Ahí estaba, viéndome con una sonrisa burlona estampada en su perfecto rostro. Era el mismo hombre que había visto en el salón y del que había huido indecorosamente hace un par de minutos.
Dejé el tenedor sobre el plato e intentando recolectar mis cinco sentidos voltee a verle con mucha cautela.
—¿Se le ofrece algo? — Pregunté, sonando algo altanera.
— Nada en específico, solo quería venir a hablar con una dama tan hermosa como usted.
Instantáneamente mis mejillas se coloraron como dos tomates hervidos y las palmas de mis manos comenzaron a sudarme. No estaba acostumbrada a recibir ese tipo de atención por parte de los hombres, normalmente ellos se interesaban en hablar con chicas como Elisa, o en el caso de los amigos de Iker, en golpearme y decirme lo desagradable que les parecía.
El hombre se recostó sobre la silla y se cruzó de brazos sobre su pecho, parecía bastante satisfecho con el efecto que sus palabras tan simples habían tenido en mí.
— ¿Es fácil de complacer, no es cierto?
— ¿Disculpe?
— Quiero decir, parece usted ser una mujer que requiere de muy poco para ser seducida. Me imagino que esto le ha servido mucho para tener la compañía de varios hombres que seguramente estarían dispuestos a darle cualquier cosa con tal de complacerla.
Escuché a mi lado al duque de Queensberry atragantándose con un trozo de pollo que se acaba de meter a la boca. Me quedé un momento analizando sus palabras ¿acaso acababa de llamarme mujer de vida fácil?
Por su sonrisa de medio lado supuse que ese era el caso.
— Mire señor — Dije de mal modo, mientras al mismo tiempo ofrecía a Queensberry una servilleta para que se limpiara — No sé quien se ha creído usted para venir aquí a insultarme, pero no se lo voy a permitir.
— ¿Ah si? ¿Y que va hacer para impedirmelo?
— La señora que estaba aquí no tardará en venir, usted debería de regresar a su asiento — Dije ignorando por completo su pregunta.
— No lo creo, está demasiado ocupada hablando con aquel señor de traje blanco
Efectivamente, la señora que antes había estado sentada a mi lado ahora se encontraba hablando muy alegremente con un hombre de traje blanco y pantalones ajustados. Parecían bastante...cariñosos el uno con el otro.
Arrugué la nariz a manera de disgusto.
— Bueno, y dime, ¿como te llamas? — Preguntó, tuteandome.
— Eso a usted no le importa.
— Ah, vamos, ¿o ahora te vas a hacer la dificil?
Lo miré de mal modo. Apreté mis puños y me clavé las uñas en las palmas de mis manos para evitar darle una bofetada, aunque se la tenía bien merecida. Causar esa clase de alboroto llamaría mucho la atención y estoy segura que ninguno de los Méchante estarían felices de eso.
— Celeste de Verona, hijastra de Madame Sorcière. — Dije por fin, después de un rato de batallar con su mirada.
Asintió lentamente, como si estuviera procesando la información.
— ¿No vas a preguntar como me llamo yo?
— No me interesa. — Repliqué, llevando un pedazo de pan a mi boca.
Aquello lo tomó por sorpresa, pero no duro mucho antes que volviera a sonreír socarronamente.
— Bueno, tienes razón, los nombres no son importantes.
Sin previo aviso una de sus manos se posó sobre mi muslo. Por un momento me quedé sin aire y con mis extremidades tensas, pero cuando pude recuperar la movilidad de mis brazos tomé la copa de vino que tenía enfrente de mí y no dudé en arrojarsela encima.
Las personas a mi alrededor abrieron los ojos de par en par y soltaron murmullos, impresionados ante la situación.
La camisa blanca del hombre estaba completamente cubierta por una mancha morada por el vino, al igual que su pecho descubierto, en donde se escurrían algunas gotas todavía.
— Con permiso.
Me levanté de mi silla hecha una furia y caminé hacía la salida del comedor ignorando los comentarios de la gente o las miradas que me lanzaban. No me importaba quién era él, ni que tan guapo fuera, a mis ojos era un hombre altanero que no tenía ni una sola gota de decencia en su sangre.