Sylver
Si la vida te da limones, haz un té de manzanilla con limón.
—No sabías que podías usar la cocina.
Ignorando al molesto gato blanco, saqué la tetera del fuego y serví el agua caliente en una bonita taza color rosa con decorados dorados. No sé porque Eros tiene una taza tan femenina pero no voy a indagar en el tema.
—¿Seguro que no es alérgica a la manzanilla? —Eros me pasó la caja de los diferentes tés y lo miré dubitativo por unos segundos—. No lo sabes...
—No es la clase de pregunta que le haces a una mujer cuando está vigilándote, ¿sabes? —Negó con la cabeza y sacó su teléfono— ¿Qué haces?
—Preparo el número de la ambulancia por cualquier cosa.
Rodé los ojos cuando el gato molesto rió y el maldito de Eros, le siguió la risa. No entiendo a este par con sus chistes pobres.
Decidido a terminar mí noble gesto, aun que podría ser peligroso, puse la bolsita del té de manzanilla en la taza con agua. Preparé la bandeja con rodajas de limón y la jarra de miel con una cuchara pequeña. Agradecí a Horus cuando me alcanzó la caja de galletas, empujándola con su pata peluda. Sin ser consciente de la mirada sorprendida de ambos, puse la taza de té en la bandeja, la agarré y salí de la cocina en dirección a la habitación de huéspedes.
No sé mucho sobre las enfermedades humanas, aun que Horus dijo que tenemos enfermedades muy comunes. La diferencia es que los humanos son más débiles y necesitan de mayor cuidado cuando enferman, mientras que nosotros nos curamos con mayor rapidez y facilidad, gracias a la magia que corre por nuestro cuerpo. Sin la necesidad de un hechizo, ni de una poción, la magia capta cuando hay algún fallo en nuestros cuerpos y actúa automáticamente.
Al menos en los hechiceros y brujos normales.
Siendo cuidadoso de no tirar la bandeja, abrí la puerta despacio, para encontrarme con una agradable vista.
—Me desnudaste...
Cerré la puerta con el pie y camine lentamente hacia la cama, donde Artemisa se tapaba el cuerpo con la sabana negra. La combinación de su blanca piel, era algo muy provocador a la vista de cualquier hombre, o incluso, una mujer.
—No creí que tu ropa fuera muy cómoda para dormir —dejé la bandeja en la mesita de noche antes de sentarme en la orilla de la cama y darle una sonrisa—. Considéralo una pequeña venganza.
—Siendo honesta —sonrió levemente, sus mejillas tornándose un poco rosadas—, sentía que el pantalón me cortaba hasta los órganos.
—No entiendo cual es la manía de las mujeres al usar ropa tres tallas más pequeñas —pasó un mechón de su cabello hacia atrás de su oreja.
—No lo hago, pero no he tenido tiempo de comprar ropa nueva desde que subí de peso...
—¿Subiste de peso? —esperé a que se sentara bien en la cama, dejando caer la sabana a sus muslos. La vista de mi camisa en su atractivo cuerpo es enloquecedora. Le pasé la bandeja, dejándola sobre sus piernas— ¿Ha sido por algo en especial?
—Gracias —agarró una galleta y la llevó a su boca, mirándome a los ojos, sin dejarse intimidar por mi pregunta. Según tengo entendido, a las mujeres no les gusta mucho hablar de su peso—. No, no del todo. Bajé del peso después de que mis padres fallecieran y me costó mucho volver a conseguirlo a causa del estrés y el duro trabajo. Prácticamente no dormía y había perdido el apetito. Tuve que cuidar de Nea en los últimos años de su adolescencia, la parte más complicada —suspiró exageradamente y luego rió—. La verdad es que ahora es mucho más problemática que a sus diecisiete años.
—Eres admirable, Artemisa —confesé en un susurro, estudiando cada detalle de su rostro.
—Solo hice mi deber como hermana mayor —se encogió de hombros, quitándole importancia al asunto. Sus mejillas agarraron un lindo color más intenso que el rosa de antes.
—Sin embargo, hay madres que no pueden hacer su deber como madres, padres que desaparecen de la faz de la tierra, hermanos y hermanas que se separan cuando tienen la oportunidad —sin poder evitarlo, llevé mi mano a su mejilla, limpiando con delicadeza unas pequeñas migas de galleta. Aproveché la oportunidad para poder acariciar su mejilla. El tacto de su suave piel contra mi mano, envió una electricidad desconocida a mi cuerpo—. Tu amor por tu familia es algo completamente admirable.
Y cuando sonrió tiernamente, llevando su mano sobre la mía, que descansaba sobre su mejilla, me perdí completamente.
"—Sylver, deja de jugar con la varita.
—Por favor, Sunny —salí al balcón y agité mi varita al cielo, provocando un pequeño destello en este. Las estrellas se juntaron en un círculo alrededor de la luna. Estaba orgulloso de mi rápido progreso con la magia— ¿Ves? Sé lo que hago.
Ella suspiró, cansada de la misma discusión de todos los días y se dejó caer en la silla rosada, la cual mamá mandó a poner especialmente para ella. Me senté a su lado y pasé mi brazo por sus hombros, atrayéndola a mí.