.
–¿Qué sucede conmigo? No me siento bien.
–Todo estará bien hermano. Voy a ayudarte.
–Por favor déjame salir. No quiero estar aquí. –Suplicó.
Se apresuró hasta la puerta del baño. Comienza a correr los pesados muebles que había colocado para retener a aquella criatura en la que se había convertido su hermano.
–Resiste un poco. Ya mismo voy a sacarte de allí.
–¿Por qué me has encerrado aquí?
–Lo siento. Lo siento mucho. Resiste un poco más.
Unos insistentes golpes en la puerta lo interrumpieron cuando ya había quitado del medio el refrigerador. Los ignoró y continuó arrastrando el armario. Los golpes continuaron. Se podía sentir la desesperación del visitante implorando que lo dejaran entrar.
–¡Largo de aquí! –Gritó Jonathan enfurecido. –¡Quien quiera que seas lárgate!
Pero los golpes continuaron. –¡Por favor ábranme! –Se oyó la voz de su amigo Fernando clamando exasperadamente. –Esa cosa va a matarme. ¡Por favor déjenme entrar! –Volvió a suplicar.
Jonathan corrió hasta la puerta principal y la abrió. El rostro de su amigo estaba increíblemente pálido, como el rostro de un muerto. Fernando entró y cayó exhausto en el suelo. Intentó hablar, pero estaba demasiado agitado, demasiado asustado.
–¿Qué sucede? –Preguntó Jonathan mientras cerraba la puerta.
–Esa cosa. Esa cosa viene detrás de mí. –Respondió Fernando mientras se esforzaba por respirar.
Jonathan corrió lentamente las cortinas y observó hacia la oscuridad del exterior. No podía ver nada. Solo la negrura infinita que se extendía por todo el pueblo.
–No te preocupes. Ya estas a salvo. No hay nada allí afuera. –Intentó calmarlo.
La pequeña vela se consumió por completo. Todo quedó en una completa oscuridad. Entonces, la penumbra del departamento fue interrumpida por una tenue luz blanquecina que se colaba por entre el pequeño espacio entre las cortinas. Jonathan miró nuevamente. La luna comenzaba a salir por momentos de entre las oscuras nubes que la ocultaban.
Entonces un fuerte golpe retumbó dentro del pequeño cuarto de baño, y luego otro.
–¿Qué es eso? –Preguntó Fernando alarmado.
Otro fuerte golpe se oyó. La puerta de madera comenzó a crujir. El siguiente golpe fue tan potente que el armario apoyado contra la puerta retrocedió. Luego el escalofriante sonido metálico de la bisagra cayendo y golpeando contra el suelo.
La puerta cayó en un espantoso estruendo. La oscuridad dentro del departamento era total. No podía verse absolutamente nada, solo un profundo negro. El sonido de una poderosa y jadeante respiración los dejó helados.
En la completa penumbra dos enromes ojos amarillentos resplandecieron mirándolos desde lo alto.
Fernando quedó estupefacto. Sus piernas prácticamente se convirtieron en gelatina. No podía siquiera pararse para intentar correr.
La enorme bestia se erguía frente a ellos. Se acercaba paso a paso. Jonathan se colocó frente a su amigo.
–Detente por favor. –Le dijo en tono de súplica a aquella aterradora criatura y esta se detuvo. Sus ojos amarillentos se concentraron en la luz de la luna que se colaba por la ventana. Parecía como si algo la estuviera llamando.
La criatura corrió hacia la ventana. Los cristales estallaron en mil pedazos. La bestia estaba afuera.
Desesperado, Jonathan va tras ella a pesar de que su amigo trata de detenerlo.