Una habitación de gran tamaño, es alumbrada por la tenue luz de una lámpara que dirige su luminosidad a un escritorio que contiene toda clase de instrumentos pertenecientes a un laboratorio de química. Ahí, la silueta de un hombre es visible moviendo en una gradilla, tubos de ensayo que contienen líquidos de colores distintos.
La puerta de la habitación es abierta y penetran los rayos de luz que emiten las lámparas del pasillo; otro hombre ingresa y rápidamente cierra la puerta tras sí.
El primer hombre, vierte un líquido amarillento en un recipiente de vidrio con forma de cono y cuello cilíndrico llamado «matraz Erlenmeyer». Agrega a otro líquido rojo a la sustancia y realiza un ademán con la mano para indicarle al otro sujeto que se siente en un sillón que se encuentra cercano a la ventana.
―¿Cuál es el motivo de tu visita? ―Pregunta mientras mezcla los líquidos en la bagueta, sin voltear a verlo.
―He venido para informarle acerca de los últimos movimientos de…
―No debiste de molestarme por eso ―dice indiferente, levantando un poco el fino cilindro de vidrio macizo―. Conozco a la perfección, cómo se mueven ese tipo de personas.
El sujeto no contesta, decide quedarse en silencio. Por su parte, el otro hombre revuelve el líquido una vez más. Se aparta un poco de la mesa, cierra sus párpados y sostiene el recipiente con ambas manos. Al instante, una luz se apodera del líquido y éste se vuelve incoloro.
―Creo que con esto será suficiente para la primera etapa del procesado ―indica satisfecho.
Él coloca el recipiente en la esquina de la mesa y posa sus manos en la gradilla que contiene los tubos de ensayo restantes. Una excepción se encuentra en el instrumento, el cual es la presencia de un tubo vacuntainer (especial para extracciones de sangre), con la etiqueta: 11-6-14.
Éste lo coloca en una centrífuga y espera un tiempo para posterior, separar la capa de glóbulos blancos que se encuentran en medio del plasma, de los glóbulos rojos. Luego, el hombre sujeta otro tubo de ensayo para colocar lo realizado ahí, mientras agrega algo que parece ser agua; tapa el tubo y lo invierte un par de veces. Por segunda ocasión, usa aquel aparato redondo para centrifugar la sustancia.
―Abre las cortinas ―pide el hombre mientras agrega otro líquido y vuelve a agitar el tubo.
Atendiendo a la orden, el visitante se acerca al ventanal y desliza las cortinas. La vista que obtiene es totalmente hermosa: a la derecha, se encuentra una enorme edificación parecida a la que sitúan su presencia, la cual se presenta llena de elegancia; arriba, una luna llena que con su resplandor impacta en la escena, dejando embelesado a cualquiera.
Mientras tanto, el científico ignora aquello siguiendo con el uso de la centrífuga. Él agrega nuevos líquidos y agita los tubos, una y otra vez. En el proceso, una sonrisa se pinta en su rostro cuando se percata que falta el último paso: utilizar un pequeño objeto con punta amarilla para llevar el resultante al tubo final donde se encuentra otra sustancia.
―Perfecto. ―Sonríe con altivez y agrega―: Aislar el ADN es un proceso largo y…
Se escucha el sonido de un objeto que ha caído al suelo y esto hace que el visitante busque el origen de aquello. Al escudriñar, se percata que en el suelo está un portaobjetos o más bien, los pedazos restantes de aquella pequeña lámina de vidrio rectangular de color transparente. Asimismo, nota que su superior no se encuentra bien pues parece débil; está cabizbajo, con la respiración agitada mientras se sostiene con una mano de la mesa.
De inmediato, el hombre se acerca a él para auxiliarlo, llevándolo hasta el sofá.
―Tráeme el frasco que está en la esquina de la mesa ―dice débilmente, apoyando su codo en el brazo del sofá para tocar su sien―. No se te olvide apagar la lámpara.
De nuevo, el otro sujeto obedece. Sigue su segunda instrucción y se aproxima para con cuidado, entregarle al hombre lo solicitado. Cuando tiene el pequeño frasco entre sus manos, él envuelve con su poder psíquico la sustancia. Posterior, mueve un par de veces el líquido y finalmente lo bebe. Ubica el frasco vacío en la mesa del centro en tanto observa cómo el apartamento se ilumina por la luz del astro menor.
―¿Está usted bien? ―Pregunta el visitante preocupado por el suceso.
―Ahora sí ―contesta el otro hombre con tranquilidad―. A pesar de que he hecho esto muchas veces, no logro acostumbrarme a los afectos secundarios de los primeros días.
―¿Desea que encienda las luces?
―No, el dolor de mi cabeza ha menguado, pero no así el de mis ojos. ―Se aparta de la ventana y se sienta de nuevo―. Como de forma habitual sucede, tendré que esperar un tiempo para no sentir la fatiga visual.
El mutismo se apodera de ambos hombres. El visitante decide tomar asiento frente al otro sujeto. Lo único que se logra escuchar es el sonido regular de la gran ciudad mientras observa con cautela al individuo frente a él, esos cambios suscitados en el semblante del otro sujeto, el cual, por cierto, ya no parece enfermo. Y es que, en este momento, parece calmado, incluso pensativo. En síntesis, la medicina, tal parece que surtió efecto.
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Editado: 22.09.2022