Presley y sus fantasmas

Presley y sus fantasmas (Historia corta)

Presley y sus fantasmas

Era una oscura mañana, apenas eran las seis en punto de la mañana y no podía apreciarse la lejanía, Presley admiraba desde su ventana como la espesa niebla se volvía más oscura.

Presley Colloway; cabello negro, ojos verdes, tez blanca y sonrisa siniestra. Cuando Presley nació la muerte estaba parada a su lado, ella podía verle, ella le sonreía, aun lo hace. Mientras crecía jugaba con ella, hablaba con ella.

Cuando llego a la edad de 8 años todo empeoro, y la muerte estaba rodeada de personas, siempre rodeada de rostros pútridos y desgarrados, con partes del cuerpo faltante, muchos sin boca u ojos, algunos emanaban un olor putrefacto que la hacía marearse, aun así, eran sus amigos, sus únicos amigos. Cuando sus padres notaron sus extraños comportamientos la llevaron al doctor, y luego fue trasladada a un hospital psiquiátrico, donde paso la gran parte de su niñez, sufriendo de abusos y fuertes tratamientos que consistían en electroshock y estar drogada todo el tiempo.

Tratamientos que dejaron fuertes represalias en Presley. A la edad de 16 años volvió a su casa, bajo la palabra de que estaba sana, pero en verdad estaba mucho peor, ya no solo veía personas, también veía cosas extrañas, cosas que no podían ser llamadas personas, escuchaba voces que la atormentaban, sentía olores innombrables, ya no dormía.

Aun así, solo ignoraba lo que veía, después de todo era esquizofrénica y esas solo eran alucinaciones o eso le hicieron pensar.

Sus padres estaban afligidos, su hermosa y alegre hija era solo un recuerdo, la nueva Presley era una antisocial, no hablaba aparte de unas cuantas palabras por día, unas horribles ojeras se adueñaban de sus ojos; su hermoso cabello negro estaba vuelto una maraña, sus ojos verdes estaban sin vida y su piel era tan pálida que parecía un muerto.

La mente de Presley siempre era un caos, además de un enigma para todo el que la conociese o mirase, nunca decía lo que pensaba, nunca hablaba, nunca maldecía, nunca se quejaba, nunca sonreía.

A pesar del nido de pájaros que parecía tener en el pelo, las espesas ojeras y su cara de apatía Presley era hermosa, algo que nadie podía negar. Su rostro siempre parecía brillar con la luz, cualquier luz, en la oscuridad podías sentir su siniestra y callada mirada, podía acallar tus fantasmas para volverse el único, aunque nadie pudiera acallar los de ellas.

Nunca sonreía, o al menos, nunca nadie la había visto, pero aun ese estado de desgano y destrozo en el que vivía

había alguien que la hacía sonreír hasta en sus peores momentos. Alguien que desde siempre le ha acompañado.

Presley mira hacia atrás sintiendo un frio inhumano recorrer su cuerpo, seguido de un fuerte escalofrió, miro al frente suspirando. Tenía bastante tiempo sentada, pensando, pensando en su vida, en circunstancias muy lejanas a su vida, y con los ojos indiferentes respiro.

—Quizás si estoy loca… —pronuncio percibiendo una presencia conocida. Esta presentaba un aura iracunda, y Presley volteo la cabeza.

Una espesa niebla se coló en la habitación cerrada, a Presley no le pareció extraño, aunque cualquier persona normal se asustaría, después de todo no es normal que la niebla, la cual se encuentra lejana e incapaz de entrar en una habitación con persianas cerradas, pero Presley no era normal, ella lo sabía, todos lo sabían.

De entre la niebla una figura varonil surgió, de buen aspecto y facciones delicadas, aunque desgarradoramente atractivas; con los ojos negros como la oscuridad misma, con el pelo negro azabache, tan negro que pareciera brillar con la oscuridad y una sonrisa asesina, aunque ególatra.

Con el ceño fruncido se acercó amenazante hacia la chica hasta quedar a pocos centímetros de sus labios, el varón la mira a los ojos colérico mientras Presley se mantenía inexpresiva.

—¡Nunca vuelvas a dudar de tu cordura por palabras de otros! Mon amour —exclama tajante.

—¿acaso no estoy en lo correcto? empiezo a dudar de mí, de… de ti, dudo de tu subsistencia. Estoy dudando ¡nunca dude Efraín!

Aunque Presley sonaba fuerte el joven sabía que estaba destrozada, la conocía muy bien. Sus ojos parecieron brillar por un momento, pero no un brillo cualquiera, era un brillo de tristeza, sus ojos parecen destellar cuando estaba triste.

—¡oh, ma vie! Dime, ¿Qué es real para ti? ¿acaso no somos todos una ilusión? Una ilusión de la vida, una jodida ilusión sin gracia —articula con una sonrisa ladina. Abrió la boca para responder, pero fue interrumpida por la aterciopelada voz de Efraín—. ¿crees en la noche Presley? —pregunto con tanta malicia que Presley titubeo por un momento.

Finalmente, la muchacha asintió impaciente por la respuesta del varón, nunca se sentía impaciente… nunca sentía nada, pero cuando estaba con Efraín algo era diferente, quizás sea el hecho de que era un demonio, un espectro del más allá, un castigador del infierno, un hijo del averno.

—pues yo soy un monstruo de la noche, puedo ser considerado la noche misma ¿eso es lo suficiente real para ti?

Efraín se acercó a Presley cual depredador a su presa ¿pero podía ser Presley considerada una presa? No, Presley nunca sería una presa, no importa cuán acorralada este, nunca demostraría debilidad o impotencia.

—Podría devorarte ahora mismo, y que así fueras mía para la eternidad. Una oscura y dolorosa eternidad —Dijo Efraín petulante. 

—¡Conviérteme en la reina de tu infierno! —respondió Presley desafiante. Su mirada le tentaba a pecar, él lo sabía, y eso le divertía.

Efraín estaba consciente de que solo con él la muchacha se permitía sentir algo, solo con él podía demostrar el más pequeño ápice de sentimiento, a veces le gustaba cuando demostraba sus más siniestros deseos, porque, por más que ella lo negase, muy en el fondo sabía que era un monstruo igual o peor que él.




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