Príncipe de metal

XI | Lindas mentiras ocultan feas verdades

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Estaba acostada sobre la cama, viendo hacia el techo vacío.

Recordaba los primeros días que estuve en la mansión. Aún no me acostumbraba a la vida que llevaba la gente ahí, era muy distinta a la de ciudad de Plata. Aquí la gente hablaba refinadamente por todo, las mujeres no usaban pantalones nunca y los hombres siempre vestían con camisas formales porque decían que su atuendo debía de representar la autoridad y majestuosidad ante el resto de las ciudades. Había una manera correcta para hacer cualquiera de las actividades más básicas, como tomar los cubiertos, de hablar en público y de caminar. Era agobiante. En ciudad de plata todo era menos riguroso, la gente estaba más enfocada en los descubrimientos científicos que en la última línea de ropa o de las joyas que usaban. Era divertido, porque en ciudad de plata la inteligencia de las personas era lo equivalente a las joyas y el dinero en ciudades como diamantes o cristales.

Supongo que por eso no lograba encajar con el resto de los niños, que les gustaba jugar a las escondidas mientras que a mi me gustaba observar a los gusanos y ver los capullos de las mariposas.

Un día, en el jardín, mientras que el resto de los niños jugaba a las atrapadas y los adultos se encontraban demasiado ocupados en el interior de la fachada discutiendo, Iker se acercó a donde yo estaba.

— ¿Qué estás viendo? — Recuerdo que preguntó curioso, agachándose a mi lado.

Lo miré con desconfianza. Ya debía de haber llevado una semana en la mansión pero hasta ese momento solo las amigas de Elisa me habían dirigido la palabra, y no fue la más amena de las conversaciones que he tenido.

— Tranquila — me calmó el chico con una sonrisa al ver mi expresión— No hay nadie viéndonos. Prometo no hacerte daño.

Incliné la cabeza a un lado y después de unos minutos le devolví una tímida sonrisa.

— Es una oruga — expliqué, mientras que con una rama tocaba al insecto verde y viscoso que se resbalaba por la hoja — En algunos días se refugiara en un capullo y después se transformará en una mariposa.

— Vaya, eso es asombroso. — Dijo el chico abriendo los ojos como plato.

— Lo es. — Aseguré, riéndome por lo expresivo que era.

— ¿Crees que tenga miedo?

— ¿De que?

— De transformarse en alguien diferente.

Me encogí de hombros.

— Supongo que está en su naturaleza convertirse en una mariposa. No debería porque tener miedo. Su destino es ser hermosa y volar con sus amigas.

El chico se mordió el labio, aún sin quitarle la mirada al gusano.

— Quisiera ser una mariposa — dijo después de un rato. — Así podría volar muy lejos de aquí.

Fruncí el ceño.

— ¿No te gusta estar con tu tía?

Él negó con la cabeza.

— ¿Por que?

— Me da miedo.

— A mí también — admití.

Iker volteó a verme y colocó una mano sobre la mía, tomándome por sorpresa.

— No te preocupes. No dejaré que les haga daño, a ti o Elisa.

Iker parecía tan sincero en sus palabras que no tuve más opción que creerlas. Quería creerlas.Nos miramos por unos segundos, nuestros ojos intercambiando palabras de terror y aliento que ninguno de los dos lograba pronunciar en voz alta.

Después de eso no volví a ver a Iker durante varios días. No aparecía ni para tomar el desayuno, ni para las clases con la institutriz Gates o para jugar en el jardín con el resto de los niños.

Madam So le dijo a Elisa que su hermano estaba enfermo, pero que no había nada de qué preocuparse y que pronto regresaría a estar con nosotros más sano y fuerte.

Y así fue. Iker regresó a la mansión después de casi dos meses sin dar luces de vida, pero había algo en él que era diferente. Su mirada era más dura y fría de lo que debería de ser la mirada de un niño de ocho años, y su actitud era más...agresiva.

A veces Elisa y yo nos despertábamos a media noche por los gritos que daba durante lo que supuse eran pesadillas, pero antes que cualquiera de las dos pudiera hacer algo, las mozas llegaban corriendo por el pasillo y nos obligaban a regresar a nuestros cuartos.

Iker y yo no volvimos a hablar. Al menos él no volvió a acercarse a mí, y yo era demasiado reservada como para ir y hablar con él.

Esa fue la primera vez que Iker se desvaneció de la mansión, pero con el paso de los años su desapariciones se hicieron más frecuentes, más largas e inexplicables, y siempre que regresaba lo hacía más cambiado y tosco. Elisa no insistía mucho con las preguntas sobre el tema, pero podía ver que la chica, al igual que yo, parecía intrigada por los cambios de su hermano.

Recuerdo que cuando Iker tenía quince años, después de regresar de una de sus misteriosas desapariciones, me golpeó por primera vez.

Yo estaba en la cocina, comiendo del pan que una de las mozas había ido a comprar, cuando de la nada, el chico entró a la cocina y me giró para que volteara a verlo.

Fue un golpe tan rápido y súbito que casi no lo sentí.

Los sonidos de alguien llamando a la puerta de mi habitación me hicieron salir de mis pensamientos.

El reloj a mi lado marcaba las nueve y media de la noche.

— Azul. — musitó una voz suave. — Soy Beethoven.

Puse los ojos en blanco. Los nombres clave que había elegido Elisa me parecían algo exagerados, pero ella había insistido en que eran necesarios.

Me levanté de la cama y fui a abrir la puerta intentando hacer el mínimo ruido posible.

Llevaba puesto los mismos tenis que ayer, pero esta vez me había dejado puesto el vestido del día. Era corto hasta las rodillas, así que sería fácil de manejar.




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