Primavera Marchita

Capítulo 1


Se escuchó el último repicar de la campana. El aíre gélido se colaba por los ventanales de la torre, haciendo estremecer a la famélica figura que descendía lentamente por los escalones. Los pasos del ministro Davies eran apenas perceptibles, aún en el sepulcral silencio de la noche. El hambre había marcado sus costillas, y a pesar de que las cosechas en el pueblo habían sido abundantes, se sometía a la inanición por su propia voluntad.

“Allí estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo. No comió nada durante esos días, pasados los cuales tuvo hambre”

Repetía entre dientes mientras atravesaba la nave central en dirección al claustro. La rodeó pasando por las columnas exteriores hasta llegar a la cocina. Entró guiándose por la costumbre, sin encender luz alguna, y mientras tanto repetía en susurros “Vuélvanse a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos”.

Sin detenerse si quiera a tomar agua subió las escaleras hasta su habitación, ésta era apenas un espacio de ochenta pies cuadrados, una pequeña ventana con vista al este, la cama con el espaldar en la pared norte, pared en la que se veía la silueta de una cruz que había sido retirada recientemente; al lado de la cama una mesita en la cual reposaba una vela, una jarra con agua y una bandeja de plata, sobre la cual había una navaja de afeitar.

Encendió la vela, se retiró el hábito y estando así, totalmente desnudo, tomó la navaja entre sus manos mientras decía.

“Y si tu mano o tu pie te es ocasión de pecar, córtatelo y échalo de ti; te es mejor entrar en la vida manco o cojo, que, teniendo dos manos y dos pies, ser echado en el fuego de eterno... Si tu ojo te es ocasión de pecar, arráncatelo y échalo de ti. Te es mejor entrar a la vida con un solo ojo que, teniendo dos, ser echado al fuego del infierno”

Y habiendo pronunciado estas palabras, tomó una bocanada de aire y presionó la navaja sobre su carne. En seguida el ardor le recorrió el cuerpo, soltó un grito ahogado que trató de escapar a través de sus mandíbulas apretadas, el rechinar de sus dientes le retumbaba en el cráneo; el dolor le hizo parar por un momento, sin embargo, aferrado a su propósito exhaló con fuerza y tomó un nuevo aliento. Bastó este último impulso para terminar su trabajo, pronto su miembro impuro se encontraba separado de él. Empapado aquel pedazo de su carne ahora moría, no le haría pecar más, y aún con el dolor recorriéndole el cuerpo, el ministro Davies, sintió por fin la liberación de su alma, el instrumento que el demonio usaba sobre él había sido eliminado, las pasiones de la carne no lo someterían de nuevo, se había purificado. Arrojó con asco y desprecio su vergüenza a las llamas y observó con satisfacción como las lenguas de fuego rodeaban su pecado, siguió observando hasta que su vista se tornó borrosa y su cuerpo se precipitó al suelo por el desfallecimiento.



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En el texto hay: misterio, epoca, misterios y drama

Editado: 04.01.2019

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