Desperté en la cama de María y me quedé acostada allí con mis ojos fijos en el techo blanco inmaculado.
Las palabras de Anthony seguían en bucle en mi cabeza, “no tengo ningún interés en Cristina” y me enojé conmigo misma por sentirme mal por ellas. Apreté los puños tan fuerte que empezaron a dolerme.
Yo ya sabía que éramos amigos y que esto era una aventura peligrosa que al final no nos llevaría a ningún lado, así que no tenía sentido que me sintiera mal por lo que Anthony dijera o hiciera, no tenía sentido que me echara a llorar por algo que no tenía tanta importancia y tampoco tenía sentido que no quisiera verlo con alguien más.
Él simplemente se acercó por mi padre, para tenerme vigilada, tenía que entender eso de una vez y olvidar el dolor que sentía. Apreté los puños aún más fuerte y sentí mis uñas lastimando mi piel. Una lágrima rodó por mi mejilla y solté el agarre para limpiarla.
El sonido de la puerta me indicó que alguien había entrado. Seguí mirando el techo sin preocuparme de quién fuera.
―Tus padres te están buscando ―sentí los pasos de mi tía acercándose a la cama.
Cuando estuvo a mi lado, la miré y como era su costumbre se dio cuenta de que algo pasaba.
―Cariño, ¿qué tienes?
Me puse de pie para abrazarla con todas mis fuerzas.
El mar que había en mis ojos empezó a desbordarse nuevamente, me aferré con fuerza al cuerpo de la mujer que me había cuidado por nueve años y que, a veces, deseaba que fuera mi madre, y dejé que las lágrimas salieran.
Ella acarició mi espalda como siempre hacía y dejó que fuera yo quien me separara.
―¿Mejor? ―preguntó cuando por fin dejé de llorar.
Asentí con la cabeza y me senté al borde de la cama.
―¿Quieres contarme qué pasó?
Negué con la cabeza.
Lo último que quería era hablar, si lo hacía tenía la certeza de que volvería a llorar y tampoco quería hacerlo. Además, seguía sin entender por qué me ponía tan mal lo que pasara con Anthony o con mi padre, pero estaba segura de algo, iba a dejarlo de lado, no iba a volver a llorar, no otra vez. No estaba dispuesta a hacerlo por nadie más.
―Voy a darme un baño.
…
Pasaron dos días.
Todos me tenían cansada de tanto preguntarme si estaba bien, ¿qué ahora una no puede quedarse en su habitación escuchando música todo el día porque algo pasa? Mi tía era la única que había preferido dejarme tranquila. Ella tenía esa filosofía de “Si no quieres contarme, te lo respeto, aunque estaré aquí por cualquier cosa”, por lo que no preguntó nada.
Le comuniqué a mi progenitor que Anthony no tenía por qué volver esta semana ya que no saldría, pero al parecer pensó que no hablaba muy en serio porque lo había mantenido haciendo pequeños trabajos en casa, como picar la leña y otras cosas sin mucha ciencia.
Estaba claro que no hablaba en serio, pero, aunque saliera, no quería verlo. No era una niña, podía ir por ahí sola y si algo me pasaba me haría responsable. No necesitaba a alguien que le informara a mi padre de todo lo que hacía.
El jueves me animé un poco. No iba a pasarme la vida encerrada para no ver a Anthony, así que salí y chateé un rato con mis amigos. Evité contarles lo que había pasado porque no estaba dispuesta a que se enteraran de que unas simples palabras me habían afectado tanto, así que les dije que todo andaba de maravilla y los animé a hablar a ellos.
Eso me distrajo por unas horas, pero terminé aburrida de estar en el mismo sitio tanto tiempo y se me cruzó por la mente irme al lugar que había estado evitando desde la semana anterior: “La lomita”.
Me escabullí por los árboles y cuando estuve lo suficientemente lejos como para que nadie me viera, volví al camino.
Eran como las tres de la tarde, el sol me quemaba la frente y las elevaciones del camino lo ponían todo difícil. Ya había hecho ese recorrido unas cuantas veces y, sin embargo, esta fue la única en la que sentí que había tomado el camino más largo del mundo, ni siquiera la brisa, el canto de los pajaritos, ni los paisajes hicieron más confortable el trayecto. Cuando llegué al lugar, me senté bajo la sombra de los árboles de mango, agotada.
Había durado como mínimo cuarenta minutos caminando, lo que es poco comparado con lo que suelo caminar cuando estoy explorando, pero parecía que llevase una vida sin caminar. Más que físico, el cansancio era mental. No quería pensar más y mi cerebro no parecía entender eso.
Me acosté en la hierba y cerré los ojos. Ese era justo el lugar donde quería estar siempre. Allí me inundaba una paz, el aire acariciaba mi piel con delicadeza y lo mejor, es que no había nadie más. Solo yo, las nubes sobre mí y el paisaje majestuoso que me rodeaba.
Luego de unas cinco respiraciones profundas, abrí los ojos y, al ver un cuerpo a mi lado, me puse de pie a toda velocidad.
Mi corazón siguió corriendo desbocado aún después de darse cuenta de que no había peligro. O tal vez sí lo había. Ya no estaba segura.
―Perdón, no quise asustarte ―dijo Anthony apenado.
Lo miré a detalle. Sus ojos color miel brillaban con intensidad y su pelo bailaba lentamente con el viento; sus facciones seguían siendo las mismas que unos días atrás había querido besar todo el día, pero sentía que no lo conocía, no quedaba nada del Anthony que recordaba, ese que nunca me hubiese traicionado. Ya no sabía a quien tenía delante.
#3223 en Novela romántica
#151 en Joven Adulto
amigos de infancia y primer amor, huidas dolor de amigos a enamorados, miedo a amar y amor prohibido
Editado: 11.07.2025