Príncipe Desterrado.

Capítulo 8

Sylver

No estoy de acuerdo con más de la mitad de las leyes mágicas, ni estoy de acuerdo en que mi madre esté al cargo. Hay cosas que no tienen porque ser controladas. Cuando firmé el acuerdo de que viviría en el mundo humano, llevando la paz entre mágicos y humanos, sin cometer asesinatos innecesarios y siempre siéndole fiel a la reina, no creí que llegaría el día en el que tuviera que crear una grieta para poder proteger a un mixto.

No me gusta guardar secretos porque no me gusta que me los guarden. Sin embargo, no daré una vida de un ser inocente por unas estúpidas reglas sin sentido. ¿Quién soy yo para prohibir el amor? Es cierto que es una estupidez enamorarse de alguien que un día tendrá que morir o que podría traicionarte, pero no hay poder que pueda controlar los sentimientos. Es algo que comprobé hace mucho tiempo.

— ¿Qué pasó con el brujo? —le pregunté a Eros en un susurro, manteniendo la distancia dentro de la habitación para no incomodar a la familia.

—Logré dejarlo inconsciente el tiempo suficiente para salir de ahí con ellos —miró de reojo al bebé en los brazos de la bruja—. Dime que no los traicionaras, Sylver.

—¿Por quién me tomas, Eros? —pregunté ofendido. No soy un santo, pero tampoco son un monstruo insensible.

—Por mi amigo, al igual que eres alguien de la realeza —agarró mi brazo, mirándome fijamente a los ojos—. No podemos dejar que sepan del bebé o los mataran, a los tres.

—Nadie entiende mejor el problema que yo —respondí frio.

Soltó mi brazo, sin decir nada más y se dirigió a la puerta. Unos pasos se escuchaban acercarse, entre más cerca estaban, más molesto me ponía.

Terca, es una maldita terca.

—Eros, abre la puerta.

Eros murmuró algo antes de abrir la puerta, encontrándose con Artemisa y la bola de pelos. Sabía que el gato nunca entendería una orden indirecta, el maldito ni entiende una directa. Mejor dicho, no entiende nada de lo que yo digo. Es un insolente. Y mejor no hablar de Artemisa...

—Horus, te pedí que te quedaras cuidando de Artemisa —le reprochó Eros, pero el gato pasó de él, entrando en la habitación con su estúpida cara de gatito bueno.

Antes de poder pensar con claridad, pasé al lado de Eros y saqué a Artemisa de la habitación, jalándola del brazo hacia el final del pasillo. No soy un niñero, quiero que se mantenga lejos de esto, de mí, de todo problema. Ah, pero la niña es una terca, cabeza dura, que siempre intenta salirse con la suya con solo mirarme con sus grandes y hermosos ojos.

¿Dije hermosos?

—Antes de que me grites —susurró mirándome a los ojos. No había rabia ni odio, solo un leve sentimiento de.. ¿Aprecio? ¿Admiración? Estoy alucinando—, tienes que ser consciente de que si por casualidad te encontrabas con alguien de la organización y no me miraba contigo, me metería en problemas.

—¿Cómo saliste de la casa? —ignoré su ceño fruncido y en que se atrevió a rodarme los ojos.

—Horus, hizo algo con su pata y no tengo idea que fue —se encogió de hombros y antes de que pudiera decir algo mas, puso sus manos en mi pecho—. Calma, Sylver. No voy a entrometerme en tu misión, si quieres te espero abajo, pero solo quiero decirte que... —se quedó en silencio, simplemente mirando mis ojos.

—¿Qué? —insistí. La distancia entre ambos está siendo acortada.

—Que no importa lo que digan los demás, porque mi alma puede ver a calidez de tu corazón.

Soy hombre perdido...

 

Artemisa

No tengo remedio. Sylver no es un ogro y yo no soy ciega o inmune a la belleza masculina, menos cuando descubrí que él tiene belleza al igual que es justo y amable. Él no es solo una cara bonita y es cierto que tiene un mal carácter, pero quiero ver ese lado bueno de Sylver, dejarme llevar por lo que mi alma dice de él, ignorando todo lo demás. No quiero cegarme por las opiniones ajenas, quiero ver por mí misma.

Y al verlo sentado en el sillón individual, mirando a lo lejos al bebé que al bruja cargaba en brazos, hace que mi corazón se encoja.

—Así que no le dijiste que dejó la puerta trasera abierta, ¿cierto? —preguntó Horus, sentándose en mis piernas.

—No quería bajarle el ego —ronroneó con una sonrisa malévola— ¿Qué pasa?

—Nada, solo admiro la amistad que han cogido —pasó su pata por sus bigotes negros, sin dejar de sonreír—. Me pregunto quién saldrá con el corazón roto.

Tomando en cuenta lo rápido que latía mi corazón hace unos minutos, cuando conversamos en el pasillo, nuestros cuerpos estando casi pegados y en la forma que sus labios me llamaban para que los besara, es más probable que yo sea la que mas sufra con esto.

—Lo decía bromeando, querida —dijo Horus, sorprendido—. Oh demonios... Tu rostro no luce para nada bien.




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