Princesa Juliana: El poder de la soberana

Capítulo 4

De todas las probabilidades que han llegado a su mente, Erich nunca previó esta. Así, por primera vez, en sus casi cumplidos veinte años, hay una probabilidad que se le ha escapado. ¿Cómo es esto posible? No lo sabe, pero no debería ser de esta manera. Es decir, en sus consideraciones, algo de esto lo tenía contemplado. Por lo cual, que el resto de mandatarios que se encontraban con Julia aún dentro de la mansión y aún ella misma saliera por el espectáculo de Antje, quien como siempre no se ha medido, era obvio para él. Sin embargo…

Erich traga grueso y cierra y abre sus ojos para cerciorarse de que no esté equivocado, pero ahí está: Julia Byington, la doceava princesa Juliana, está a escasos metros de él, con su espada desenvainada posándose en el cuello de Antje.

―Retira los vidrios, ahora…

El joven de cabellos rizados da un paso atrás y ni siquiera sabe por qué, pero en definitiva, no es por los pedazos de vidrio que conformaban las ventanas de la residencia, los cuales se encuentran en este instante, suspendidos en el aire, a centímetros de él. No, no es por ello, más no entiende la razón.

―No…

―¿Te he dicho que hables? ―Señala Julia, presionando la punta de su espada contra el pálido cuello de la mujer, haciendo que de inmediato, brote un poco de sangre―. Detén el ataque, ¡es una orden!

La mujer mayor no cede. No lo hace, solo se limita a observar a la princesa con rabia porque, ¿quién se cree para ordenarle? Así, la batalla de miradas continúa mientras Erich se queda sin palabras porque, esto no debería ser. Lo máximo que Julia debía ejecutar de llegar a tiempo, era una corta llamada de atención a la mujer, pero ¿sacar su arma? ¿Irse contra ella? ¿Qué le sucede? Esto está mal y en muchos sentidos. Con todo, no es capaz de abrir su boca para hablarle y decirle que quite su espada, que esto solo la está haciendo restar los puntos hoy obtenidos en la reunión con el consejo, dejando la mala percepción de que es inestable.

―¡Antje! ¿Estás loca? ―Dice Valentino aproximándose a las mujeres―. ¿Qué demonios te sucede?

―Deja de usar tus poderes ―interviene también la líder de la cuarta familia―. ¿No has escuchado la orden de su majestad?

―Princesa, baje su espada.

La petición de la asiática no se escucha. El silencio se extiende y el espectáculo se hace mayor, cuando entre los espectadores se acercan Luke, Keith Dalley y Akim Sóbolev, siendo éste último quien aún no se había marchado por completo del lugar. Aunque claro, lo que también arma el revuelo, es la presencia de todos los agentes de seguridad de la princesa y los de cada mandatario presente. En resumen, esto es uno de los mayores circos montados en la existencia de la organización porque, ¿cuándo se había visto a un contenedor de Juliana alzarse contra un miembro del consejo? Nunca, en realidad, jamás en la historia y las repercusiones de esto… Erich no quiere ni pensar en ello, en que hasta podría haber un levantamiento, una sublevación de la primera familia por el actuar de su alumna y… Él aprieta los puños. Esto es culpa suya y de ese pensamiento tonto que tuvo de último momento, ése donde se vio peleando con Antje sin importarle envolver a la doceava en el problema.

―Estoy bien ―dice recuperando el habla, dispuesto a calmar la situación―. Princesa…

―¡Para! ¡Te ordeno que te detengas!

En este punto, Erich no sabe si agradecer o no, pero el que Antje baje sus armas, por fin recapacitando en que hacerse la terca no le conviene, es un gran paso para todos. Sin embargo, el suspiro de alivio que los espectadores desean dar, se termina ahogando puesto que, a pesar de la rendición, que los objetos caen en las baldosas y parte del jardín, la princesa no deja su posición.

―Es su turno de bajar la espada, yo…

―¿Qué se supone que has querido hacer? ―Cuestiona ella enfadada, apretando en mayor medida la empuñadura―. ¿Cómo te atreves a levantar tus manos contra él?

Los demás enmudecen. La mujer de la tercera edad aprieta sus puños y tensa su mandíbula al instante.

―Estaba dándole un correctivo.

Esto último, las palabras dichas en un murmullo lleno de enfado, terminan de quebrar a Julia porque, si antes se creía que estaba furiosa, que estaba a un paso de la locura, ahora, esto no puede ser más que cierto. Así pues, deja a un lado todo, olvida su posición, tira a la basura las leyes de diplomacia porque ninguna servirá con la mujer que tiene al frente y que al parecer, no tiene ni la más mínima idea de los límites que no debe cruzar.

―¡¿Quién se cree para hacer eso?!

―Él es mi agente ―subraya Antje de forma veloz―. No puedo dejar pasar una insubordinación, una falta de respeto como la que él…

―Al diablo la falta de respeto. ¡Él es mi maestro!

―Sí, pero fue el consejo quien lo puso como su…

―¡Y yo soy la doceava princesa! ¡Cierra la boca cuando yo hable! ―Ordena Julia con voz atronadora antes de dirigir su mirada a los demás líderes que se encuentran a su alrededor―. Escuchen bien todos y que esto, no se les olvide. ¡Aquí, quien manda soy yo! Ustedes son mis vasallos y hacen lo que yo ordeno. Por lo que, sin rechistar, sin negar y sin malas maneras, me obedecen. Y esto ―señala a la mujer de mirada avellana con ira―, no se va a volver a repetir. ¿Me entienden?




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