Princesa Juliana: El poder de la soberana

Capítulo 25

Como nunca, el líquido marrón amarillento es necesario para Erich. Por ello, él mismo rellena su copa casi hasta el borde y con ansiedad, se toma el contenido de un trago antes de volver a servirse otro y hacer lo mismo.

¿Dónde ha quedado la etiqueta guardada al consumir alcohol la cual Kirchner usa de forma tan correcta para siempre beber con gracia y elegancia además de para lograr sacar el mejor provechoso al trago? En el mismo lugar en que arrojó su cordura o en que quizás encerró su buen juicio para que aquello impronunciable, ese secreto que se supone que no debería enunciar, tuviera ocasión de salir con semejante grado de libertad.

―¿En… Enfermo?

Mientras Erich se llena de más alcohol la sangre, Julia sopesa aquella palabra y confesión en su cabeza. Y, no encontrando un sentido, viendo al muchacho que en apariencia rebosa de buena salud, continúa con su mirada en él en tanto trata de usar su nariz para olerlo, para saber si quizás se ha embriagado, pero no. Kirchner ni siquiera huele tanto a licor. Si hay un olor predominante, es el de su perfume usual. Pero siendo así, ¿qué puede hacer ella? No lo sabe. La conmoción mental no la deja pensar ni hablar y menos, cuando el pánico crece en su pecho y viaja a través de todo su cuerpo para atraparla como con una enredadera.

―Es una enfermedad de fluido psíquico que me limita. No soy como cualquier agente. No puedo mantener mis poderes durante más de diez minutos y menos, a toda potencia. Si lo hago… Los síntomas empiezan. Mi cabeza duele y de un momento a otro mi nariz sangra. Pero eso no es todo, si me excedo en el tiempo de uso, si traspaso una barrera de quince minutos sin tomar mi medicación, corro el peligro de sufrir un accidente cerebro vascular y en el peor de los casos, morir segundos después.

El rostro de Julia pierde color. Un escalofrío que no es producto del frío de medianoche la sacude cuando inicia a conectar varios acontecimientos. Con todo, es incapaz de exponer sus relaciones, pero no porque el mutismo siga en ella, sino porque Erich se le adelanta.

―La razón por la que nunca he tenido más de cinco minutos contigo y tus compañeros de equipo en batalla, por la que siempre los hago pelear en parejas o por la que busco auxiliares, es mi enfermedad. También es el motivo por el que me he convertido en un experto en manejar porcentualmente la potencia de mi poder psíquico, por la que nunca puede faltarme un reloj de pulsera. No ha sido porque quiera, se volvió un asunto de necesidad y por ello, hasta a veces creo que he obtenido una especie de tic con el manejo del tiempo ―dice de repente con relativa calma, acariciando con sus dedos aquel objeto que no se quita ni para dormir―. Por otro lado, es por aquello con lo que he convivido desde que nací, que decidí volverme estratega.

La boca de Julia se seca ante lo último. Por tal razón, observa la copa de vidrio y por un segundo, le encantaría arrebatársela a Erich, romper las reglas y beber un trago de brandy.

―¿No querías ser…?

―No, yo quería ser especialista en ataque como mi papá. Ese era mi sueño de niño porque a pesar de todo, de que no me parezco mucho a él ni en el físico ni en el carácter y aunque también algunos han sido tan atrevidos como para decir que soy el hijo de algún amante que tuvo mi madre, creía con firmeza que podía llegar a ser como Roland Kirchner. ―Toma una pausa, da otro sorbo y continúa―. Así que, en ese aspecto, tú y yo nos parecemos. Y, me refiero a que escogimos una especialidad porque en parte no teníamos otra opción. Yo, porque de no hacerlo, como te habrás percatado, no duraría mucho y tú, porque no eres muy diestra con tus poderes. Sin embargo, me has llevado la delantera en algo, y es que por lo menos a ti te gusta más ser estratega, de lo que a mí me gustaba mi elección militar en mi época de recluta.

―Pero, a ti te gusta…

―Me gusta, ahora. Lo disfruto mucho, pero a los ocho años, quería morirme.

¿Morirse? ¿Esa no es una frase para denotar el sufrimiento de alguien por algo? Claro que sí, pero por alguna razón, a Julia no le parece que Erich esté haciendo una especie de metáfora. Con todo, con la sinceridad más absoluta, no quiere preguntar por ello.

―¿Acaso me aceptaste como pupila porque…?

―No, es porque tienes talento puro como yo. De haber sido solo porque me recuerdas un poco a mí, no estaríamos aquí.

Pausa, una para que ambos tomen algo de aire.

―¿Tu enfermedad…?

―No tiene cura. Pero en parte, es obvio, no hay historial acerca de esto. Así que, en teoría no existe. Nadie buscaría la cura de algo inexistente. Aunque, si aún hubiera más recursos para esto… Es imposible pararlo.

―¿Sabes qué la causó?

―Es hereditaria. Mi madre la tiene, mi abuelo materno la tuvo, mi bisabuela también y varias generaciones detrás tampoco se salvaron. Todos hemos tratado de investigar, yo lo he hecho minuciosamente, pero no hay razón aparente. Lo más cercano que he logrado averiguar, es que es algo en cuanto a un corto en el fluido psíquico y una especie de explosión en el mismo; como una sobrecarga. Ninguna otra cosa que explique la enfermedad. Por lo que, si estás abriendo la boca para preguntarme si en mi árbol genealógico hubo alguna vez alguien que no tuviera poderes. Es decir, un humano corriente como tu padre, la respuesta es no ―sentencia y suspira―. Eso se me ocurrió hace un tiempo y fue un callejón sin salida. Además, no puede ser. Se ha comprobado que los hijos con un progenitor normal y otro con poderes, como ya sabes, o bien, nacen sin poderes o, tienen una habilidad mínima. En el caso de mi familia y en el mío en particular, de ser lo anterior, tal vez apenas podría mover un lápiz con mi telequinesis. Así que, como puedo hacer un poco más que eso, no aplica.




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