Princesa Juliana: El poder de la soberana

Epílogo

Las personas caminan de un lado a otro. Muchas gentes de todas las edades se encuentran despidiendo a sus seres queridos y los cuatro chicos que se hayan reunidos alrededor de un muy molesto joven, no son la excepción. Claro está que, en un primer término, el cuadro es un tanto distinto, no tan íntimo, tampoco rebosante de sentimentalismo, pero sí, a pesar de todo, se desprende un ambiente filial en el quinteto.

―Gracias por los buenos consejos ―pronuncia Josiah, metiendo sus manos en los bolsillos―. Por darme baños de agua fría, no. Tampoco por meterme bolas de papel en la boca de forma ocasional, pero sí por lo demás. Hiciste un gran trabajo.

―Claro, no fuiste tan mal maestro ―dice el chico de cabellos plateados, secundando a su amigo―. A veces tenía ganas de golpearte, más cuando nos hacías desfallecer del cansancio. Con todo, no fue una mala época.

―Sigan, adelante, bonitas palabras, ¿no? ―Interviene Miu, con mirada furiosa―. A ustedes no los hicieron volar y dar vueltas hasta vomitar.

Un par de risas. ¿Cómo no podría ser así? Aún con el mal humor de Miu, todos saben que fueron buenos meses juntos porque, Erich fue duro, tal vez algo exagerado, pero al final, todo lo que hizo, los terminó ayudando a crecer.

―¿Te podemos escribir de vez en cuando? ―Suelta el rubio y la mayoría voltea para verlo―. ¿Qué? Es que esto suena a las últimas palabras de un funeral. Además, yo sí quiero mantener contacto. Ahora que seremos capitanes, sería bueno tener algún consejo ocasional de alguien de alto rango.

―Pueden intentarlo ―habla por fin Erich, antes de que otro de sus ex alumnos tome la palabra―, pero los ignoraré. Tengo una maestría en eso.

Las risas explotan. Los chicos empiezan a teclear en sus teléfonos. Por molestar a quien desde hace siete días ha dejado de ser su maestro, son capaces de escribirles mensajes día y noche, las veinticuatro horas del día y esto, Erich lo sabe.

Así, otro par de bromas más resurgen en relación a Erich, como es obvio, él las recibe con resignación porque de manera pública, le es imposible usar sus poderes para acallarlos. Por lo que, los minutos pasan mientras esperan a que el avión que llevará a Kirchner de regreso a Alemania, brinde el aviso para que los pasajeros aborden el transporte y, no hasta que esto se da, que las últimas palabras se brindan. De modo que, aunque es casi irreal, Julia observa cómo con un apretón de mano, sus amigos se despiden del teniente coronel.

―¿Te ayudo a levantarte? ―Pregunta Yerik, acercándose a la doceava cuando Josiah y Miu hacen quizás el último escándalo frente a Erich―. Debes de sentirte aún mal. Necesitas al menos otra semana, para que la infección que obtuviste desaparezca. No me molesta, te ayudo a ir con él.

Julia niega y con un coctel de emociones que, para bien, su rostro aún no expresa, se pasa una mano por el cabello negro y con cierta dificultad por sus aún adoloridas costillas, se levanta del asiento. No obstante, el problema es que cuando se encuentra cara a cara con él, su boca se cierra. ¿Por qué razón? Porque siente que llorará y no quiere hacerlo frente a Josiah, Yerik y Miu, y menos, después de su última conversación con la japonesa.

―Ustedes dos, idiotas. Vengan, tengo algo que les puede interesar. ―Al principio, Grimaldi y Sóbolev mantienen la distancia, pero tras un segundo, se acercan a la japonesa. Así, en voz baja, ella les susurra―: Si me acompañan a la limosina, les enviaré un pack especial de fotos de la princesa sonrojada. No pregunten cómo lo obtuve, el asunto es que las fotografías son reales y…

Como perros obedientes, los chicos casi corren hacia la salida tras un pequeño «hasta luego» dirigido a Erich. Posterior, Miu dice algo parecido a su estilo antes de mirar a Julia.

―Lo he estado pensando y, aprovecha. Este escenario es cliché, pero si te gusta, dale un buen beso de despedida y, de preferencia, que sea en la boca.

Y justo cuando la doceava pensaba que la situación no podía empeorar, Miu ha provocado que sus pobres neuronas vuelvan a quemarse, que su rostro de porcelana cambie de color.

―¿Qué te sucede? ¿Estás bien? ¿Por qué estás roja? ¿Te sientes mal?

Apretando sus puños, Julia niega y con rapidez, trata de ahuyentar la extraña imagen que Miu ha colocado en su mente. De modo que, cuando la ha ocultado, mira a Erich, con ojos llorosos. Esto, porque con todo lo que esa fujoshi, amante del contenido adulto dijo, ella lo quiere y se muere por abrazarlo, pero más que por lo anterior, por decirle que no se vaya, que se quede a su lado y no la abandone.

―¿Recuerdas el plan?

Sí, ¿cómo lo olvidaría? La idea fue suya. Ella lo planteó aquel día en sweet moment, Erich solo la ha ayudado a terminar los detalles. Por lo que, sabiendo esto, lo que él quiere decirle, se arroja hacia sus brazos y hunde su rostro en su cuello.

―Te quiero, solo por eso te dejo ir, porque sé que ya no puedo retractarme. ―Él la abraza, le regresa el gesto y por ello, Julia lo adora más―. Te voy a extrañar demasiado. No tienes idea de cuánto. Y, te juro que no solo por la comida, los postres, nuestras citas o por cualquier otra razón. Eres mi mejor amigo, siempre serás mi maestro, la persona en quien más confío. Lo eres todo para mí, lo has sido desde que me empezaste a cuidar y… No tengo cómo agradecerte por todo este tiempo.

Las lágrimas explotan. Julia no las puede contener. Aun sabiendo que quizás Erich se molestará por armar un espectáculo público, lo abraza con todas sus fuerzas mientras llora cerca de su oído.




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