El primer claro de luna iluminó las marchitas flores del oscuro jardín de aquella casona con la luz prestada del astro rey que en el día hacía gala de sus encantos; ya un cuerpo se removía bajo las rojas sábanas de seda sin muchos deseos de sus ojos abrir, flotó aún inmerso en la oscuridad de sus párpados y llegó hasta el baño, allí dejó ver sus verdes iris, aunque en vano fue ponerse en frente de un espejo, porque este no le devolvía su imagen. Suspiró y trató de recordar la última vez que vio su aliento empañando un frío cristal, pero sus memorias se vieron perturbadas por las encantadoras mejillas rosadas y llenas de vida del joven que había conocido la noche pasada.
Se sonrió. No era normal en él estar pensando en alguien, por lo general nadie lograba meterse entre sus podridas neuronas. Decidió bañarse en lo que aún continuaba sumergido en sus propios cuestionamientos personales, aunque el agua y el jabón no podían hacer menos notable el olor a muerte y desgracia que emanaba de su cuerpo. Se vistió con unas ropas elegantes, pero no demasiado, temía sorprender al muchacho de castañas hebras. El negro dominaba su atuendo, su madre más de una vez le recomendó el rojo o el azul, ya que los tonos oscuros sólo realzaba su pálida piel, haciéndolo destacar aún más entre las personas rebosantes de vida.
Finalmente salió, pero no flotó hacia el joven, sino que fue hasta los alrededores de uno los pocos pueblos que por allí existían, estaba seguro que encontraría a quien buscaba vagando por el lugar en busca de una presa, aunque no necesariamente para alimentarse como bien pensaría cualquiera al enterarse que de vampiros se trataba, cosas de estereotipos modernos. Dio un par de vueltas y cuando creyó haberse equivocado y por esa noche no hallarlo, lo encontró coqueteando con un joven extranjero de destacables ojos azules que podrían ser fácilmente confundidos con piedras preciosas.
—Ay, chiquito, no sabes lo que soy allá a… —decía antes de ser interrumpido por el carraspeó de alguien a sus espaldas.
—Corre. —aconsejó al muchacho turista tomando al joven vampiro pelinegro del cuello para llevárselo a un lugar privado.
— ¡Dioni! ¡Me arruinas siempre todo, che! ¡Ni que les fuera a chupar la sangre, yo quiero que ellos me chu…! —Dionisie tapó la boca ajena con su diestra, sus oídos no querían oír tal vulgaridad cuando apenas despertaba.
Alejándose de los ojos curiosos de los pocos pobladores que por allí habitaban, flotaron hasta lo alto de una copa de un árbol, oculto entre las ramas podían conversar en total libertad. El vampiro pelinegro, de ojos tan claros que parecían casi incoloros, estaba algo extrañado, su primo no solía interrumpir en sus noches de caza.
— ¿Te paso algo a vos, che? —cuestionó rompiendo el silencio espectral y misterioso de una noche de luna a medio menguante.
—Me pasan muchas cosas, pero lo que me inquieta en este momento, es justamente lo que estás haciendo… ¿Cómo hablas con tanta naturalidad el dialecto actual de estas tierras? —preguntó, Dionisie, casi afligido.
El pelinegro abrió sus ojos grandes, sorprendido de la pregunta, sorprendido de que esa fuera la incomodidad de su primo, y finalmente, rompió en carcajadas que llenaron la penumbra de ruido, las aves nocturnas volaron despavoridas hacia la inmensidad del oscuro cielo. El rubio frunció su ceño, lo que menos le alegraba era que se burlaran de él, y su primo bien sabía eso, así que con gran esfuerzo controló su risa para tratar de tomarse enserio la pregunta de su familiar.
—Solo hablo con los pibes por la noche, es fácil aprenderlo si hablas con seres vivientes de estos tiempos, no es mucho lo que tenes que hacer, va, eso creo. No soy lingüista para ponerme a pensar en cómo hablo y como hablaban en el pasado, ¿no? —Respondió con un tono que exasperaba al vampiro rubio de ojos esmeralda.
—Lo dices de manera tan simple, como algo tan natural… y no lo es, al menos no para mí, Jeremías. —dijo bajando su mirada en tanto las aves que antes había huido volvían a posarse en las tenebrosas y delgadas ramas de los altos árboles patagónicos.
—Es natural, boludo. Relajate, mete “che” y “boludo” al final de unas frases y ya está, pasas joya.
— ¿Pasar joya? ¿Por qué quisiera pasar por una perla o un diamante?
El ser sobre natural de hebras azabache decidió no hablar más, la expresión de confusión de su primo lo frustraba más que una noche sin ningún acompañante. Suspiró largo y cansado, le dio unas palmadas en la espalda, y con un ademán se despidió para volar lejos de la mirada esmeralda del rubio; este, aún confundido, flotó lento y si llamar la atención entre las altas copas de los árboles; así llegó hasta la residencia donde se hospeda el elegante bailarín de ballet chileno.