Sylver
No estoy hecho para la magia, es algo que comprendí desde que era un niño. Mamá siempre intentó ocultarme, dejándome en mi habitación con miles de juguetes, creyendo que así llenaría la soledad que crecía día a día en mi corazón. Por supuesto que al ser un niño curioso, no iba a permanecer toda mi vida encerrado... ahora desearía regresar en el tiempo y nunca haber salido de mi habitación.
¿Qué necesidad tenia? Ahora que estoy por mi cuenta, me doy cuenta que la soledad no es tan mala y haber vivido encerrado en un enorme castillo hubiera sido mejor que permanecer en este mundo, donde mi deber es matar para probar que soy bueno.
Que ilógico.
—¿Qué se supone que tengo que hacer? Nunca he cuidado a un enfermo.
—Tienes una hermana pequeña, ¿nunca ha enfermado?
—¡Sí, pero ella es humana, Eros! Sylver es un hechicero...
Me moví en el colchón de la cama, comenzando a sentir los típicos malestares que vienen después de un desmayo. Dolor de cabeza, mal humor, hambre acompañado de nauseas, debilidad y mas cansancio. Es lo mismo una y otra vez...
Normalmente hubiera salido al pasillo y le hubiera gritado a Eros que se fuera para poder descansar. Sin embargo, hoy decidí quedarme en la cama, escuchando la suave voz de Artemisa mientras habla con Eros.
—Bueno, no puedo hacer más por ti ni por el —escuché sus pisadas y el crujido del piso—. Intenta no acercarte mucho a él o podría matarte.
Idiota...
—¡No eres gracioso, Eros! —gritó ella en respuesta, justo antes de que la puerta principal se abriera y se cerrara.
Me senté en el colchón, apoyando mi espalda en el respaldar de este, mirando hacia el pasillo cuando escuché sus pasos acercarse. Algo que me gusta del piso de madera es que puedes escuchar los pasos a la perfección, especialmente si usas zapatos de tacón como Artemisa los está usando en estos momentos.
Contuve el aliento cuando entró a la habitación con un pantalón negro pegado a sus piernas bien moldeadas, su blusa de manga larga era una belleza, sobre todo por el escote de enfrente, su rostro no tenía mucho maquillaje, pero el delineado negro en sus ojos y ese labio rojo, hace que luzca aun más bella. Cosa que creí imposible...
Nunca había visto tanta belleza en alguien tan imposible de alcanzar.
—¡Que alivio! —Exclamó soltando un suspiro— Creí que nunca despertarías.
—Te dije que había pasado inconsciente un día entero, ¿recuerdas? —asintió, sus ojos me recorrieron el cuerpo entero sobre la sabana— Por cierto, ¿Por qué estoy desnudo?
Apartó la vista avergonzada, logrando que sonriera un poco al ver ese acto tan inocente en una mujer adulta.
—Eros, insistió en que sería mejor que no tuvieras nada que pudiera molestarte, además de que tenían un poco de suciedad —respondió en voz baja, moviendo la manos en su espalda. Un acto de nerviosismo.
—¿Me desnudaste? —Su sonrojo incremento pero fue mayor mi sorpresa cuando ella asintió.
—Tenias fiebre y creí que sería lo mejor —regresó su vista hacia mi— ¿hice mal?
Hubiera preferido estar consiente para verla desnudarme... ¿Qué mierdas digo?
Llevé mi mano a mi frente, donde percibí un poco de fiebre. Genial, estoy enfermando como si fuera un humano. Asco...
—No, solo no estoy acostumbrado a que una mujer me desnude.
—¿Un hombre si? —Abrió la boca sorprendida y negó con la cabeza con rapidez— Lo siento, no quise decir eso.
—Sal de mi habitación, hablaremos cuando no esté desnudo.
Ella negó y se dejó caer en la orilla de la cama, mirando sin vergüenza mis... ¿piernas? Dios mágico...
—No puedes salir de la cama, estás enfermo —su rostro se puso serio, aun que sus mejillas no quitaban ese leve sonrojo—. Pasaré un paño mojado y me aseguraré de curarte.
—Cuida tus palabras, Artemisa —le recordé. Parece ser que no es consciente de la tensión sexual que está creciendo en el ambiente—. Mejor dime qué haces aquí, por favor.
—Tu madre...
—Entendí —le interrumpí, comprendiendo a que se debía esto—. Pero creí que ese no era tu sector.
—No lo es, yo solo me encargo del papeleo y la información —se apoyó con los codos en el colchón, recostándose levemente. Es una pose curiosa...— pero tu madre pensó que estarías más cómodo con alguien menos agresivo.
Qué bien me conoces, madre. Lastimosamente, la magia negra no ataca solamente a los agresivos, ataca parejo. Si enloquezco... No quiero ni pensar en cómo podría lastimar a Artemisa. Suelo controlar muy bien el impulso de hacer algo malo, todo está bien si no me hacen enfadar, pero en este estado de malestar, me vuelvo muy poco tolerante y podría explotar.
—El problema es que no me importa quien sea, Artemisa —disfruté de la sensación al ver sus ojos sobre los míos, grandes y brillantes—. Cuando llego a mi limite, no miro si es amable o un hijo de puta. Estoy enfermando, lo mejor es que te mantengas en el salón hasta que tu misión termine.