El sonido de los disparos y las recargas de armas, las explosiones, los gritos de personajes al ser heridos e incluso asesinados, además de la música de ambientación, inundan el cuarto donde un joven yace frente a un enorme televisor que cubre casi toda la pared.
Al otro lado, un sujeto golpea la puerta de la habitación, pidiendo permiso para entrar. No obstante, el joven no parece escucharlo debido a la cantidad de ruido que lo rodea. Por lo tanto, el mayordomo que ha estado pidiendo permiso para ingresar, mientras tiembla de miedo al saber las posibles repercusiones de sus actos, decide abrir la puerta.
―Señorito... Señorito.
Los intentos por llamar la atención del joven son nulos. Aquello es estridente, tanto que le hacen pensar al sujeto que los altos decibeles del sonido lo dejarán con un problema auditivo. Con todo, se acerca al muchacho que está ensimismado en los motores de su aparato y coloca su mano en el hombro de él para llamar su atención. Ante este acto, se escucha de inmediato una explosión seguida de una melodía que indica el fin del juego.
―¿Qué demonios quieres? ―Expresa exacerbado el joven, girándose hacia el mayordomo―. ¿Cómo se te ocurre interrumpirme cuando estoy ocupado? ¡Mira lo que me hiciste hacer!
―Lo siento, señorito. ―Traga grueso y hace una reverencia―. No era mi intención molestarlo, pero la situación lo amerita.
―¿Ah, sí? Entonces, ¿qué es tan importante como para interrumpir el único descanso que he tenido en meses?
Otro paso atrás es dado por el hombre. Él sabe a la perfección que ha cometido una grave falta al despertar el poco usual carácter colérico de su señor.
―Es el coronel Ferguson. Se encuentra en la sala principal y demanda tener una audiencia con Padre.
―¿Le dijeron que no se encuentra disponible?
―Sí, pero no escucha razones. Está demasiado ensimismado en obtener una audiencia ya que según él, tiene algo importante que comunicar.
Con cansancio y hastío, el muchacho se deja caer sobre la alfombra. Él cierra sus ojos y lleva sus manos a su nuca en tanto piensa en la situación.
―¿Y no pueden simplemente sacarlo de aquí a la fuerza?
―Por supuesto que no. Señorito, estamos hablando del coronel Ferguson. ¿Cómo cree que él reaccionaría a ello? ―Dice el hombre alarmado―. Por favor, hable con él. Sólo usted puede encargarse de este asunto ya que Padre no se encuentra.
―¡Qué fastidio! Vienes por mí porque eres un total inútil y necesitas que haga tu trabajo ―profiere con pesadez el joven, más al venir a él una idea, se levanta―. Pero bien, aunque me pese, supongo que no tengo otra opción.
Con algo más de interés, pero casi sin demostrarlo, el muchacho camina hacia el sitio indicado. Detrás de él, a una distancia prudencial, marcha el mayordomo con los nervios a flor de piel, pues a pesar de que sabe que ha tomado la mejor decisión al interrumpir al joven para salvaguardar los bienes de su jefe, aún teme del desastre que puede explotar en cualquier instante.
Tras una breve caminata por unos pasillos, la escena temida por el encargado del sitio se está ejecutando. Así, se puede visualizar a un hombre alto, fornido y de piel canela, que con furia mira a tres mujeres que están frente suyo impidiéndole el paso.
―Lo advertiré por última ocasión ―profiere el hombre rechinando los dientes―. Abran paso o aténganse a las consecuencias.
―Pues siendo así, perdónenos coronel. Lo lamento, pero al ser las encargadas de la seguridad de Padre y de éste sitio, tenemos que velar para que nadie irrumpa su estancia.
―Está bien, pero recuerden que lo advertí previamente.
No hay nada más que decir. El individuo con el mayor grado militar levanta su mano, a lo cual las mujeres responden irguiendo al instante escudos de poder psíquico para enfrentarse al ataque que es casi seguro que él emitirá por ser su especialidad, aquello de lo que se jacta. Y en este punto no se equivocan las agentes, pues aunque es imperceptible para el ojo humano, una violenta onda de energía inicia a liberarse en dirección a ellas.
Por otro lado, el joven que ha sido traído a la sala, al ver lo que él categoriza como una total pérdida de tiempo y energía, niega con la cabeza y suelta un suspiro de cansancio. A continuación, haciendo uso de sus habilidades, el chico bosteza y se traslada en un milisegundo frente al coronel, situando una espada que antes no tenía en el cuello de éste al tiempo que de alguna forma se las arregla para disminuir el impacto del previo ataque del hombre al dejar que únicamente un hálito alborote de forma escasa sus cabellos rojizos.
―Buenas tardes, coronel ―pronuncia con una sonrisa para molestar al sujeto―. ¿Cómo se encuentra el día de hoy?
―Tú… Maldito bastardo. ¿No deberías estar entrenando?
―No, en realidad estaba de vacaciones. Unas, que por cierto, usted está interrumpiendo.
Los ojos castaños de Ferguson y los grises del chico se encuentran. Los primeros arden de ira y los segundos se hayan juguetones por la simple razón de que le ha echado a perder la diversión a alguien más, de la misma forma en que le hicieron a él hace escasos minutos.
Mientras se da el duelo de miradas, las jóvenes guardianas al notar la presencia del muchacho hacen una reverencia y esto, no tanto por la posición que él ostenta sino porque quizás acaba de salvarles la vida. Después de todo, aunque el trío es tan fuerte como para considerarse el pilar de la protección del mandatario y del sitio en que se encuentran, la batalla que el coronel estaba dispuesto a brindarles, hubiera terminado comprometiendo sus vidas de una u otra forma.
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Editado: 31.12.2022