Príncipe de metal

IX | Desayunando con la burgesia

Debían de haber sido como las seis de la mañana cuando llegué a la entrada de la mansión. Habían un par de guardias sentados en la garita principal leyendo revistas y echando un par de miradas a los que pasaban cerca.

Caminé sigilosamente rodeando la mansión por los muros hasta llegar a la parte de atrás, en donde se encontraba una puerta de hierro semi abierta. Supuse que esa era la entrada que me había indicado el broncer, la que su infiltrado en la mansión debía de haber dejado abierta para mí.

Estaba por empujarla cuando escuché un grito.

— ¡Eh! ¡Tú! ¿Qué haces ahí afuera?

Un guardia que se escondía detrás de uno de los arbustos del jardín venía hacía mí con paso decidido, como si acabara de encontrar aquella hazaña que le ayudaría a conseguir un ascenso con su jefe.

Me congelé. No sabía qué era lo más apropiado a hacer en el momento, aunque una parte de mí me decía que actuara como si nada pasaba, otra parte de mí, la cobarde, me decía que lo mejor era salir corriendo.

Justo antes que el hombre pudiera ponerme una mano encima, Elisa apareció por uno de los senderos del jardín.

— Déjala —Ordenó. — Yo la envié a dejar un paquete.

— Pero señorita, está completamente prohibido...

— Basta. Ya he dicho. Ahora vete si no quieres que prevenga a tus superiores sobre tus altanerias.

El hombre inclinó un poco la cabeza y se alejó, echando una mirada curiosa entre ambas.

Observé a Elisa un rato, preguntándome si era posible que ella fuera quien...no, me parecía poco creíble. Esperaba que uno de los infiltrados de la resistencia fuera un mozo, una mucama o quizás incluso un guardia; pero jamás me imaginé que se pudiera tratar de Elisa Méchante.

La idea me parecía tan ridícula que por un momento hasta me sentí patética por pensar que eso podía ser posible.

Bruscamente me tomó por el brazo y me jaló para que caminara con ella en dirección a la puerta de la mansión.

— ¿En qué estabas pensando? — Me susurró al oído algo molesta. — Podrían haberte matado.

No estaba segura sobre a qué se refería exactamente, si a los guardias o a la resistencia.

— ¿Y desde cuando te importa lo que me pase? — Gruñí de regreso.

Precipitadamente se detuvo y me giró para que quedara frente a frente con ella.

Miró a nuestro alrededor antes de clavarme los ojos encima. Parecía nerviosa.

— Mi tía no puede enterarse que saliste casa, y mucho menos que yo te ayudé a entrar de nuevo. Ambas estaríamos en peligro, y no quisiera que—

— Elisa — le interrumpí, mi voz sonando más firme de lo que me hubiera imaginado. —¿Que está sucediendo?

Vestida en piyama y con un moño mal puesto en la cabeza se me hacía casi imposible de reconocerla. Elisa era de esa clase de mujeres que siempre están arregladas, hasta para las cosas mínimas, pero ahí estaba frente a mí, sin una gota de maquillaje y con el aire preocupado.

Había visto muchas facetas de Elisa, pero aquella era nueva. Podría jurar que las manos que tenía sobre mis hombros le temblaban.

— Ahora no es el momento de hablar sobre esto, si mi tía nos ve juntas me dará una paliza, sabes que odia que nos juntemos contigo. — Musitó, mientras me obligaba a caminar de nuevo. — Hablaré contigo más tarde, cuando no haya indiscretos viéndonos. Ahora necesito que te vayas a cambiar y que luego bajes a desayunar como si nada hubiese pasado, nadie debe sospechar nada.

Después seguimos caminando y al entrar a la mansión cada uno tomó su camino.

Subí rápidamente las escaleras hasta llegar a mi habitación. Dejé mi bolso encima de la cama, aún intacta y hecha, y luego me quité los tenis.

Me sentía algo confundida. Aún estaba procesando la información que me había dado el broncer en la madrugada y ya tenía nuevas preguntas aglomeradas en mi cabeza.

¿Trabaja Elisa con la resistencia? ¿Por que? ¿Y qué significaba eso de "ojos indiscretos observándonos"? Al inicio supuse que se refería a Iker y Madamo So, pero algo dentro de mí me decía que su preocupación iba más allá de eso.

No había dormido, sentía un dolor terrible de cabeza y los ojos hinchados por las lagrimas que había derramado la noche anterior. Cuando vi mi imagen reflejada en el espejo casi no me sorprendí por mi aspecto. Me miraba horrible, con ojeras y el maquillaje mal puesto.

Aún así, hice como Elisa me había pedido, y cuando dieron los ocho y Telma tocó la puerta de mi habitación para ayudarme a vestirme, se sorprendió de verme preparada.

— Vaya, veo que te levantaste temprano. — Dijo mientras me hacía una ademán para que me sentara en la silla del tocador. — Venga, te voy a peinar porque esas greñas no se van a desenredar solas.

Luego de dos horas de pasar ahí sentada intentando no quedarme dormida y respondiendo secamente a las preguntas de Telma, esta terminó por darle los toques finales a mi cabello y minutos después me encontraba caminando escaleras abajo en dirección al comedor.

No estaba segura de poder probar bocado, pero al sentir el aroma a pan horneado y jalea de moras la boca se me hizo agua. En ese momento pensé en el broncer, ¿como haría para encontrar algo que comer? No es que me importara su salud, pero mi viaje dependía de si él continuaba con vida o no, así que anoté en mi cabeza que le llevaría algo de comer la próxima vez que lo viera.

Cuando llegué al comedor dos mozos abrieron las puertas y al instante cinco pares de ojos voltearon a verme.

— ¿Que hace él aquí? — Inquirí, olvidando por completo todas las normas de cortesía.

Eastwood Hook estaba ocupando una de las sillas, llevando una taza de café a sus labios para ocultar una sonrisa socarrona.

Tim, quien estaba sentado al lado de su amigo Iker, soltó una risita.

— Celeste De Verona, ¿dónde quedaron tus modales? — Me regañó Madame So.

— Lo lamento, he tenido una mala noche.




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