La mejor decisión de ella, en definitiva, ha sido el salir de su casa. Y sí, el dolor en su cabeza y la pequeña hinchazón en la parte lateral de ésta no han disminuido, pero al menos, ha logrado sacar de las cuatro paredes de su habitación, su mente confundida.
Así, en tanto espera que la camarera lleve su bebida y aquello que le encargó en su última visita, Julia se acomoda en su asiento y hojea el libro que sostiene entre sus manos.
Soltando un suspiro de cansancio, se percata que aún está agitada pues para bien o para mal, siempre ha tenido una excelente memoria y por ello, una laguna mental como la de ahora que le recuerda su otro vacío de memoria respecto a su secuestro, le disgusta en gran manera. ¿Y cómo no molestarle? Ella no sabe qué pasó el día anterior y su último recuerdo, fue haber entrado a unos vestidores por razones que se le hacen desconocidas. Después de esto, no hay nada, todo está en blanco hasta el momento en que despertó en la suite presidencial del hotel de la academia Juliana con una horrible cefalea donde para colmo de males, el propio director Redford, se negó a darle una explicación de lo sucedido con la excusa de que su maestro le daría todas las respuestas. Sin embargo, a un día de los hechos, Erich no se ha reportado con ella más que para enviarle a su morada y darle a quien funge como el encargado de seguridad, su medicación para el fin de semana.
Resignada a que su maestro se una a lo que para los demás es habitual, como lo es ignorarla y no darle una explicación de nada, ella decide centrarse en su lectura. No obstante, de forma repentina, al sentir la presencia de otra persona frente a ella, intuitivamente, levanta su mirada para no encontrarse con Luisa a quien esperaba, sino con alguien diferente.
Julia Byington traga grueso y aunque ella no lo percibe, su rostro pierde color pues esta es la segunda ocasión en la semana, en que sus lugares secretos se ven comprometidos. Su primera reacción es salir corriendo cuando ve a Erich tomar asiento, pero con todo lo que siente, muda su semblante con rapidez ya que, a diferencia del día anterior cuando Josiah la encontró, ahora cree que puede actuar pues el joven, la ha hallado en su forma original y él conoce únicamente, su forma de emperatriz.
―Teníamos un trato ―asevera él con furia, arreglando la manga larga de su camisa de vestir azul marino―. ¿Por qué lo has roto? Pensé que no te había pedido mucho. ¿Es tan difícil salir con tus guardias? ¿Quieres que te quite los fármacos y te lleve en este instante con un psicólogo?
―Creo que se ha equivocado de persona ―expone ella demasiado nerviosa al verse contra la espada y la pared, con la esperanza que hasta hace poco tenía, pendiendo de un hilo―. Yo no lo conozco y si me disculpa…
Y de improviso, ahí está de nuevo en Julia, esa horrible sensación de estar apresada, de que su cuerpo es sujeto a los deseos de otro y no al de ella.
―Eres una pésima actriz ―declara Kirchner más encolerizado y con su mirada mordaz agrega―: ¿Crees que soy un idiota? Si es así, permíteme aclararte que no es cierto y que yo no voy a ser tu juguetito.
La presión en el cuerpo de Julia por efecto de la telequinesis es tanta, que aunque no lo desea, los síntomas de su trastorno empiezan a resurgir al recordar el episodio de hace una década en que fue encadenada en su propia mente. Por ello, no soportando el no poder mover ni un dedo por su voluntad y sumado a su crisis, decide soltar todo.
―Está bien, soy yo. Lo admito, salí de casa sin mis guardias, pero no tienes por qué reclamarme nada. Estás exagerando, no es para que te enojes de esa forma y por favor, suéltame, me haces mucho daño.
Por lo último, Erich deja de usar su poder psíquico, pues se percata de que es cierto y que en efecto, colocó una presión más de la necesaria en ella. No obstante, aunque reconoce su error en ello, no piensa pedir disculpas porque su orgullo se lo prohíbe. Un orgullo, que pese a ser el mismo que lo ha llevado a cometer esta equivocación, no quiere soltar. Después de todo, aunque él mismo no le acepte ni hoy ni en un par de meses o años, su cólera e incluso cada paso que ha dado desde que se enteró de quién era la joven frente a él, no se ha debido a que le importe lo que le suceda a Julia, sino a que le molesta el que haya sido ella el que lo convirtiera por unos minutos, en un total idiota.
―Disculpen la demora ―anuncia la camarera, colocándose a la par de ellos con una sonrisa―. Aquí tienen su café vienés y su affogato, ¡que lo disfruten!
De inmediato, como una forma para controlar su enfado y pánico respectivamente, los dos jóvenes toman un sorbo de sus pedidos. Aunque Julia, es la que no muestra recato al acabar con una de las dos bolas de helado de vainilla bañadas en café expreso, en un santiamén. Por su parte, Kirchner que no ha dejado pasar esto por desapercibido como tampoco, el guiño que le ha dado Luisa, niega con su cabeza. Esto, para en primer lugar, despejarse del pensamiento de cuánto ha sido el daño que le ha hecho a su alumna y en segundo término, como una forma de hastío hacia la muchacha que no la logrado leer el ambiente ya que lo que hay entre él y Julia es cualquier cosa, menos algo romántico.
―¿Qué te hizo darte cuenta? ―Indaga la princesa en tanto se lleva una mano a su pecho en tanto tranquiliza su respiración―. ¿Cómo supiste quién era yo? No deberías saberlo.
―Tan solo fue un análisis simple ―dice Erich con más tranquilidad ya que no se quiere dejar llevar de nuevo por un impulso―. Pero no cambies el tema. Te pedí que cumplieras un trato e hiciste todo lo contrario. Así que, debería llevarte ahora mismo con el especialista aunque sea arrastrada, más te daré una oportunidad. Por lo que, si contestas a mis preguntas, haré como si esto nunca ocurrió. ¿Qué dices? ¿Aceptas la propuesta?
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Editado: 31.12.2022