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Lo miré perpleja. No podía creer que acabara de amenazarme con matarme. Aquello solo me confirmaba su brutalidad y que en consecuencia tendría que ir con mucha precaución al tratar con él.
— Toma.
Me tendió el manual de instrucciones y yo lo tomé con cautela. Observé el libro entre mis manos y me dí cuenta que estaba escrito en francés, un idioma antiguo que Madame So nos había obligado a aprender para que pudiésemos comunicarnos con algunos miembros de la corte de cristal. Siempre pensé que era una pérdida de tiempo, aunque en ese momento le agradecí por haberme forzado a aprenderme todas la conjugaciones del avoir y el être.
— ¿Cuál es el problema con tu cacharro? — Pregunté al mismo tiempo que alzaba la mirada.
— Mira, primero que todo, deja de llamarla cacharro. Es una motocicleta.
Contuve un bufido. Vaya tontería.
— Bien, como prefieras. ¿Qué le pasó a tu motocicleta?
— Íbamos en la carretera cuando los idiotas de los soldados comenzaron a dispararnos. Intenté distraerlos pero al hacerlo uno de ellos comenzó a disparar y tuve que arrojarme por la colina. No sé si se arruinó la bomba o el alternador, es complicado de decir, pero no arranca y si lo hace se apaga al instante — Explicó, rascándose la nuca. — También comenzó a salir esta luz, mira — señaló al tablero del vehículo de donde salía una pulsante lucecita roja .
Asentí levemente. Nunca en mi vida había tenido la oportunidad de arreglar cualquier cosa mecánica, así que sería difícil entender cada uno de los términos con los que me hablaba. Examiné ligeramente las páginas del manual hasta que dí con la que explicaba que significaba cada una de las luces del tablero.
— Pues aquí dice que la luz roja quiere decir que hay un fallo en el motor.
El chico puso los ojos en blanco.
— Vaya, eso es de gran ayuda, ¿como no se me había ocurrido?
— Mira, hago lo que puedo, tendría que leer el manual entero para darte una solución más elaborada — repliqué malhumorada.
— Bueno, pues entonces léelo y dame la respuesta completa.
— ¿Estás chiflado? ¡Eso me llevaría días!
El chico se rió suavemente.
— Chiflado. ¿Quien demonios utiliza esa palabra?
Me crucé de brazos. No llevaba ni veinte minutos hablando con aquel canalla y ya quería abofetearlo.
Suspiró.
— Bueno, léelo hoy y mañana regresa con la información, de todos modos creo que tendremos que ir a buscar materiales para arreglarla.
Mis ojos se abrieron de par en par. ¿A qué se refería con "regresar mañana"? ¿Acaso me estaba tomando el pelo?
— No, no, no. Yo tengo que irme hoy mismo.
— ¿Por que tanta prisa, princesa? — Preguntó con algo de sarcasmo, alzando una ceja con suspicacia.
— Problemas personales que no te incumben. — Respondí de mal modo.
— Bueno, pues tendrás que arreglar tus problemas personales o buscar otra manera de llegar a ciudad de plata, porque al menos conmigo no podrás movilizarte hasta dentro de, no sé, ¿una semana? — Se rascó barbilla y luego me sonrió socarronamente. — Oye, si no también puedes dormir en la hierba, hace un rato parecían estar bastante cómoda.
Paledecí. Que calamidad.
¿Ahora que? No podía regresar a la mansión de cristales, ya estaba amaneciendo y estaba más iluminado, así que sin duda los guardias me atraparían antes de poder poner un pie dentro.
Podría haber buscado otra manera de irme a ciudad de plata, pero era muy arriesgado estar pidiendo a los autos que te llevarán. Podían hacer preguntas, o lo que es peor, reconocerme por los periódicos y revistas en los que seguramente Madame So haría aparecer mi rostro.
Escuché al chico a mi lado mascullar palabras incomprensibles. Ví que sacó algo de su bolsillo trasero y comenzó a marcar teclas.
— ¿Qué es eso?
— Es un viejo celular, ¿vas a decirme en cuál de las mansiones vives o nos vamos a quedar aquí todo el día?
— ¿Y entonces porqué no llamas con tu celular a uno de tus amigos vagos para que venga a ayudarte?
Un celular. Había escuchado mencionar ese término durante algunas de las clases. Era tecnología broncer, poco avanzada en comparación a la nuestra pero que les servía para mantenerse ocupados y comunicados entre ellos.
Los científicos en ciudad de plata habían desarrollado diferentes tipos de medios de comunicación, entre ellos, aparatos muy parecidos a los celulares broncers, aunque más desarrollados; pero la corte de cristales los prohibió casi todos, alegando que la mayoría de ellos solo servirían para debilitar el cerebro humano y nuestra capacidad de pensar por nosotros mismos.
Por eso los únicos aparatos de comunicación autorizados eran los teléfonos pegados a la pared y las cartas exprés, que eran enviadas en cuestión de segundos a través de una banda eléctrica que poseía cada casa.
El chico frente a mí se removió incómodo.
— No funciona así. ¿Nombre de la mansión?
Lo miré con desconfianza. ¿Para qué quería saber donde vivía? ¿Acaso querría extorsionarme después?
Puso los ojos en blanco.
— Voy a buscar a alguien que pueda ayudarte a entrar de regreso. Sé que podrías meterte en problemas si te descubren, ahora, ¿cuál el nombre de la mansión?
Seguí dudando unos segundos más, pero al final cedí a su petición. No estaba segura si decía la verdad, pero en esos momentos poco me importaba. Estaba muy cansada y lastimada como para pensar coherentemente lo que hacía o dejaba de hacer, cosa que me irritaba pues me encontraba en medio de la nada y con un desconocido prófugo de la justicia al lado.
Después de un rato el chico colgó el celular y volteó en mi dirección.
— Listo, uno de nuestros infiltrados en mansión de cristales te ayudará a entrar sin que nadie te vea, solo tienes que ir a la parte de atrás, me han dicho que no habrá guardias cerca.